¿Quién debe pagar la crisis económica?

 

Caída del producto, de las exportaciones, del consumo, menor facturación en los comercios. El año 2009 comenzó con un fuerte bajón que, sumado al que viene desde 2008, colocará a la Argentina técnicamente en recesión.
Los datos sobre los efectos de la crisis mundial en la economía argentina ya se acumulan sobre el escritorio de cualquiera que simplemente se tome el trabajo de juntarlos. Salvo los ya inimputables comunicados del Indec, nadie duda que esta hecatombe económica global nos ha pegado de lleno.
Se han dado a conocer dos indicadores privados claves: para FIEL, la industria retrocedió en el mes de enero un 11,4% respecto del mismo mes del año anterior. La consultora de Orlando Ferreres y Asociados acuerda en señalar la baja, aunque limitándola al 9,1%. Los datos hablan por sí solos cuando bajamos a ver rubro por rubro: los despachos de cemento se vienen reduciendo mes a mes desde hace un cuatrimestre, registrando, enero 2008 a enero 2009, un descenso del 9,4%; en las industrias metálicas básicas (hierro, acero laminados) la caída es del 42,9% anual; y en maquinarias y equipos del 32,4%. En el rubro automotriz, la caída es dramática. La caída de las compras, en la variación entre enero 2008 y enero 2009, es negativa en todos los rubros: -11,53% en automóviles, -19,26% en comerciales livianos, -31,17% en comerciales pesados y -31,83% en otros vehículos pesados.
Un estudio de la consultora GFK Marketing Services, (citado por Ieco, 15/2/09) muestra el dramático descenso desde diciembre en la venta de electrodomésticos, con caídas del 30,9% en heladeras, 33,7% en lavarropas, 38,3% en desktops, 5,8% en Notebooks, 53,5% en televisores LCD y 6,3% en cámaras de fotos.
El propio Indec tuvo que reconocer el primer descenso de la inversión desde el 2002 (2,8% interanual en el cuarto trimestre), obviamente muy inferior al que registran todas las consultoras privadas. El turismo, otro rubro todavía no "tocado" por el Indec, bajó un 8,5% con respecto al año pasado
Veamos otros indicadores: en enero, la recaudación fiscal, un indicador clave del estado de la actividad económica, subió un 17% con respecto al mismo mes del 2008, lo que significa un descenso en términos reales (si consideramos la inflación efectiva, superior al 20%, según el consenso de todas las mediciones excepto el Indec). Podríamos seguir agregando números; pero como ilustración ya parecen suficientes.

¿Cómo llegó la crisis?

El derrumbe de la economía mundial se fue dando "de a capítulos". El primero pertenece al ya lejano julio de 2007, cuando la quiebra de los primeros fondos que habían jugado con las hipotecas subprime provocó caídas espectaculares en la bolsa de Wall Street y, días después, empezó la caída en cadena de los bancos involucrados no sólo en los Estados Unidos, sino también en Europa. En los meses subsiguientes, los analistas fueron llegando al consenso de que se trataba de una crisis mayor, de consecuencias tan impredecibles como la de 1929. No fue un "acuerdo meramente académico". La terca realidad fue "convenciendo" a los remisos a aceptarlo, especialmente desde fines de 2007, con la aparición de los primeros números negativos de producto y empleo en las principales economías del mundo.
Hacemos este racconto para ubicar lo que fue la primera reacción del gobierno argentino ante esta realidad global. Se construyó una ideología: estábamos "blindados ante la crisis". A nosotros "no nos tocaba". El razonamiento que apoyaba esta afirmación era que nuestro sector externo no sufriría ya que los productos que exportábamos estaban viviendo un "boom" de precios altos. Esta era la realidad de la soja (que llegaría a superar los 600 dólares la tonelada), pero también del trigo, el maíz, el girasol e incluso el petróleo. Se esbozaron entonces las más extrañas teorías para afirmar que esos precios eran "para siempre", o por lo menos por todo el tiempo que durara la crisis mundial: chinos e hindúes "comiendo más" o la aparición de los biocombustibles que elevaban los valores por las nubes eran afirmaciones comunes hasta mediados del año pasado. Que no era sólo un mero ejercicio académico nos lo demuestra el conflicto del campo del año pasado, que aparecía como una guerra a dentelladas por quien se quedaba con las superganancias que iban a generar esos precios.

