Seminario por el reagrupamiento de la izquierda y los luchadores

 

Documentos del PCT

 

ALGUNAS BREVES CONSIDERACIONES SOBRE LAS TAREAS FUNDAMENTALES DE LA ÉPOCA

Como acertadamente se dice, en cada momento histórico la peor batalla es aquella que no nos atrevemos a enfrentar. Pero si bien la decisión política es la clave, al mismo tiempo hay que definir cuál es el frente fundamental donde se jugará el triunfo o la derrota. Dadas las circunstancias actuales, creemos que en el conjunto de las actividades a desarrollar hay un par de tareas centrales, prioritarias: la construcción de una organización revolucionaria y la unidad para la edificación de un nuevo tipo de poder obrero y popular, a fin de concretar las transformaciones de fondo que nuestro país necesita. Estas tareas, estrechamente entrelazadas, conforman el eslabón principal que permite impulsar hacia adelante toda la cadena de acontecimientos. A la vez, esta definición política permite deslindar los campos con el dogmatismo esquematizante y con el oportunismo reformista, que por el contrario busca mantener siempre el status quo vigente.

Sobre la organización revolucionaria, sus métodos y su trabajo por la unidad

En nuestra opinión hay que partir del principio leninista que considera que toda organización revolucionaria nace y se desarrolla no en un laboratorio sino en la lucha; por lo tanto, no hay vanguardias autoproclamadas, ni revolucionarios autoproclamados, puesto que todo espacio político se gana en el seno de las batallas de clases, con claridad y firmeza de ideas y un inquebrantable espíritu combativo. Al respecto, conviene también recordar que el Che, un rebelde antidogmático por excelencia, tuvo una permanente preocupación no sólo por los aspectos organizativos, sino y especialmente por la educación de los militantes y las masas populares, cuestión que sintetizó en una fórmula sencilla: Revolución - amplia participación popular - educación - mayor conciencia y participación efectiva. Esta concepción también estaba contenida en su conocida frase: “La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela”. Se trata nada menos que del desarrollo del Hombre Nuevo, adjudicándole un papel decisivo al crecimiento de la conciencia de clase. Si es que queremos marchar seriamente hacia una nueva sociedad, estos preceptos deben aplicarse desde ya en la construcción de una auténtica organización revolucionaria, que desde un comienzo hay que transformarla en una gran escuela ideológico-política marxista leninista, con criterio humanista (el ser humano centro y objetivo de todas nuestras preocupaciones), enlazada por supuesto a la práctica viva de las luchas populares, en el convencimiento de que, sin soberbia, se enseña aprendiendo, en un ida y vuelta permanente. Se expresa así la unidad e interrelación dialéctica entre la teoría y la práctica y la necesidad de ganar la batalla ideológico cultural, premisa básica para triunfar en el conflicto social. Asimismo, se puede y se debe analizar la trayectoria de la izquierda en la Argentina, pero sin caer en el extremo de convertir la crítica de sus errores en una constante autoflagelación colectiva, sino también en una valiosa fuente de aprendizaje, por cierto a partir del reconocimiento sincero de las equivocaciones cometidas y esforzándose por superarlas. Además, esta es la forma efectiva de asegurar que cada militante tenga una real participación no sólo en la realización de tareas prácticas (“practicismo”), sino también y especialmente en los debates y en la toma de decisiones políticas, aproximándose así a una verdadera democracia interna, dejando atrás una concepción verticalista-autoritaria propia de la cultura burguesa (los de arriba piensan, los de abajo hacen). En una palabra, como lo soñara Marx, se trata de que el Hombre sea el actor conciente de la historia; sino aquello de que el socialismo es obra de los pueblos, y no de un grupo mesiánico de “iluminados”, puede quedar sólo en una frase formal. Por otra parte la misión histórica hoy y aquí de una organización revolucionaria consiste en ir superando el importante distanciamiento que existe entre una favorable situación objetiva y el atraso del factor subjetivo, de conciencia y organización. Para ello será necesario denunciar mucho más ampliamente y enfrentar de todas las formas posibles, incluso en una dimensión latinoamericana, las estrategias político-militares de EEUU y sus aliados locales, que resumidamente se dan en esta etapa los siguientes objetivos: En el plano económico: mantenimiento y profundización del “modelo” neoliberal capitalista, aunque con un mayor sesgo exportador, cuyos pilares esenciales son: seguir fijando un dólar alto, salarios bajos y fuerte superávit fiscal para garantizar el pago de la deuda externa, sin preocupación seria por la deuda interna. En el plano político: dar continuidad a este proceso por medio de una táctica de impulsar gobiernos “progresistas”, centristas, a fin de descomprimir y desviar las luchas populares en alza ante los efectos devastadores del huracán neoliberal. Es decir, gobiernos de derecha con lenguaje de izquierda, incluso utilizando intelectuales y revolucionarios de los 60 y los 70, arrepentidos y domesticados, fieles predicadores del “posibilismo” y de la “teoría del mal menor” En esta cuestión, tener presente que la llamada “tercera vía” o la “centroizquierda” vienen a consolidar la nefasta revolución neoliberal, no a combatirla. La nueva táctica, o los “golpes blandos” como algunos investigadores los denominan, está lamentablemente recorriendo buena parte de América Latina, de la mano de los Kirchner, los Lula, los Lagos o Bachelet, los Tabaré Vazquez, y también Evo Morales, si es que el pueblo boliviano no reacciona a tiempo. No caer en falsos dilemas, pues todos ellos juegan el mismo juego: salvaguardar al sistema. En el plano militar: custodiar la integridad institucional y política de las FFAA y confirmar la reformulación de su rol como guardianes de estas falsas democracias, o “democracias dependientes”. Esto no es obstáculo para que si la gravedad de los acontecimientos lo exigen, volver a los “golpes duros”.

