Intoxicación y envenenamiento mediático

 


“El problema no es la desobediencia civil, sino la obediencia civil”.

Howard Zinn

Los ataques perpetrados por la industria mediática al servicio del imperialismo estadounidense y europeo, así como de la burguesía y la oligarquía a nivel mundial forman parte de la estrategia político-militar de estas fuerzas con el objetivo de desestabilizar a los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina, así como criminalizar y estigmatizar a los movimientos revolucionarios, en armas o no, y a sus líderes y seguidores.
Estos grupos de poder están conscientes de que en los últimos años se ha producido un declive, una pérdida relativa de su hegemonía política e ideológica, por lo cual han desarrollado y ejecutado un sinnúmero de planes para recuperar el espacio perdido y, de ésta manera, penetrar con más fuerza en la mente de las personas para así mantenerlas alienadas y enajenadas.
Las técnicas utilizadas para llevar adelante los procesos de enajenación mental han sido elaboradas por expertos militares, con la asistencia de profesionales de diversas ramas como psicólogos, psiquiatras, sociólogos, especialistas en marketing, publicidad y propaganda, para así direccionar las ideas que las personas tienen sobre los hechos que se dan en cada una de sus naciones, así como a nivel mundial. Esto forma parte de lo que Francisco Sierra denomina como “guerra psicológica de baja intensidad”, en la cual se utilizan mecanismos para adoctrinar, manipular, engañar a las personas y, de esa manera, hacerlas ver como real algo que no es.
A mediados de la década de 1980 el gobierno de Ronald Reagan elaboró el plan Santa Fe II, en el cual se establecía como uno de los pilares fundamentales en el combate contra los enemigos de los EE.UU. la lucha en el plano cultural, para lo cual se fijó el fortalecimiento de sus aparatos de penetración ideológica, entre ellos la radio la Voz de América, con el objetivo de transmitir sus mensajes e ideas en todo el planeta.
Marx explicó como la ideología burguesa, entendida como falsa conciencia, tiene como propósito presentar a la realidad en forma invertida, deformada, para así impedir que los pueblos conozcan y tengan conciencia de lo que realmente sucede en el mundo.
A lo largo de la historia de las sociedades donde han existido la propiedad privada, las clases sociales antagónicas y la explotación social, varios han sido los instrumentos de los que se han valido los detentadores del poder para pretender “domesticar” a los pueblos. La apropiación ilegítima de los conocimientos que antes eran de propiedad común de los colectivos, el surgimiento, desarrollo y fomento de las creencias religiosas, el establecimiento de las instituciones educativas, con la elaboración de programas de estudio afines a los intereses de los grupos de poder, fueron inicialmente los aparatos ideológicos que el Estado clasista utilizó, y sigue utilizando, para mantener su dominación ideológica y cultural. Posteriormente este papel en la construcción y consolidación de la hegemonía de la clase dominante lo llevarán adelante, con mayor poder de penetración en diversos rincones del mundo, los denominados medios de “comunicación” masiva.
La burguesía, aparentemente con fines altruistas, propició durante el siglo XIX la alfabetización de la población. Pero sus objetivos eran muy distintos a los de favorecer el mejoramiento de la condición humana de las personas. Necesitaban obreros mayormente calificados para que manejen las máquinas y lleven adelante el proceso productivo. Pero además requerían que un mayor número de personas accedieran a la lectura de lo que en los diversos periódicos de la burguesía se publicaba, para de esa manera hacer que la gente asuma como propio el discurso de la clase explotadora. A finales del siglo XIX el naciente imperialismo norteamericano había comprendido ya la importancia de la prensa para lograr el control de la conciencia de las personas. William Randolph Hearts manipuló la información sobre los acontecimientos que se estaban dando en Cuba para así justificar la intervención yanqui en ese país, esgrimiendo como justificación de que el imperio español había afectado los intereses de EE.UU. A partir de ese entonces, hasta el triunfo de la revolución cubana en 1959, la isla fue convertida en una neocolonia estadounidense, en cierta forma también gracias a los servicios de este magnate de la prensa.
Vicente Romano cita a Lord Nordcliffe, dueño de uno de los consorcios más poderosos de periódicos a inicios del siglo XX, quien decía: “Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo puede decirles a quién deben amar, a quién deben odiar y lo que deben odiar”.[1] Esta frase no ha perdido sentido, ni vigencia para la industria mediática, que hoy ya no solamente direcciona los gustos e ideas de las personas a través de la lectura que hacen de los periódicos, sino también por medio de lo que escuchan en la radio o ven y oyen en la televisión y el cine.
