Antes que se ponga el sol

Relatos del Camarada Federico de Salta


En conmemoración de un nuevo aniversario de la muerte del Comandante Ernesto “Che” Guevara y teniendo en cuenta que ya han pasado cuarenta años, hoy me animo a contar un hecho histórico que protagonicé en la más absoluta soledad por el abandono de mi partido, en ese momento, el Partido Comunista Argentino, que no me acompañó por estar en desacuerdo con el accionar del “Che” en Bolivia.
Allá, por el año 1958, de adolescente, ya me eran conocidas las intervenciones guerrilleras en Cuba por los periódicos de la época que compraba mi padre (“La Hora”, “El Así”). En el año 1959, cuando toman el poder, siento una gran atracción hacia los revolucionarios que cambia mi forma de pensar, y que hace que en el año 1960, el 6 de Enero, en un acto aniversario en la ciudad de Salta, decida afiliarme al Partido Comunista.
Mi incorporación a las tareas del PC fue con tanto fervor que al poco tiempo me eligen como Responsable de Prensa. Fue una militancia en ascenso, comprometido con la discusión del Marxismo-Leninismo, y creía fehacientemente que la Revolución en Argentina se podía producir, y bastante pronto. Eso era parte de mi sueño. Ese anhelo me empujaba a militar cada día con más ímpetu, con más fuerza. En una asamblea departamental me eligen como miembro del Secretariado.
En 1966, la dirección del Partido me designa para viajar a la URSS. Allí estudié. A mi regreso, a fines de dicho año, continuando con mi actividad partidaria, me entero que el Che estaba en Bolivia organizando la lucha. Esa información me conmueve, y decido ver de qué manera podía ayudar. Esto lo comparto con mi padre y la tarea que se me presenta es crear un Corredor Solidario que permitiera esa ayuda en forma concreta. Teniendo en cuenta lo difícil, complicado y peligroso que es una tarea de esa envergadura, viajo a Buenos Aires para hablar con miembros del Comité Central del Partido. Me encuentro con el compañero Mosco que se comprometía a ser el nexo para poder comunicarme con algún compañero del Secretariado Nacional. Ese mismo día se concreta el encuentro con el compañero Orestes a quien le cuento mi inquietud de organizar ese corredor solidario, sabiendo de la responsabilidad internacional del PCA, la solidaridad con esta lucha y el Internacionalismo. Yo insisto en la necesidad de hacer ese corredor solidario antes de que la cosa se pusiera difícil, que era posible que el PC boliviano cambiara de opinión y que se incorporara a la lucha de la manera como la planteaba el Che. Me deja hablar, y luego me dice que no era así la realidad, que no iba a haber ninguna solidaridad, ni ninguna acción que pudiera comprometer al Partido Comunista Boliviano. Yo le argumento que en la Revolución Rusa participaron cuadros de otras nacionalidades como Stalin, Yersinsky, Jhon Reed, a lo que él me responde que eso era simplemente anecdótico y que “nosotros” no estábamos de acuerdo con intervenir porque era una “Aventura Aventurera del Che”. Cierra toda discusión diciendo que este tema ya estaba acabado y que nunca hablara con nadie al respecto.
Regreso a Salta, enfurecido, porque entendía que había que poner en acción el Internacionalismo Proletario, sea cual fuese la forma de lucha.
Comparto todo con mi viejo, y me dice que tenía que tomar una decisión, y me aconseja que debía pensarlo muy bien.
A los dos días le comunico mi decisión de estudiar cómo resolver el problema del corredor solidario y que entendía la magnitud de la tarea y que necesitaba ayuda. Para eso mi viejo me recomienda que lo haga solo porque era una tarea complicada que ponía en riesgo mi vida, y se compromete a ayudarme económicamente como para poder comprar lo necesario (alimentos, ropa, medicamentos).
Calculamos un viaje de diez días, ida y vuelta, por lugares no conocidos. Contaba únicamente con mapas del colegio como para ubicarme.
Hacía frío. En el mes de Mayo hago la primera incursión y decido una ruta bordeando el río como para no perderme, que llevaría a un lugar donde se podría pasar a Bolivia sin ser detectado. Esa tarea fue una odisea porque había que encontrar la forma de poder cruzar debido a la cantidad se obstáculos. Ese conocimiento del lugar me daba la posibilidad de ir avanzando a pesar del miedo, la soledad, el frío, las alimañas. Mi pánico era por las serpientes, a pesar de llevar antídotos. Ese tramo recorrido desde el inicio hasta la frontera con Bolivia era de más de cincuenta kilómetros, los que recorrí en once días. A mi regreso, tenía una visión clara de cómo debía ser ese corredor solidario.
Al intercambiar ideas con mi padre, el único que conocía lo que estaba haciendo, me dice que tengo que volver a hacerlo porque hay que dibujarlo.
En un viaje a Salta me encontré con gente que estaba dispuesta a incorporarse. Incluso, un compañero,”El Chino”, había viajado a La Paz para tratar de que lo acercasen al Che porque tenía unos amigos en el PC boliviano pero no lo pudo lograr. Este compañero hace un par de meses falleció y su compañera, antes de cerrar el ataúd, le puso entre sus manos la foto del Che.
El segundo viaje fue más placentero porque mi viejo me compró una mula como para alivianarme. Pude llevar más alimentos (café, azúcar, té, yerba, conservas), lo que me permitió estar más tiempo. Me duró quince días. Me costaba mucho dibujar. Tenía conocimientos de cartografía pero de todos modos, dibujar como para que todos entendieran el camino me costaba muchísimo (contar distancias, descansos obligatorios).