Claro que otra importante y preocupante característica de la actual etapa es la debilidad de las fuerzas populares para construir una alternativa real, político-organizativa, al proyecto imperialista. Por lo tanto, el desafío y la labor central es trabajar por la unidad en la diversidad de las fuerzas populares, por un fuerte bloque obrero y popular, en base a un programa acordado en común, luchando en todos los frentes y de abajo hacia arriba por la construcción de esta nueva hegemonía que supone la creación desde el vamos de un autogobierno de las masas, evitando caer en verticalismos autoritarios de cúpulas burocratizadas. No se trata de actitudes “basistas” u “horizontalistas”, sino de la concepción de que el camino -y el necesario cambio de mentalidad- es ir pasando desde el comienzo de una democracia burguesa a una democracia proletaria, plenamente participativa, cuyo ejemplo son las asambleas obreras en cada empresa y quizás la revitalización de las asambleas barriales, o todo tipo de multisectoriales o coordinadoras que se formen incluso en el movimiento estudiantil, agrario, etc. En este sentido es un hecho a destacar el que se haya conformado el Movimiento Intersindical Clasista, al cual pensamos que debemos dar todo nuestro apoyo. Tener presente también que en un país como el nuestro, con altos porcentajes de desocupación, se hace imprescindible la unidad de los trabajadores ocupados y desocupados. En realidad, nos estamos refiriendo a ir creando los órganos de un nuevo poder, cuestión que trataremos más adelante, puesto que no hay terceras posiciones. La opción es la perspectiva revolucionaria de liberación nacional y social, que en el continente representan hoy Cuba y de alguna manera el rumbo tomado por las masas en Venezuela, o convertirse en “operadores progres” de la dependencia neocolonial. En definitiva, no hay liberación nacional sin liberación social, es decir, no dentro sino rompiendo con el sistema capitalista y avanzando hacia una nueva sociedad, socialista. En el marco de esta realidad tan compleja y difícil, la construcción de una organización revolucionaria entraña en primer lugar una mentalidad firme y creadora, apoyada en una constante capacitación y análisis profundo de nuestras particularidades nacionales, que es todo lo opuesto a copiar recetas y fórmulas dogmatizadas, como han hecho todas las organizaciones de izquierda, ya sean de tendencia stalinista, trostkista, maoísta, e incluso la izquierda peronista. Fue una especie de transversalidad dogmática que corresponde a toda una etapa oscura del pensamiento socialista, con abandono del marxismo y su metodología dialéctico-materialista, que interrumpió la maravillosa luminosidad de la “herejía” de la revolución cubana, sintetizada en la obra teórica del Che, a la que hay que recurrir constantemente. Estrechamente metida en las luchas de nuestro pueblo, esta organización no puede convertirse en una secta cerrada que imponga catecismos elaborados en otros tiempos y realidades (URSS, China, Cuba, Vietnam, etc) dándole la espalda a la creación popular y a la historia de sus luchas. De modo tal que esto obliga a conocer más la historia de nuestro país, de la cual sabemos poco y en una visión deformada por la historiografía liberal. Tendrá que superar también la pesada herencia de las concepciones organizativas de la mencionada actitud mecanicista y dogmática, que abandonando el pensamiento dialéctico, divide aspectos que siempre funcionan intervinculados, como por ejemplo teoría y práctica, democracia y centralismo, dirección y base, lo general y lo particular, la parte y el todo, etc. En lo que se refiere a combatir las prácticas burocráticas y autoritarias conviene tener constantemente en cuenta que un proceso democrático y participativo presupone por lo menos atravesar ciertos momentos claves antes de tomar decisiones políticas:
-   Analizar y expresar las circunstancias económico, político y sociales, con la mayor profundidad y exactitud posibles, mediante el método dialéctico materialista y un enfoque de clase.
-   Mayor participación colectiva y democrática, impulsando un amplio debate de ideas a todo nivel, pero comenzando desde la base, desde la imprescindible organización básica, previo a cualquier toma de decisiones y con respeto a todas las posiciones esgrimidas. Considerar que esta es la única manera de lograr una disciplina partidaria no militar, sino conciente.
-   Por último, un riguroso e infaltable balance crítico y autocrítico, que permita un sano y auténtico desarrollo de una organización que pretende ser revolucionaria. La homogeneidad política e ideológica de este tipo de estructura es un valor importante, pero a condición de que se logre en un clima de plena libertad, de debate democrático en el conjunto de la organización y de tolerancia a la diversidad de opiniones, sin censura o condicionamientos. No al acuerdo de cúpulas, luego impuesto de alguna manera a las bases, conformando lo que se da en llamar “militantes robots”. Estamos refiriéndonos directamente al reemplazo liso y llano que se hace del centralismo democrático por un centralismo burocrático, de élites políticas y dirigentes personalistas que lo digitan todo. No dejar de tener en cuenta tampoco que la gente común conoce más a un partido por la conducta y actitudes de sus militantes que por sus publicaciones o documentos. Es que primero se llega por los afectos. Si no te estiman no te escuchan, o sólo lo hacen formalmente, o lo que es peor aún, con prejuicios negativos. En general se puede afirmar que les atrae, ante todo, el espíritu de lucha, el humanismo, las firmes convicciones junto a la fexibilidad y comprensión frente a las distintas opiniones. Son a la vez rechazadas las actitudes soberbias y paternalistas, con total falta de humildad, que caen en el esquematismo y la dureza extrema. El respeto, como la verdadera autoridad, se ganan, no se imponen como por decreto