Con el ascenso del nazifascismo en Alemania e Italia, esto se hizo todavía más evidente. Goebbels, el maestro de propaganda del régimen hitleriano, decía que hay que “mentir, mentir y mentir, porque mientras más grande es la mentira, algo queda como verdad”. Este axioma ha sido elevado a la máxima expresión por el imperialismo yanqui, la burguesía y oligarquía a nivel mundial que, además, para aparentar que no son mentirosos contumaces, permiten la filtración de algunas verdades que en cierta forma les son incómodas, siempre y cuando no afecten a la integridad del sistema y su clase, además que jamás las presentan en su totalidad.
A través de la exposición de estas medias verdades, la industria mediática al servicio de los grupos de poder en la sociedad capitalista se presenta como pluralista, democrática. Ellos dicen ser equilibrados en el tratamiento de la información, con cual demuestran su absoluto respeto por la libertad de expresión y pensamiento, afirmación que la hacen sin sonrojarse.
La realidad demuestra todo lo contrario. Sin embargo, muchas personas asumen como real el discurso de falsimedia.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué las personas no le hacen frente a ésta industria de la mentira?
Jesús García Blanca dice que “[e]l problema crucial es buscar las raíces de la dominación y actuar sobre ellas en lugar de limitarnos al desgaste permanente de luchar contra un producto ya hecho.”[2]
Uno de los instrumentos que ha permitido que ésta dominación suceda es la educación. Si bien es cierto que las personas hoy tienen un bagaje más amplio de conocimientos gracias a los procesos de alfabetización y a la creación de instituciones educativas en todos los niveles, no es menos cierto que las y los educandos son objeto de un permanente bombardeo de informaciones que, disfrazadas de pensamientos y reflexiones filosófico-científicas, no tienen otro propósito que crear sujetos acríticos, areflexivos, obedientes y sumisos a la autoridad para que actúen como verdaderos esclavos felices del sistema explotador capitalista.
En su libro “El rapto de Higea”, García Blanca dice:
La educación no es una panacea de liberación; es un instrumento que puede ser utilizado –y de hecho lo es– con fines radicalmente opuestos. Es cierto que la ignorancia de los pueblos facilita su esclavitud; pero en los tiempos de la globalización nos enfrentamos con otros modos de dominación que no utilizan la ignorancia, sino precisamente lo contrario: necesitan inculcar en las masas conocimientos y habilidades básicas que permitan la manipulación bajo una capa ilusoria de libertad.[3]
La educación en la sociedad capitalista tiende a eliminar la capacidad de indagar, de cuestionar, de interrogar, de descubrir las contradicciones que se dan en la realidad social y natural.
De este proceso de embrutecimiento educativo se aprovecha la industria mediática para alienar a la población y así mantenerla esclavizada ante lo que ella produce.
Para conseguir sus objetivos, falsimedia, al igual que las instituciones educativas, pretenderá apoderarse del biotiempo de las personas, principalmente del de la niñez y la juventud.
Vicente Romano dice:
El poder de unos seres humanos sobre otros comienza con la apropiación del biotiempo de los muchos por parte de los pocos. El tiempo es un factor de poder. Se suele decir que es el poder el que manda y no la opinión. Pero el poder sólo puede imperar mientras las personas le entreguen su biotiempo y crean que deben someter su tiempo individual a ese poder.[4]
Mediante la apropiación y control del biotiempo de las personas, los medios ambicionan convertirse en los guías políticos y espirituales de un público que por diversas razones, entre ellas justamente la carencia de un verdadero tiempo libre, no va más allá de lo que falsimedia le propone, no acude a otras fuentes distintas a las expuestas por la industria mediática, aceptando, en cierta forma, como válido, cierto y real lo que se dice precisamente en esos medios.
La sociedad capitalista no posibilita a la niñez y a la juventud los espacios necesarios para poder desarrollar actividades culturales y deportivas; el sistema educativo en todos los niveles absorbe a las y los educandos saturándoles de tareas, de deberes. El único escape que en muchas ocasiones encuentran estos grupos, es el consumo adictivo de los programas enajenantes y alienantes que pasan por la televisión. El “Mundo de Disney”, como lo ha hecho desde su creación, juega un rol fundamental en el proceso de estupidización de la niñez y la juventud, sometida a sus brutales creaciones que transmiten mensajes consumistas, colonialistas y neocolonialistas, sexistas, machistas y racistas.