Derrumbe de precios

Como en la vida, todo concluye, y las ideologías demuestran su existencia etérea estallando cual pompas de jabón (o burbujas para mantenernos en la metáfora económica). La exacerbación de la crisis mundial en setiembre pasado se llevó puestos a los altos precios de esas materias primas. Es que no se trataba de un "cambio estructural en la alimentación de Asia" ni del fenómeno de los biocombustibles. La montaña rusa de los valores de las commodities resultó ser un acontecimiento especulativo en los mercados a futuro con el mismo origen que el de especulación inmobiliaria. Más de 200.000 millones de dólares se habían volcado a especular en estos mercados y, al retirarse a fines de agosto del 2008, provocaron el derrumbe de los precios. Hoy, con la soja a 326 dólares la tonelada y el petróleo a 34 (y ambos en baja), se acabó cualquier "teoría del blindaje".
Quedó claro entonces, que nuestra economía afrontaría un 2009 con serias dificultades en su sector externo, a partir de bajas pronunciadas de sus excedentes externos. Pero lo peor estaba por llegar. A mediados de octubre las empresas transnacionales que operan en nuestro país, encabezadas por las automotrices, comenzaron a recibir órdenes de sus casas matrices de "achicar la producción", eliminar turnos y, por ende, reducir personal. Comenzó así una oleada de suspensiones y despidos que, por más que se la quiera disfrazar bajo el formato de "no renovación de contrato a trabajadores terciarizados o eventuales", "eliminación de horas extras" o "rotación de suspensiones", ya es parte de nuestra realidad. Rápidamente, el clima de cierres y despidos se contagió al empresariado local.

Quién pagará los platos rotos

El gobierno nacional ha desempolvado un viejo slogan de su campaña electoral: "aquí hace falta un Pacto de la Moncloa". Quizás para inspirarse, los primeros capítulos de ese acuerdo económico-social se ensayaron en España, a donde viajaron junto a la presidente los titulares de la CGT y la UIA. Tal vez el rimbombante pacto no se firme nunca. Después de todo, tenemos que recordar que hay un antecedente fallido, el ya olvidado "Pacto del Centenario", que se iba a acordar para el 25 de mayo del año pasado, y que murió antes de nacer con la crisis del campo.

Pero hay algo que sí se va a negociar: los techos de aumentos salariales del año y los compromisos de no despedir o suspender por parte de los empresarios. Es un hecho que, desde hace años, la inflación se viene comiendo todos los incrementos de sueldos. La política de definir en marzo un "techo", hacerlo firmar por los gremios más importantes y luego "obligar" al resto a respetarlo ha tenido un balance claro: los trabajadores perdieron en la carrera contra los precios. El propio gobierno tuvo que reconocer esto de hecho, cuando optó por matar al mensajero e intervenir el Indec a comienzos de 2007. Por otra parte, ningún empresario se ha comprometido a no despedir o suspender. Sólo se han escuchado vagas promesas de "hacer lo posible".
Los próximos días serán claves: o congelamientos salariales con la vaga promesa de "no despedir", o aumentos que recuperen lo perdido por la inflación y políticas que obliguen a los empresarios a asumir con sus ganancias anteriores la baja de la actividad. Empresarios, "sindicalistas amigos" y gobierno parecen jugados a la primera opción. A los propios trabajadores les queda la tarea de imponer la segunda. A la tan mentada "redistribución de la riqueza" le llegó la hora de la verdad.

José Castillo
La Arena

José Castillo es economista. Profesor de Economía Política y Sociología Política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

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