Sobre la identidad político ideológica

Muy sucintamente queremos señalar que la identidad político - ideológica de una organización revolucionaria no consiste únicamente en principios teóricos generales, abstractos, sino también históricos concretos (unidad de lo general y lo particular), como ser: 1. Considerando que el nuestro es un país capitalista dependiente, se hace necesario un inclaudicable perfil antiimperialista y anticapitalista, considerando este proceso de lucha en un desarrollo ininterrumpido, cuyo objetivo es el socialismo, tal como ya lo hemos anticipado. Es decir, aparece así correctamente el partido como un instrumento para un objetivo preciso y transformador de fondo y no como un fin en sí mismo. Se dejan también atrás las desviaciones reformistas del “etapismo” fundamentado erróneamente en el supuesto papel antiimperialista de una burguesía nacional que por el contrario se fue transformando prácticamente desde un comienzo en cómplice y socia de la penetración de las multinacionales. 2. El reconocimiento del que el mencionado objetivo socialista sólo puede ser alcanzado si la clase obrera en alianza con los demás sectores oprimidos y explotados, toman por la vía revolucionaria el poder político. Esta concepción se basa en la conocida tesis de Lenin de que el poder es el problema fundamental de la Revolución. En consecuencia, estamos ante una cuestión esencial a resolver: no se puede reemplazar al poder burgués, al que hay que demoler lo más rápido posible, sin crear con anterioridad un nuevo poder proletario y popular. En una palabra, sólo puede triunfar y liberarse una clase dominada, si previamente es capaz de crear su propio poder. Sobre la base de esta conclusión principal, solo podrá considerarse revolucionaria una organización que impulse como su actividad política central la construcción de dicho poder (“vocación de poder”) En la cada vez mayor complejidad de la sociedad contemporánea, afectada fuertemente en todos los sectores sociales por un formidable salto en la internacionalización del Capital Financiero, vinieron apareciendo en distintos países cada vez más destacamentos que se consideran revolucionarios, que incluso adhieren al marxismo y que realizan un serio aporte a la lucha general liberadora. Por tal motivo, nadie con absoluta soberbia puede considerarse la única izquierda o “el ombligo de la izquierda”, sino como un destacamento más que aspira a impulsar un diálogo amplio y fraternal en la búsqueda de una unidad superior cimentada en los más claros y honestos luchadores de nuestro pueblo. Ningún grupo o partido puede por sí sólo conformar el necesario y poderoso ejército de la revolución. Además, esta diversidad de organizaciones político-sociales no perjudica, por el contrario enriquece al movimiento transformador y apunta a modificar la aún desfavorable relación de fuerzas existente si es que somos capaces de romper con viejos vicios como el hegemonismo y el sectarismo que aún nos siguen atomizando y provocando que el enemigo siga manteniendo la iniciativa. 3. Tener siempre en claro que somos parte activa de un proceso de transformación social a nivel mundial. Esto significa mantener constantemente en pie el principio del Internacionalismo Proletario, que incluye concretamente en la actualidad el apoyo y la solidaridad con Cuba y el auspicioso proceso abierto en Venezuela, la lucha del pueblo Boliviano así como con la lucha de todos los pueblos del mundo, en especial Irak, Afganistán, Palestina y Haití. En este último caso creemos que corresponde seguir levantando la consigna del retiro inmediato de todas las tropas extranjeras de ese país hermano, que actúan en colaboración con la invasión yanki, y en particular de los militares argentinos enviados por el gobierno de Kirchner. 4. La teoría revolucionaria que expresa los intereses de la clase obrera es el marxismo-leninismo, desde ya superando toda interpretación dogmática, mecanicista, economicista del mismo, tratando siempre de aplicarlo creadoramente de acuerdo a la realidad de cada país. Se concibe así la teoría como guía para la acción, incorporando al mismo tiempo todos los aportes de los distintos procesos revolucionarios y de los grandes pensadores como Gramsci, Trostky, Rosa Luxemburgo, Mariátegui, Fidel, el Che, etc. Creemos que hay que partir justamente del concepto de Mariátegui, cuando con toda lucidez nos decía “El marxismo es el único modo de proseguir y superar a Marx”. Para terminar, no podemos dejar de recordar en esta particular circunstancia que nos toca vivir, que en el año 1918 el grupo “Espartaco”, liderado por Rosa Luxemburgo, se separó definitivamente del reformismo del Partido Socialista Alemán y pasaron a fundar el PC de ese país. Rosa señaló entonces en su discurso final: “Ahora, camaradas, nosotros vivimos el momento en que podemos decir: estamos de nuevo con Marx, bajo su bandera”. Ojalá en algún momento de nuestra lucha podamos proclamar con todo entusiasmo esta verdad ante nuestro pueblo