Las y los adultos, en cambio, encuentran como mecanismos de escape luego de una extenuante jornada de trabajo el sentarse frente al televisor para ver las novelas, los noticieros, los programas deportivos o las películas del cine hollywoodense.
En 1880, Paúl Lafargue escribió un ensayo titulado “El derecho a la pereza”, donde hizo una crítica contundente de las condiciones laborales de la clase trabajadora y los mecanismos de sometimiento y explotación utilizados por la burguesía, a la vez que señalaba la necesidad de que las y los trabajadores luchen por su verdadera liberación para tener efectivamente un tiempo libre que les permita dedicarse a actividades relacionadas con las ciencias, el arte y la satisfacción de las necesidades elementales del ser humano. Los capitalistas, a través de sus industrias de la mentira, repiten hasta la saciedad que los pueblos deben laborar más y más para progresar. Lo que no dicen es que en la sociedad capitalista sólo un grupo de personas trabajan y que de el resultado de esa actividad se apoderan las clases que detentan el poder político y económico que, además, a lo largo del proceso de producción obtienen la mayor parte de sus ganancias por medio de la extracción de la plusvalía, es decir del trabajo no remunerado a las y los obreros.
La industria mediática aparece así como una fuente fundamental para proporcionar a las personas el entretenimiento y las informaciones adecuadas con el objetivo de que puedan disipar sus momentos de tensión laboral, además de nutrirse de las ideas necesarias para tener un amplio conocimiento de la realidad y el mundo. ¿Quién puede entonces oponerse a tan altruista tarea?
Las y los periodistas, o las y los que fungen como tales sin serlo, puestos al servicio de falsimedia, no se cansarán de repetir una y otra vez lo indispensables que son las producciones de su industria para los colectivos humanos, porque a través de ellas la gente puede divertirse, reír, llorar, elevarse académica y espiritualmente.
Lo que no les conviene exponer es quiénes se encargan de determinar, seleccionar y manipular los contenidos que cada medio va a dar a conocer a la gente.
Vicente Romano señala que “lo que importa no es que los medios y los mensajes de la industria de la conciencia sean manipulados o no, sino quién los manipula y en provecho de quién, al servicio de qué intereses.” [5]
El comunicólogo español dice además que:
En lo que se llama “sociedad libre de mercado”, el cometido de la industria de la comunicación […] estriba en producir beneficio, más aún, en estimularlo y, sobre todo, en manipular a la mayoría de la población de manera que no emprendan acciones contra el sistema de economía privada, sino que lo apoyen y extiendan […] Dicho en otros términos, la función primordial de la industria de la comunicación, la conciencia, el entretenimiento o como quiera que se la denomine, en la sociedad capitalista estriba en desorganizar y desmoralizar a los sometidos. Neutraliza a los dominados, por un lado, y consolida, por otro, la solidaridad con la clase dominante y sus intereses.[6]
Las pirañas informativas, que dicen defender la libertad de expresión y pensamiento, buscan, a toda costa, imponer las ideas que defienden los intereses políticos y económicos del imperialismo, la burguesía y la oligarquía a nivel mundial. Pluralistas como son, atacaran diaria y permanentemente todo proyecto social que exprese teórica y prácticamente su oposición al capitalismo. Las palabras socialismo o comunismo son presentadas como sinónimos de totalitarismo, represión e ineficacia. En la selección informativa, no sólo de carácter noticioso, aunque principalmente en ella, los medios constantemente ponen énfasis en señalar que sólo bajo un régimen de economía de mercado se puede vivir en plena libertad, en democracia. La explotación social, el saqueo de los recursos naturales por parte de las transnacionales capitalistas, la polarización cada vez mayor entre ricos y pobres, la inexistencia de espacios reales de participación política y de expresión para los colectivos sociales, no son hechos dignos de ser señalados en los medios de la mentira.
Para imponerse y lograr en cierta forma el control hegemónico ideológico y cultural, acuden a la utilización del terror como un mecanismo de cooptación y amedrentamiento de las personas que, en determinadas circunstancias pueden verse impelidas al ejercicio de la violencia o a la parálisis social.