Al regreso del segundo viaje ya conocía perfectamente el camino. Paso todo en limpio teniendo en cuenta de señalizar los lugares peligrosos, escabrosos, haciéndolo fácil para la lectura.
En el mes de Agosto decido hacer el tercer viaje para dejar asegurado, en la práctica del viaje, la guía hasta el lugar indicado para pasar. Este viaje estaba destinado a llevar los alimentos y dejarlos en los depósitos en los lugares elegidos (algunas conservas, latas con azúcar, sal). Era también para dibujar dónde realmente estaban los alimentos. Dentro de mi preocupación personal estaba regresar rápido y armar el viaje a Bolivia. Hacía un frío intenso.
Al regreso a mi casa guardo todo en un lugar seguro, y ya mi cabeza estaba puesta en encontrarme con la gente del Che y comentarle lo que tenía hecho.
Viajo a Bolivia los primeros días de Septiembre buscando la oportunidad para ver cómo transmitía todo esto. Ahí encuentro un trabajo en una cuadrilla que estaba levantando el terraplén de las vías que iban a Santa Cruz de la Sierra, que por suerte era el lugar donde estaba operando el ejército del Che (Zaipurú). El lugar era el paso obligatorio de vagones con máquinas, alimentos para el ejército y soldados.
Después de la jornada de trabajo salía con la excusa de cazar, pero en realidad lo hacía para encontrar la gente del Che. Pero, la verdad, nunca pude dar con ellos. Hasta unos días antes de la muerte del Che, salí a buscarlos.
En el medio del entusiasmo diario por encontrarlos, un trabajador me comenta que unos días antes, a él lo habían dejado trabajando en un lugar y que había visto un hombre al costado de la vía, armado, que lo estaba mirando. Otro hombre también comenta lo mismo, pero que uno de ellos se acercó a plantearle el reclutamiento. Eso me causó una desesperación por encontrarlos, por lo que salía, me internaba en los montes, pero no encontraba nada, sólo lugareños que comentaban situaciones similares.
Un sábado, que trabajábamos medio día, estábamos tomando un café cuando llega un trencito chico para el campamento y se baja un oficial joven para preguntar el estado de la vía y lo invitamos a tomar un café con nosotros como para poder entablar una conversación. Aceptó. Mientras tenía el jarro en la mano sale el capataz, un hombre alto, fornido y barbudo, que estaba en un vestuario; cuando lo ve abre las manos y se le cae el jarro de café del susto. Ahí me doy cuenta que este militar tenía mucho miedo y me imaginé que todo el ejército boliviano estaba en la misma situación. Atino a gritarle al oficial: ¡El capataz, el capataz! Ahí se moderó, dejó de tiritar y se animó a decirle al capataz que debía afeitarse todos los días porque sino podían confundirlo con un guerrillero. Al regreso de esa formación habían puesto los soldados muertos, que eran unos treinta o cuarenta, de una de las últimas de las batallas (Samaipata).
Un día llega un oficial del ejército y le dice al encargado de la obra que había que retirar toda la gente que trabajaba ahí porque era peligroso, porque esa era zona de conflicto, y que le daba cuarenta y ocho horas para retirarse. Ya eran los primeros días de Octubre. Nosotros nos retiramos a una estación anterior a la que estábamos y luego me entero, después de unos días, el 9 de Octubre, que el Che había muerto. No entraba en mi cabeza esa información, pero pronto el ejército comenzó a retirarse de la zona, lo que confirmaba que era cierto. Las radios hablaban del tema.
Cuando la gente se entera de la muerte del Che, comenzaron a prender velas y a rezar. Hablaban en quechua, pero yo lo único que entendía era que se trataba del Che.
Para regresar a Argentina debía pedir un salvoconducto al ejército boliviano, pero como yo había entrado clandestinamente y no tenía ni entrada ni permiso de trabajo, la única manera de salir de Bolivia era como entré, clandestinamente, y lo hice escondido en una locomotora.
Me costaba mucho decir que no había podido cumplir con mi propósito, pero me llenaba de entusiasmo el legado del Che, sus principios, Patria o Muerte, Venceremos.
A la vuelta me incorporo a las tareas del partido nuevamente por lo que viajaba a Buenos Aires con frecuencia, donde encontraba reproches hacia el Che. El Partido Comunista Argentino seguía sin entender al Che. Los cuadros del Partido no entendían la Revolución Cubana ni la situación del Che en Bolivia.
Nunca he creído lo que me dijo Orestes que lo del Che era una “Aventura Aventurera”, y hoy, a lo largo de la lucha, la realidad nos muestra que el Che no estaba equivocado, y que los que se equivocaron fueron los cuadros del PCA y del PC boliviano que fueron reformistas, nada revolucionarios y que lo traicionaron. Terminaron siempre como furgón de cola de la burguesía.

En el proceso de la lucha de clases en América Latina y en el mundo, las enseñanzas del Che siguen siendo un ejemplo de coraje, de ética y de compromiso con la Revolución, reafirmadas en sus propias palabras: “en la lucha revolucionaria, o se triunfa, o se muere”.

Querido Comandante, ¡Hasta la Victoria Siempre!


Federico de Salta

 

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