LA NECESIDAD DE LA HERRAMIENTA REVOLUCIONARIA; SUS CARACTERÍSTICAS

La crisis del movimiento revolucionario

La cuestión fundamental a resolver para aquellos que nos consideramos revolucionarios es, justamente, cómo llegar a hacer la Revolución. Y hay que hacer hincapié en el verbo “hacer”, porque implica que el cambio social de raíz no vendrá por “acción divina” o “causas naturales”, ni por la “fatalidad” regida por un supuesto determinismo histórico, sino por la acción consciente de, al menos, un sector importante de la población, en defensa de sus intereses y en el marco de la lucha de clases. Para aquellos que nos consideramos marxistas, el cambio social tiene a la Revolución como estrategia y al Socialismo -como transición a la sociedad sin clases, el Comunismo-, como objetivo. Es evidente que así como el Capitalismo está en crisis (justamente, por ser un sistema que se desarrolla en base a la contradicción de intereses de clase irreconciliables, siempre lo está; es decir: el capitalismo es un sistema de permanente generación de crisis; lo que varía es la intensidad de éstas, y ello depende del grado de resistencia de las mayorías a ser explotadas y/o marginadas por las clases dominantes), el movimiento revolucionario mundial también lo está. Podemos buscar una de las causas en la inexistencia de una Dirección nítida, luego del fracaso del experimento soviético. Sirvan como ejemplos dos procesos emblemáticos: la Revolución Cubana sobrevive en permanente asfixia, y depende de esperar, fomentar y apuntalar experiencias antiimperialistas al menos en Latinoamérica, para tener esperanzas de subsistencia futura, lo cual la obliga en el mientras tanto -sin bajar la bandera de la dignidad- a adoptar políticas de mercado para captar inversiones de capitales externos; China ha girado claramente hacia el capitalismo, tanto que no sólo admite, sino que promociona, la existencia de 100 millones de ricos -muchos de ellos burócratas del PC Chino- en su sociedad “socialista”. Podríamos incluir también una referencia a los gobiernos “frentepopulistas” de la “nueva ola” en Latinoamérica (PTen Brasil, Frente Amplio en Uruguay, incluso Kirchner y su peronista Frente para la Victoria), que directamente han renunciado a proyecciones de liberación social, mientras imponen a sus pueblos las recetas neoliberales exigidas por el imperialismo. En definitiva, ya no hay verdades reveladas. En ese marco, la dispersión puede aparecer como consecuencia inevitable del proceso histórico. Sin embargo, creemos que la autoproclamación vanguardista, la acción de aquellos núcleos que actúan como si fueran los exclusivos poseedores de la verdad, el desprecio por el pensamiento del otro -prácticas que llevan a la división permanente y al sectarismo-, son datos concretos que apuntan a la responsabilidad de los sujetos que desarrollan la actividad político-revolucionaria. La peor expresión de esas prácticas es la burocratización, que termina siendo un fin en sí misma, por lo cual adquiere un carácter claramente reaccionario. En Argentina, el movimiento revolucionario, sobre todo el marxista, ha dado -y sigue dando- pruebas acabadas de su incapacidad para constituirse en opción de poder para las mayorías asalariadas, desocupadas y sumergidas del país. Esta evidente incapacidad y su consecuente sucesión de fracasos ha abierto una instancia de aparente y -de ser genuina- auspiciosa autocrítica en las organizaciones de nuestro espacio político-ideológico. En consecuencia hoy está más vigente que nunca aquella cuestión que planteábamos al principio: ¿cómo aportar a crear las condiciones para entonces poder aspirar a hacer la Revolución?