Las cadenas televisivas venezolanas RCTV y Globovisión, así como los periódicos El Nacional, El Universal o el líbelo Tal Cual son ejemplo del poder de los medios para provocar psicosis colectivas, lo cual constituye un problema de salud pública, debido al daño mental que han causado principalmente en la niñez y juventud venezolana. Incitar al magnicidio del presidente Chávez, propiciar el odio hacia Cuba, mentir sobre la situación económica venezolana, fabricar informaciones para que la gente ataque al gobierno venezolano, etc. es la forma perversa como lleva adelante su tarea falsimedia.
El film de Silvester Stallone, The Expendables, que se estrenará en el mes de agosto de 2010, refleja que la industria mediática trabaja conjuntamente con el aparato militar y de espionaje estadounidense para, a través del cine, justificar sus futuras acciones criminales o las que ya han cometido. En esta película se hace referencia a la intervención de un comando estadounidense para asesinar a un “dictador” latinoamericano que ya lleva veinte años en el poder, así como para neutralizar a las naciones que lo apoyan. El film, aunque no hace una referencia directa a Chávez y a Venezuela, deja expuesto en forma sutil que precisamente de quien están hablando es del presidente venezolano y de su país.
Los ataques de falsimedia a nivel mundial contra el presidente Hugo Chávez son despiadados. El gobernante bolivariano es presentado como un autoritario, prepotente, ambicioso, chabacano y grosero, el mismo que mantiene sometido al pueblo venezolano a un feroz control y que ha conducido a ese país a la debacle económica. Los logros alcanzados por su gobierno en materia política, económica, social, cultural, etc. son silenciados, así como los ataques de los que es objeto por parte de la oposición golpista.
En el programa “Día siete” transmitido el domingo 28 de febrero de 2010 por la cadena televisiva ecuatoriana Teleamazonas, Jorge Ortiz “informaba” que “mientras Chávez quiere perpetuarse en el poder, Uribe había aceptado calladamente la decisión de la Corte Constitucional de Colombia”. Sobre la forma en que fue reelegido por primera vez el presidente de Colombia, gracias a la acción de los narcoparamilitares, falsimedia no dice nada. Por el contrario, Uribe es presentado como un gobernante democrático, con una alta aceptación popular, olvidando los crímenes que ha cometido contra el pueblo colombiano, su servilismo al imperialismo yanqui, así como su vinculación directa con el narcotráfico y el paramilitarismo.
Los terroristas mediáticos son fabricantes de demonios. Desconociendo la lucha de los pueblos, su historia de resistencia y rebeldía, falsimedia ataca a las organizaciones revolucionarias, en armas o no, así como a las y los luchadores sociales, estigmatizándoles para transformarles en los seres y agrupaciones más nefastas para los pueblos. Esa es la estrategia que por ejemplo lleva adelante el gobierno narcoparamilitar colombiano respecto a la insurgencia armada en ese país, así como con relación al presidente Chávez. Y son los medios, no sólo colombianos, sino en el mundo entero que, en unidad de acción, ponen en ejecución la propaganda negra elaborada por el imperialismo yanqui y la oligarquía santanderista.
Falsimedia descontextualiza, desinforma, deja de lado las contradicciones sociales, oculta las causas reales que producen determinados hechos tanto sociales como naturales. No les interesa que la gente se detenga a pensar sobre lo que le están diciendo. Su objetivo es formar seres acríticos, autómatas. Basta que a través de la industria mediática se diga algo, para que se considerado como real. El público debe asumirlo así. No deben darse el trabajo de investigar si en realidad las cosas son como propone o no la industria de la mentira.
“El régimen cubano es el que mayor número de presos políticos mantiene en el mundo”, afirman. Luego de que se conoció sobre la muerte del ciudadano cubano Orlando Zapata, falsimedia no perdió la oportunidad para, una vez más, atacar al gobierno revolucionario y publicar un sinnúmero de falsedades. Jorge Ortiz de Teleamazonas,
lfonso Espinosa de los Monteros de Ecuavisa, Andrés Carrión de Canal UNO, mediocres exponentes del periodismo ecuatoriano, no dudaron en ningún momento en utilizar todo tipo de epítetos para referirse al gobierno de la Isla. “Régimen tiránico, cruel y despiadado”, “dictadura que mantiene encerrados a 200 presos políticos, de conciencia, muchos de los cuales son periodistas, poetas e intelectuales, los mismos que se hallan en condiciones infrahumanas, a la vez que la población vive una pérdida constante de la libertad y está sometida a una vigilancia constante”, son las maliciosas aseveraciones que esos nefastos personajes, aprovechándose de la impunidad que gozan por estar tras cámaras, dicen respecto a Cuba. De la política criminal norteamericana contra la Isla, del financiamiento a los mal llamados disidentes, que no son otra cosa que mercenarios al servicio de una potencia extranjera, de los crímenes perpetrados por terroristas como Posada Carriles contra el pueblo cubano, el mismo que vive tranquilamente en EEUU, falsimedia prefiere mantener silencio.
