UN HOMBRE NUEVO PARA UNA SOCIEDAD NUEVA
 

por Horacio Rovito

De todo lo que se ha hablado y escrito del Che, uno de los aspectos menos difundidos son sus aportes y sus debates referidos a la construcción del socialismo.

El pesado legado del marxismo dogmático (es decir, de la negación  del marxismo), significó para los revolucionarios cubanos, además de tratar de tomar distancia del mismo, un enorme esfuerzo teórico practico y a la vez dio lugar a una búsqueda vital y enriquecedora que iluminó el pensamiento transformador contemporáneo.
Tenían que salirle al paso, entre otras cosas, a nada menos que a una muy difundida versión economicista, que sustentaba la creencia de que a los trabajadores les es necesario y suficiente terminar con la dominación de la burguesía y realizar un reparto económico más justo, olvidando acompañar esto con cambios profundos en la esfera de las relaciones humanas y en particular en la cultura, entendida como educación y creación de nuevos valores.
Ya Marx había rechazado la visión de la construcción de una nueva sociedad  como mero reparto de bienes, y en “Critica al programa de Gotha” señala que el Hombre socialista no se logrará sólo con dicha distribución, sino “con el desarrollo integral del individuo en todos sus aspectos”.
Esta antorcha es la que toma el Che cuando habla con pasión e insistencia del Hombre Nuevo, y afirma tajantemente que el socialismo económico no le interesaba.
Esta conclusión obliga a considerar como premisa básica y decisiva al hombre-mujer, en función del cual y por el cual el proyecto liberador tiene sentido. Si bien es un parámetro importante a tener en cuenta que la productividad del trabajo sea mayor que la que se daba en un régimen explotador, como el capitalismo,  ante todo debe interesar el desarrollo permanente de un hombre-mujer más pleno, espiritualmente superior, más solidario, en definitiva más humano.
Desarrollar auténticamente el humanismo proletario, contra el estrecho egoísmo individualista del individualismo burgués, como diría nuestro Aníbal Ponce. O como dice Fidel: “Llegar a un socialismo, pero con socialistas”.
Los rasgos generales de este Hombre Nuevo”, con el cual, en una constante interrelación dialéctica, corresponde ir edificando el naciente orden económico social, son expuestos especialmente por el Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”.
En esta obra de madurez, es muy clara y definitoria su posición en contrario a la concepción que hace centro fundamental en el principio de los estímulos materiales como impulso para el crecimiento de la producción: “Sería como decir, pues, que hemos elegido como arma de lucha contra el capitalismo, un arma del capitalismo, transfiriéndola a un contexto donde no tiene atractivo, porque sólo puede desarrollarse en una sociedad capitalista plena, es decir, en una sociedad cuya filosofía es la lucha del Hombre contra el Hombre, de los grupos contra los grupos y la anarquía productiva.”
Y luego concluye: “Lo que a mi me parece fundamental, no se si será necesario para otros, es el desarrollo de la conciencia.”
No por ello negaba una cierta aplicación de los estímulos materiales, pero tenia muy en claro que “lo cierto es que el desarrollo de la conciencia permitirá un acceso más rápido a la sociedad socialista.”
Esta concepción del hombre-mujer del socialismo hizo que el Che se preocupara mucho por la juventud, puesto que la veía como la arcilla fundamental de la obra de la revolución y en ella depositaba toda su esperanza.
Pero, ¿cuales son las características que según él debe tener un joven militante revolucionario?: poseer una gran sensibilidad ante todos los problemas humanos, pero sobre todo ante la injusticia.
Un espíritu no conformista, cargado de rebeldía, cada vez que surjan errores, deformaciones o actos de corrupción.  Declararle la guerra a todo tipo de formalismos o a “verdades reveladas” y estar abierto a nuevas experiencias.  Tratar siempre de mejorar o cambiar la realidad, apuntando constantemente a la unidad y no a la división de los pueblos.
En este sentido, acuñaba una frase muy hermosa y exacta, de mucha actualidad para nosotros, y que caracteriza una de las facetas más esenciales de su prédica revolucionaria: “SI FUERAMOS CAPACES DE UNIRNOS, QUE BELLO Y CERCANO SERIA EL FUTURO”.
En síntesis, el Che fue la personificación más perfecta de este hombre nuevo por el que él tanto batalló. Un hombre absolutamente consecuente con sus ideas, al que nunca interesó cargos ni honores, cuyo ejemplo ilumina  y está siempre vivo en la lucha emancipadora de los pueblos de América Latina y del mundo. Este “milagro de eternidad” sólo podía ser explicado por la poesía profunda y cristalina de nuestro entrañable Atahualpa Yupanqui:
Alguna gente se muere
para volver a nacer
el que tenga alguna duda
que se lo pregunte al Che

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