La necesidad de la organización política de los revolucionarios

Por supuesto que, hoy y aquí, no es posible develar con certeza semejante pregunta, simplemente porque nadie tiene la respuesta: seguramente sería más fácil de hallar si intentáramos buscarla sumando todas las subjetividades que apuntan a ese objetivo, en vez de enfrentarlas. Pero sí sirve como disparador para mencionar ciertos planteos que hoy se están realizando en esa dirección, fundamentalmente en el intento de generar las herramientas necesarias para provocar el cambio social. En primer lugar habría decir que, evidentemente, las condiciones objetivas para ese cambio existen desde que el primer hombre explotó a otro; y que en la actualidad somos testigos de la monstruosa expansión de esas condiciones, a la vista de las estadísticas que nos hablan de la miseria esparcida por el mundo, condición absolutamente necesaria para que una ínfima parte de la humanidad viva rodeada de privilegios. Baste mencionar que los cuatrocientos mayores potentados de la tierra reúnen riquezas que equivalen a juntar los ingresos de la mitad de la población mundial, es decir, de tresmil MILLONES de seres humanos; que las 5/6 de la población son pobres; que mil millones pasan hambre; o que millones de seres humanos mueren por año a causa justamente del hambre y de enfermedades curables. La cuestión germinal, entonces, es cómo generar las condiciones subjetivas. Y es allí donde comienzan las responsabilidades de los revolucionarios para tratar de abordar con humildad, con sabiduría y en relación dialéctica los procesos históricos. Para nosotros, la lucha por la reivindicación de los derechos de los trabajadores y el pueblo no produce en sí misma conciencia revolucionaria. Hace falta el factor político. Podemos volver entonces con mayores argumentos a lo que comentábamos más arriba; en Argentina, debido a la experiencia de continuos fracasos, se están revisando (y cuestionando) prácticas tales como la autoproclamación vanguardista, el sujeto revolucionario, el rol de las direcciones, de los partidos, la conformación de los frentes (ni hablar de las concepciones neo-anarquistas, que niegan la pelea por el poder y la apropiación de los medios de producción y servicio por parte de las mayorías explotadas y sumergidas, y se contentan con generar modos de producción y reparto semiprehistóricos, que terminan legitimando la socialización de la miseria y siendo funcionales a los intereses de las clases dominantes). Algunos de los replanteos más osados de sectores revolucionarios que se consideran marxistas (e incluso leninistas) llegan al extremo de plantear casi la prescindibilidad de una dirección al menos al principio del proceso, argumentando que la generación de un movimiento revolucionario puede darse independientemente de aquélla. Es más: hay corrientes de opinión que enfatizan que las revoluciones las hacen las masas, así, a secas; semejante frase no sólo es demagógica, sino también estrictamente falsa: las masas por sí solas (inmersas en la cultura impuesta por la burguesía, con todo lo que ello implica para el desarrollo de la conciencia de clase) no pueden hacer una revolución, para lo cual hacen falta varios atributos fundamentales: organización, dirección, conciencia de sí, conciencia para sí. Sin ellos, toda explosión popular no pasará de la categoría de estallido. Pruebas de ello sobran en la Historia, y la más reciente para los argentinos son las jornadas surgidas después del 19 y 20 de diciembre del 2001. Como aquéllos atributos sólo pueden introducirse hacia las masas desde fuera de la cultura impuesta por las clases dominantes, sólo a través de la organización y la práctica de los que visualizan el cambio revolucionario del ordenamiento social como única salida para lograr una sociedad justa se podrá cumplir esa tarea (lo cual no implica que esa vanguardia se geste independientemente de los movimientos sociales -algo imposible-, sino que lo hace en relación dialéctica con ellos). Es a partir de ese razonamiento que surge la imprescindible necesidad de la herramienta política que genere las condiciones arriba descriptas. Para nosotros, esa herramienta se llama Partido de la Revolución, organización que hoy no existe y que hay que construir.

Muchos dirán que la sola existencia del Partido de la Revolución no es condición suficiente, que también es necesaria la consolidación de un movimiento revolucionario cuyo horizonte sea la revolución y el socialismo: un argumento absolutamente certero y más que obvio. Pero lo que nos parece imposible de pensar es un movimiento revolucionario que se geste sin la participación de una herramienta política que determine su dirección hacia aquellos objetivos (mucho se ha polemizado sobre este punto y no es nuestra intención desarrollarlo aquí; sí estamos tomando posición al respecto). En síntesis, para nosotros el partido no es condición suficiente, pero sí completamente necesaria, para transformar las luchas reivindicativas de las clases explotadas en un movimiento revolucionario.