Hipócritas, cobardes y serviles como son, no se atreven a rectificar las mentiras que exponen.
Orlando Zapata era un delincuente común, cooptado por la contrarrevolución, la misma que lo condujo al suicidio. Nunca recibió malos tratos. Por el contrario, recibió atención médica de primera con el objetivo de salvarle, tras mantener una huelga de hambre de 85 días para exigir que en su celda haya una televisión, cocina y teléfono personal, cosas que en cualquier régimen carcelario hubiesen sido rechazadas. Fue la madre de Zapata la que expresó a los médicos su gratitud por la atención que le estaban proporcionando, para luego cambiar su versión y así continuar cobrando los dineros que la mafia de la gusanera de Miami le seguirá proporcionando mientras le sea útil a la campaña de difamación contra la Revolución Cubana.
¿Por qué no exponen y dan a conocer eso Ortiz, Espinosa de los Monteros, Carrión? ¿Por qué en los superficiales “análisis” del periódico Hoy o en los escritos banales de Thalía Flores no se señalan estos datos?
Mientras sobredimensionan y falsifican los hechos sucedidos alrededor de la muerte de Zapata, a falsimedia no le interesa dar a conocer que en Colombia, país al que ponen como uno de los modelos de democracia, se hayan encontrado en La Macarena, departamento del Meta, una de las mayores fosas comunes en la historia reciente de América Latina, en la cual yacían dos mil cadáveres de personas asesinadas por fuerzas militares y paramilitares de ese país. De igual manera, para falsimedia el asesinato de líderes populares en Honduras por parte de escuadrones de la muerte que son instrumento del régimen espurio de ese país, tampoco merece ser expuesto al público.
La doblez de la industria política-mediática y sus lacayos que fungen como periodistas es tal, que pretenden aparecer como defensores del medio ambiente o estar preocupados por su destrucción, claro está sin identificar las causas reales de estos hechos que están en la existencia del irracional sistema capitalista. Mientras exponen sus preocupaciones, estos mentirosos no tienen ningún escrúpulo en ser los defensores de un modelo económico que se sostiene en base al fomento del consumismo por medio de la publicidad de todo tipo de productos inservibles, para lo cual fabrican en la mente de las personas todo tipo de necesidades. En vez de atacar al sistema, a las transnacionales capitalistas y a las clases que detentan el poder, la industria mediática acusa a la naturaleza de ser causante de desastres, de catástrofes, cuando ella es víctima de la destrucción causada por este modelo económico depredador. Estos farsantes son los que ocultaron al mundo el nefasto papel de la administración de Barack Obama en la Cumbre de Copenhague sobre el clima, celebrada en diciembre de 2009 en Dinamarca, escenario en el cual los países ricos, causantes en gran medida de la destrucción ecológica, querían hacer que las naciones pobres asuman los mayores sacrificios frente a lo que ellos han provocado, deslindándose de sus responsabilidades en cuanto a la destrucción del planeta.
Los marrulleros mediáticos dicen estar preocupados por lo que pasa en el mundo, por los fenómenos naturales que se están sucediendo unos a otros, cada vez con más fuerza, provocando que muchas poblaciones sufran los estragos del ecocidio al que hoy se enfrenta el planeta provocado por el capitalismo, el cual pone en serio riesgo la propia existencia de las y los seres humanos.
Pueblos y países que a lo largo de su historia han sufrido la explotación colonial y neocolonial capitalista, el saqueo de sus recursos, la intromisión en sus asuntos políticos, sólo aparecen en falsimedia cuando han sido devastados por algún ciclón, terremoto u otro fenómeno natural. El caso más reciente es el de Haití, nación a la que desde el siglo XIX el imperialismo francés y luego estadounidense sometieron a un brutal bloqueo, rapiña y explotación por el delito de haber sido el primer país de América Latina y el Caribe en haber alcanzado su libertad. De la dominación imperialista los medios no hablan. Se conmueven por lo sucedido tras el terremoto que tuvo lugar allí el pasado 12 de enero de 2010, que provocó la muerte de más de 200 mil personas, la destrucción del país y pérdidas millonarias. Pero del terremoto social provocado por la dominación imperialista o el respaldo de EE.UU. a los corruptos gobernantes haitianos como lo fueron los criminales François Duvalier, “Papa Doc”, y su hijo Jean-Claude Duvalier, no explican mayor cosa. En Haití el 85 % de la población vive por debajo de los niveles de pobreza.
