“El desafío es volver al análisis de clase de la revolución”

 


La cátedra Historia Argentina IIIb, dirigida por Eduardo Sartelli, dedica este año sus habituales charlas públicas de los sábados a discutir el Bicentenario. El primer encuentro estuvo dedicado a debatir sobre los historiadores y la Revolución de Mayo. Estuvieron Daniel Campione, Norberto Galasso y Fabián Harari. Campione, autor de un libro importantísimo, Argentina, la escritura de su historia, trazó un panorama sobre la historiografía liberal clásica y realizó una comparación con la hoy vigente. A continuación, reproducimos su exposición. El panel completo puede verse y escucharse en www.razonyrevolucion.org

¿Qué es la historiografía liberal y cómo se relaciona con la Revolución de Mayo? La historiografía liberal se va a concebir a sí misma, durante buena parte de su existencia, como una apologética del poderío de las clases dominantes. Opera de esa manera, aunque no lo confiese, tendiendo a identificar la historia del país con la historia de sus sectores más poderosos. La historiografía liberal se va a constituir en el momento más alto de su prestigio a través de instituciones estatales, fundamentalmente la Academia Nacional de la Historia. Esos historiadores son una suerte de funcionarios públicos especializados en la historia, se podría definirlos así: son parte del aparato del Estado y como parte de él se ocupan de constituir una historia oficial. Una pedagogía de la historia que tiene diversos estratos, diversas variantes, desde sus trabajos de pretensión más científica hasta la divulgación y, en un lugar muy importante, la manualística escolar. La historiografía liberal va a construir una imagen del país, una imagen de la sociedad argentina donde tienden a primar las armonías, los acuerdos entre los sectores civilizados de la sociedad argentina, entre las élites de ideología liberal también. Y quedan a un lado los disensos, las rupturas de aquellos sectores que podían representar la barbarie. Hay algo de la matriz sarmientina en esto, pero bastante degradada por cierto.
La historiografía liberal sitúa a la Revolución de Mayo como un episodio sumamente importante en la formación de la nación Argentina, pero al mismo tiempo la concibe, como decía Fabián [Harari], como la búsqueda de una fórmula nueva de gobierno que tiene cierta continuidad con la época colonial. A la época colonial se la veía, este es el enfoque de Levene, no precisamente como una época colonial sino como una etapa civilizatoria donde lo que primaba era una relación con España. Aquí no se destacan los elementos de opresión, los elementos de dependencia con España, ni la alianza con determinados sectores del Río de la Plata.
El proceso de formación de la nación estaba concebido a partir de la formación de este gobierno propio, que surgía de un proceso en el cual se ven atenuadas sus características revolucionarias. En esto se relaciona con lo que planteaba Fabián, de que la historiografía actual presenta a la revolución como un hecho incruento, como un proceso casi jurídico. Levene escribe un libro sobre Mariano Moreno, en el cual Moreno es más bien un jurista buscando fórmulas para constituir un nuevo gobierno y donde aparece totalmente mediatizado su aspecto jacobino, el Moreno del fusilamiento de Liniers y sus cómplices en Córdoba para combatir la contrarrevolución o el Moreno del Plan Revolucionario de Operaciones, mencionado por Fabián. Este es un punto muy importante, el del Plan, porque buena parte de los conductores de la historiografía liberal, y Levene en particular sobre la base de historiadores anteriores como Paul Groussac, tienden a negar toda verosimilitud, toda posibilidad de autoría verdadera a Moreno del Plan, por una preocupación que excede mucho lo historiográfico. En realidad no podían existir exponentes tan radicales ni tan partidarios de la lucha violenta contra el orden anterior como aparece en ese escrito de Moreno.
El empeño es limar las aristas revolucionarias de una figura como Moreno y del sector jacobino, el cual representó la expresión más radical del proceso revolucionario. Por tal motivo, la autoría del Plan tenía que ser falsa necesariamente. Se fuerza la interpretación del documento hasta que queda demostrado como falso de toda falsedad, aparentemente. Es un conflicto que excede las razones historiográficas, que está enmarcado en una lucha, podríamos decir, política en torno a como conceptualizar el hecho fundante de la historia argentina. Se tiende a presentar una idea de argentinidad muy anterior a la revolución. Hay una preocupación en torno a la formación de la nación, la cual se remonta a un pasado muy lejano. Además aparece la idea de que la argentinidad esta constituida o empieza a esbozarse por lo menos desde la época de Hernandarias en el siglo XVII, cuando aparecen criollos en funciones de gobierno, cuando aparecen los mancebos de la tierra todavía en tiempos de la fundación de Buenos Aires por Garay. Serían protoargentinos. La idea es ésta, y la continuidad del proceso de desarrollo histórico estaría dada con una Revolución de Mayo que tiende a configurar o consagrar, en un punto más de su evolución, esa argentinidad preexistente.
Las ideologías quedan muy en segundo plano, las pertenencias de clase quedan muy en segundo plano, los casamientos de clase quedan muy en segundo plano. Quedan historias de confrontación entre los partidarios de la independencia, que lo serían desde el primer momento, amparados en la llamada “Máscara de Fernando”, y los partidarios del mantenimiento del orden colonial; los famosos patriotas y realistas de los libros de la historia escolar. Es, además, una historiografía preocupada por la élite de la sociedad, vista desde arriba, desde los grandes personajes, desde los grandes nombres y donde las masas aparecen alternativamente como el “pueblo” o el “populacho”, para decirlo en términos simplistas, según adopten posiciones a favor de las causas que estos historiadores consideran justas o contrarias a estas causas. Y esa historia mirada desde arriba, basada en gran mediada en las individualidades, tiende a presentar a las figuras rectoras de la Revolución de Mayo como personajes que están dotados de virtudes muy especiales, que son desinteresados, abnegados o no están ligados a ningún interés de sector o a ningún interés personal y constituyen así una especie de patriciado, libre de cualquier confrontación o lucha al interior de su propio sector. La confrontación es básicamente con el orden hispano, con la pretensión de volver a someter al Río de la Plata, al proceso colonial y allí se queda. Ahora bien, esta historiografía recibe cuestionamientos en variadas direcciones, entre ellas la del revisionismo histórico y la de los autores marxistas más tempranos. Es impugnada muy claramente, desde la década del ‘30 y la década del ‘40 del siglo XX.