Las características de la herramienta política

La organización que pretenda seriamente producir un cambio revolucionario en la sociedad no puede desdeñar la teoría científica que mejor ha explicado el desarrollo de la historia humana, la explotación del hombre por el hombre, y que ha definido al proletariado como la única clase potencial y verdaderamente revolucionaria dentro del sistema capitalista: el marxismo. Tampoco -pensamos- al leninismo, como desarrollo de las tareas organizativas para la praxis. Por eso consideramos fundamental la reivindicación del marxismo-leninismo como fuente ideológica de toda herramienta que se precie de revolucionaria; por supuesto sumándole los valiosos aportes que la han enriquecido a través de los años. Casi está demás aclarar que dicha ideología es todo lo contrario a un dogma: más bien es una herramienta para la acción que niega la posibilidad de lo dogmático al plantear la historia como algo no estanco, sino en continuo desarrollo, y la relación dialéctica entre los sujetos de cambio y los procesos históricos. En definitiva, planteamos que la herramienta, como ya lo hemos venido desarrollando, debe definirse respecto a la ideología (marxista-leninista), a la identidad (comunista), a la estrategia (la Revolución) y al objetivo (el Socialismo para luego llegar al Comunismo). Si bien podemos esperar consenso entre los compañeros respecto de este planteo, la cuestión comienza a complicarse en cuanto a los trazos más finos. Y es que muchas visiones habrá al respecto, y es lógico que así sea, como también lo es respetar esas subjetividades si es que queremos ser coherentes con lo que declamamos: ¿cómo sostener sino que queremos terminar con el capitalismo, entre otras cosas, porque cosifica al ser humano, si no somos capaces de tolerar al compañero que tiene algún matiz respecto a los caminos a tomar para llegar al mismo objetivo que nosotros? En definitiva, lo que creemos debe ser premisa para el desenvolvimiento interno de una organización verdaderamente revolucionaria es el que está basado en el respeto al derecho que cada compañero tiene de hacer sus planteos, sin que ello le signifique ser coaccionado por ningún núcleo corporativo: es decir, en palabras más simples, “aparateado” por un grupo que se considera o actúa como si fuese el dueño de la verdad. En una organización de tal naturaleza, los lineamientos, las políticas, serán la síntesis de todas las subjetividades, y no la imposición de un grupo de “esclarecidos”. Eso no significa hacer una opción por el “horizontalismo”: estamos convencidos de que debe haber una Dirección, pues ésta es completamente necesaria para coherentizar el funcionamiento, hacerlo operativo y repartir responsabilidades. De esta manera, la Dirección no será un grupo de poseedores de la Verdad, sino un conjunto de compañeros -los más aptos a criterio del resto de la militancia- que deberá tomar decisiones en base a la voluntad de esa militancia y no de la suya propia. Si a ello le sumamos reglas claras (Estatuto) que establezcan periódos de tiempo de duración de mandatos de no más de cuatro o seis años por ejemplo, que además no permitan la renovación de los cargos directivos (pero sí su revocación en cualquier momento), la organización adquirirá dos atributos superadores: será objetivamente antiburocrática, y tendrá la necesidad de generar cuadros permanentemente. Además, el centralismo democrático sería por fin una realidad, y no la mascarada de un verticalismo a ultranza. Semejante organización sería un real salto cualitativo en la historia de las organizaciones que se declaman marxistas y revolucionarias en Argentina. Creemos que el método del verticalismo autoritario, las prácticas burocráticas, la no tolerancia a las diferentes opiniones entre los que sostienen un mismo objetivo - cuyo origen identificamos a partir de 1924 en la URSS, seguramente condicionado por procesos históricos que éstas líneas no se proponen discutir-, atravesó a todo el movimiento revolucionario mundial, tanto a los que adherían a tal concepción como a sus opositores acérrimos. Eso es lo que produjo (y produce) la dispersión que atenta contra el objetivo revolucionario. Eso es lo que debemos dejar atrás.

Proponemos entonces una organización cuyo objetivo sea la lucha por el poder desde una perspectiva de clase, basada en la ideología del proletariado. Que se plantee como premisa construir referencialidad y legitimidad ante el pueblo, constituyéndose en vehículo y continente de sus sueños, sus reclamos, sus reivindicaciones y sus luchas, esas que nos permitan a la vez generar el poder popular necesario para aspirar a lograr aquellos cambios revolucionarios que son nuestro objetivo. Una organización que asuma la tarea fundamental de trabajar por la unidad de la izquierda revolucionaria y el campo popular. Una organización que esté en condiciones de dar batalla en todo terreno donde se desarrolle la lucha de clases. Una organización que en lo interno levante las banderas de la democracia proletaria, profundamente revolucionaria y antiburocrática, con mecanismos estatutarios que aseguren estos atributos. Una organización donde se respete a ultranza el centralismo democrático. Una organización donde el debate enriquezca y no sea motivo de ruptura. Una organización que respete las subjetividades de sus miembros, cuyos lineamientos sean la síntesis de todas ellas. Es decir, una organización cuyas políticas surjan del debate interno y fraterno de todos los compañeros. Dejando atrás el verticalismo autoritario, asumiendo la necesidad de la coherencia de una línea definida, podemos resumir: línea única sí (como síntesis), pensamiento único jamás.

Si somos capaces de concretar tal organización, habremos dado un paso gigantesco para la constitución de la herramienta política y el movimiento revolucionarios que necesita nuestro pueblo para su liberación.

En el plano del internacionalismo proletario, en vista de la falta de una dirección nítida, y de la desarticulación y atomización del movimiento obrero y revolucionario mundial, somos partidarios de convocar a una Nueva Internacional que supere todas las diferencias que provocaron aquellas divisiones y homogeinice al proletariado bajo una única dirección internacionalista.


COYUNTURA POLITICA INTERNACIONAL PRINCIPALES RASGOS Y ELEMENTOS.

Un mundo de “Guerra Infinita”

Tratando de contribuir a la ampliación de las fundamentaciones y posturas antiimperialistas nos esforzaremos por aportar a una debida caracterización y análisis sobre el nuevo esquema expansionista ideado sobre la base de la “Doctrina de Guerra Permanente” o “Guerra sin fin”, en el que se resume la actual teoría política imperial luego del atentado a las Torres Gemelas. Con ella, la pandilla neofascista encabezada por el imperialismo yanqui (y la complicidad y beneplácito del cipayaje internacional) ha presentado los parámetros sobre los cuales se intenta configurar a los “nuevos enemigos” del denominado “terrorismo internacional”.