Por otro lado, el tratamiento mediático llevado a cabo por las cadenas de televisión CNN y Fox sobre el terremoto y la situación del pueblo haitiano fue morboso y atentatorio contra la dignidad de las y los haitianos, al pretender elevar su rating de sintonía por medio de la espectacularización de los hechos y la conversión de sus enviados en una especie de “salvadores” y “caritativos” héroes que frente a las cámaras cumplieron bien ese papel. Mientras esto sucedía y se hacía referencia a la “humanitaria ayuda militar” gringa, se dejaba de lado la valiosa e importante asistencia de las y los médicos cubanos que desde antes del terremoto ya cooperaban con el hermano pueblo de Haití, en las condiciones más difíciles.
Falsimedia, responsable de la intoxicación y envenenamiento masivo de la población, pretende imponer a los colectivos sociales sus gustos culturales en todos los campos. Si ella dice que tal o cual cantante son buenos, la gente debe oír lo que le proponen. Igual sucede con el cine. El más reciente caso es el de la película Avatar. Los noticieros de la televisión ecuatoriana en sus espacios dedicados a la farándula y el “entretenimiento”, no perdieron la oportunidad para inducir a la gente a que vean, la que según palabras de los “expertos” periodistas del séptimo arte es una magnífica película, en la cual, además, se hace una defensa del medio ambiente. ¡Ahí se aprecia lo que es el Yasuní! exclamaban conmovidos los “ecologistas” mediáticos, refiriéndose a esa región maravillosa de la Amazonía ecuatoriana que se halla en peligro.
Un film en el que se invirtió 150 millones de dólares, aburrido, predecible y reiterativo en su argumento, en el cual en ningún momento el sistema capitalista es presentado como responsable de la catástrofe ecológica, donde la destrucción del ecosistema de Pandora es el resultado de la acción de individuos crueles (civiles y militares), donde los pueblos indígenas (Navis), en un cambio discursivo de la industria hollywoodense, son presentados como tribus de seres místicos, inocentes, llenos de sabiduría, aunque sin dejar de expresar celos, egoísmo, machismo y mecanismos de dominación interna cuando ven que sus hembras se enamoran de un extraño, al estilo de Pocahontas, producción en la que como señala Nicolás M. Rey no hay propiamente una defensa de la ecología, sino un cambio de estrategia del imperialismo para apoderarse de los recursos naturales[7], pretende ser presentada como un película de calidad.
No es nuevo. La industria mediática tiene que defender sus mediocres producciones y hacerlas pasar como buenas. Un mecanismo para resaltarlas es la entrega de los premios Óscar, espectáculo diseñado por los poderosos de la industria cinematográfica estadounidense para, en la mayoría de casos, premiar precisamente a los filmes de mala calidad que producen y así posibilitar que se promocionen, difundan y comercialicen en el mercado, acompañados de toda serie de productos destinados a idiotizar principalmente a la niñez y la juventud.
Para no morir envenenados por el consumo de estos tóxicos mediáticos, los pueblos deben organizarse y luchar no sólo por el establecimiento de legislaciones que regulen lo que la industria mediática hace o para tener un acceso limitado a los medios, sino fundamentalmente para cambiar este sistema alienante, embrutecedor y explotador y así lograr el control efectivo de la tecnología mediática para que los colectivos sean los verdaderos hacedores de sus producciones comunicacionales.

Dax Toscano Segovia

[1] Vicente Romano. Comunicación, poder y democracia, Cuadernos de Pensamiento Marxista No. 31, p. 57
[2] Jesús García Blanca. El Rapto de Higea, Virus Editorial, Barcelona, 1999, p. 76
[3] Ibid, p. 77
[4] Vicente Romano. Op. Cit., p. 54
[5] Ibid. p. 56
[6] Ibid.
[7] Nicolás M. Rey. Avatar y el discurso ambientalista. http://www.lahaine.org/index.php?p=43372

 

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