Esta historiografía va ligándose, no es casual que esto ocurra, en la década del ‘30 y del ‘40, a la defensa de un orden político que está en crisis. A la defensa de un modelo de sociedad que está claramente en crisis y pasan de alguna manera a una posición más defensiva, a intentar consolidar en buena medida la imagen canónica de la historia nacional. En esos años, van a publicar la Historia de la Nación Argentina, donde van a tener un desarrollo que va desde los albores de la época colonial hasta 1860 aproximadamente. Ahí producen una summa historiográfica donde van a normalizar y unificar, de modo para ellos definitivo, la visión de la evolución de la Argentina dándole un lugar particular al proceso revolucionario de mayo y de la guerra de independencia.
La historiografía liberal va a vivir un período de ocaso y de decadencia. Mejor dicho, de cierto repliegue, sobre todo durante los años del peronismo cuando la Academia Nacional de la Historia sea intervenida. En los propios años del peronismo la historiografía liberal sigue siendo en alguna medida la historia que reconoce el Estado: los ferrocarriles nacionalizados van a llevar el nombre de los propios próceres que reconoce la historiografía liberal. Esta historiografía va a tener una supervivencia ya alejada del predominio de los ámbitos académicos incluso en el periodo actual, en el periodo de 1983 en adelante. Y curiosamente se va a dar una cierta convergencia, incluso institucional, entre sectores de la nueva historiografía, esta historiografía “moderna” que mencionaba Fabián, y la Academia Nacional de la Historia, que sigue existiendo. Se produce una nueva historia de la Academia, que ha sido editada hace unos años, que invita a la participación a algunas figuras de la historiografía moderna, es el caso de Fernando Devoto, por ejemplo para citar alguno. Y se puede ver que esto no es solamente un intento de supervivencia institucional o un intento de renovación limitada de la Academia Nacional de la Historia, hay cierta convergencia sobre lo que afirman las dos escuelas historiográficas, la liberal en decadencia y la moderna en auge, hay una convergencia en el modo de interpretar por ambos la historia Argentina y particularmente lo que respecta la Revolución de Mayo. Yo tenía pensado decir, ya lo refirió Fabián, pero lo voy a repetir: no es baladí, no es casual, que la visión del Plan Revolucionario de Operaciones de Moreno sea coincidente en ambos campos. El Plan debe ser apócrifo, no se puede pensar una revolución con carne y con sangre, no se puede pensar una verdadera revolución que entraña conflicto, que entraña guerra, que entraña enfrentamientos muy fuertes que abarcan a todos los niveles de la sociedad. Desde la lucha económica hasta el enfrentamiento político, o la lucha efectivamente militar, una confrontación ideológica fuerte, eso debe quedar sepultado.
La revolución ideal es al estilo de lo que los ingleses llamaban “la Gloriosa revolución” de 1688, una revolución que sea un pacto, que en realidad sea la fundación de un nuevo consenso sin rupturas, sin procesos de enfrentamientos en su desarrollo. En ese sentido se podría decir “liberal remozada”, adaptada a los tiempos, pero que en definitiva tiende a ocupar el mismo tipo de relación con la sociedad existente: la ratificación, la glorificación del momento histórico que se vive. Lo que antes era el apoyo de la historiografía liberal a los gobiernos del fraude patriótico hoy es, con los cambios de la época, el basamento de esta historiografía nueva en lo que ellos llamaron “transición democrática”. La historiografía se coloca en una fundamentación hacia atrás de la transición democrática, buscan en una frase que es si mal no recuerdo es de Luis Alberto Romero: “Los núcleos de democracia existentes en el pasado nacional”. Y tiene en común además la historiografía liberal con la historiografía de los “modernos” que ambas colocan muy fuerte su pretensión de objetividad, su pretensión de no partidismo, su pretensión de estar basados en un tipo de interpretación cuya calidad es única e indiscutida y que no reconoce sino espíritu de facción en otras corrientes que puedan impugnarla.
Creo que el desafío que enfrenta hoy la historiografía, la historiografía con intención antioficial, con intención de llevar adelante una concepción critica, es volver a transitar las sendas que -muy imperfectas, con sus fallas, con sus limitaciones, a veces muy grandes- marcó la historiografía marxista de toda una etapa de nuestro país. Es decir, volver al análisis de clase de la revolución, a revisar a fondo las estructuras económicas y sociales de la sociedad argentina en torno a la época de la revolución, de ejercer una crítica reflexiva y profunda pero al mismo tiempo legítimamente apasionada de lo que es la historiografía hoy predominante. Decía Fabián esta historiografía casi no se discute en las universidades, se acepta su predominio. Tiene un gran valor que surjan expresiones como éstas, que pongan desde la misma universidad en discusión el enfoque predominante. Y que piensen en ese sentido el proceso revolucionario que vivió la Argentina en torno a 1810, como un proceso más de la lucha de clases, como un proceso de confrontación, como un proceso que buscó no una nueva fórmula constitucional, sino un nuevo tipo de organización social y donde chocaron distintas tendencias, incluso al interior del bando revolucionario.

Daniel Campione

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