Una primera aproximación nos lleva a afirmar que estamos en presencia de una macabra operación de recolonización a escala planetaria fuertemente marcada por una lógica policíaca, totalitaria y guerrerista, que se corresponde con las definiciones que las cúpulas imperiales han elaborado para abordar la crisis integral que ha generado el carácter transnacional, reaccionario y depredador del “capitalismo globalizado”, que exhibe como única producción las pautas inmorales y degradantes de este presente de genocidio: miseria explosiva y sumisión.

Las verdaderas intenciones del “gendarme global” apuntan a estructurar un mundo en el que las potencias imperialistas, con EEUU a la cabeza, continúen constituyéndose en garantes de los beneficios que sus burguesías obtienen de la globalización del Mercado. Para ello no sólo deben asegurar el desarrollo de sus capitales buscando la apertura permanente de mercados para sus productos y sus transacciones financieras, sino que también deben intentar mantener el nivel de consumo de sus sociedades para evitar estallidos dentro de sus propias fronteras, lo cual las obliga -ambas cosas- a ir a buscar en el resto del mundo aquellos recursos estratégicos que escasean en sus territorios o les resulte más barata su obtención. Esa búsqueda, ante la crisis provocada por el propio sistema capitalista y la consecuente resistencia de los pueblos -que también se ha globalizado-, toma rivetes extremos, pues no reconoce límites para el logro de los objetivos, lo que desenmascara la verdadera esencia del capitalismo: la barbarie. Particularmente para EEUU, lo que no es posible conseguir por medio de la dominación económica, se va a buscar por medios bélicos. Y para ello deben inventarse las causas y sus enemigos: así invadieron Afganistán e Irak, para voltear regímenes creados por ellos mismos (los Talibanes, Hussein) y señalan al terrorismo y a Bin Laden, socio de los Bush, financiado y entrenado por los EEUU durante la guerra fría. De esta forma han estructurado un mundo en estado de guerra permanente, sin límites geográficos y por plazos ilimitados. Bajo la amenaza de que “en esta guerra contra el terrorismo se está con nosotros o contra nosotros”, los nuevos “enemigos” son elegidos a la medida de los antojos e intereses imperiales: todo aquel que no acepte sumisamente su primacía hegemónica o levante su grito de rebeldía contra los designios del gran capital será constituido como “hipótesis de conflicto”, en las que caven Estados, fuerzas insurgentes, revueltas populares, campesinos en lucha, desocupados y toda otra postura o manifestación antiimperialista. Para el mantenimiento de su primacía hegemónica a cualquier precio el imperio impulsa el abandono de todos sus modelos políticos, ideológicos y diplomáticos típicos. Todas las doctrinas: 1) la de “bloqueo” al “peligro rojo” imperante en tiempos de bipolaridad y “guerra fría; 2) la tradicional fórmula de “equilibrio y legitimidad” acuñada por el otrora “halcón” de la política exterior norteamericana, el inefable Kissinger; 3) la “Doctrina de Seguridad Nacional”, de “Conflictos de Baja Intensidad” y las tesis reaganeanas basadas en la tarea de aniquilar toda posibilidad subjetiva de cambios revolucionarios alentados por los triunfos en Cuba y Nicaragua en Latinoamérica, han sido recreadas .

La estrategia de Bush ha introducido la “novedosa” decisión de considerar que si no se logra imponer “su legitimidad”, el “equilibrio” deberá procurarse sin ella. Esto es, que EEUU se arroga el derecho de no atar sus manos a lo impuesto por el Derecho Internacional, ni a las resoluciones ni mandatos de los organismos internacionales, ni a las presiones que emerjan de las condenas y movilizaciones antiguerreristas y antiimperialistas: “Hoy los Estados Unidos gozan de una posición de fortaleza militar e influencia política sin paralelo, buscamos crear un balance de poder que favorezca la libertad humana”. “Haremos consultas, pero que no haya ningún malentendido: tomaremos cualquier acción que sea necesaria para defender la libertad y la seguridad de los Estados Unidos” (G. Bush en su discurso del 7 de Octubre de 2002, a un año de los ataques a Afganistán). He aquí el resultado: “guerras ilimitadas”, “unilaterales” y “preventivas”.

Todo este andamiaje se construye sobre una variedad de mecanismos, pero fundamentalmente sobre tres pilares casi excluyentes y combinados entre sí: 1) la implementación de la lógica de la guerra y el terror a toda escala (“la agresión es la mejor defensa” - “ir en búsqueda de los terroristas a cualquier lugar del mundo”). 2) Conformación de verdaderos “Cuerpos de Prepotencia” puestos al servicio de toda gama de mentiras, chantajes, intrigas, presiones políticas, económicas y diplomáticas (ha quedado claro la descarada manipulación de la excusa sobre la existencia de “armas de destrucción masiva” en Irak y ahora Irán, y como fueron a parar al tacho de la basura todos los informes y recomendaciones de los inspectores de la ONU, y hasta el recurso de utilizar viejos videos trucados para justificar semejante agresión, tal como lo hizo el “progre” de la tercera vía Tony Blair). 3) la declaración de una verdadera “guerra cultural” contra los pueblos mediante la utilización de una descarada manipulación mediática e informativa, y una gran operación de homogeneización de hábitos e ideas funcionales al “pensamiento único”. Los objetivos apuntados en la agenda imperialista actual se dirigen a naturalizar su rol de “policía global” y potenciar la paranoia del estado de “guerra infinita” contra los pueblos, que no solo apunta contra “terroristas organizados” sino también a destruir “planes y amenazas emergentes” como la situación planteada en varios países latinoamericanos en donde juegan un papel destacado los destacamentos aborígenes. Al mismo tiempo, trata de evitar la conformación de alternativas políticas populares que puedan capitalizar la crisis que se evidencia en su sistema de dominación y transformarlas en crisis revolucionarias, de ruptura con el orden capitalista decadente y esclerosado. Para esta estrategia resulta de vital importancia dominar el mundo y controlar las reservas de energía, que es a su vez la razón para controlar Europa y Asia, sus mayores competidores en la actual disputa por el poder mundial.

Por supuesto, todo este atropello belicista genera lógicas de respuestas violentas. Tal como lo afirma Noam Chomsky “el gran dilema es que la violencia genera más violencia, y las víctimas potenciales de las armas de destrucción masiva y del terror van a usar las armas de los débiles, el terrorismo. Lo que sostengo es que si unos atacan los otros se van a defender. La gente busca alguna forma de defensa. Aunque, es claro, no pueden competir en fuerza militar con EE.UU., cuyo gasto en Defensa supera al del resto del mundo. Entonces el pueblo se vuelca a las armas que tiene a su disposición y esas son las armas del terrorismo. Es una cuestión simple de lógica.” El pasado proceso electoral en EEUU se vio condicionado y giró casi excluyentemente sobre esta temática. No hemos advertido mayores diferencias entre las posturas de Bush y las de su contrincante John Kerry que es la misma que la “doctrina Monroe”. Más allá del cacareo verborrágico ambos candidatos coincidieron plenamente en mantener la decisión de “perseguir y combatir al terrorismo en todo nivel”, y preanunciaron que no renunciarán al objetivo fundamental de sus ocasionales gestiones: mantener la dominación y el expansionismo guerrerista. Y aún mas, en sus debates televisivos no han disimulado para nada sus amenazas discursivas contra Cuba en la actual coyuntura, calificándolo como ’ese país horrendo, el peor del mundo bajo la tiranía castrista’. Después de haber mantenido desde el inicio mismo de la Revolución toda una estrategia política basada en un bloqueo criminal, en la organización de todo tipo de atentados “terroristas” casi siempre diseñados, financiados y lanzados desde el mismísimo territorio estadounidense, y después de ser un país que albergó y alberga a conocidos terroristas contrarrevolucionarios, EEUU redobla su apuesta contra la Revolución Heroica. Es que la guerra y la ocupación de Irak está abriendo la Caja de Pandora y sus objetivos de “democratización” y “estabilidad territorial” están fracasando rotundamente, empeora la situación general de Medio Oriente amenazando con estallidos imprevisibles, y por lo tanto, EEUU necesita presentar un nuevo “mal terrorista” a combatir. Fidel Castro recientemente se ha referido al marco internacional de gravedad extrema generado en razón del proceso “globalizador” y la nueva escalada imperial: “La síntesis de cuanto he dicho expresa la profunda convicción de que nuestra especie, y con ella cada uno de nuestros pueblos, se encuentran en un momento decisivo de su historia: o cambia el curso de los acontecimientos o no podría sobrevivir. No existe otro planeta adonde podamos mudarnos. En Marte no hay atmósfera, ni aire ni agua. Tampoco una línea de transporte para emigrar en masa hasta allí. O salvamos la que tenemos, o habrán de transcurrir muchos millones de años para que surja tal vez otra especie inteligente que pueda iniciar de nuevo la aventura que ha vivido la nuestra”. (Del discurso pronunciado en ocasión del 45º aniversario del triunfo de la Revolución Cubana, en el teatro “Carlos Marx”, el 3 de enero de 2004). Pero sería una ingenuidad política suponer que estas doctrinas y políticas belicistas y genocidas son ensayos que se limitan a las grandes metrópolis imperiales. Muy por el contrario, debemos afirmar que existe una clara línea adoptada por el gobierno de Kirchner de alinearse -como sus antecesores- al gobierno de Bush en la llamada "lucha contra el Terrorismo" como parte de otras exigencias que denunciamos y repudiamos (intento de facilitar nuestro territorio para los operativos “Águila”, la posición ambigua frente al voto de condena internacional contra Cuba en Naciones Unidas, el envío de tropas a Haití, entre otros). También ha sido nítida esta política con la pretensión de Kirchner y la Cancillería de aprobar un proyecto de ley remitido por el entonces presidente Duhalde propiciando aprobar la Convención Interamericana contra el Terrorismo, adoptada en Barbados el 3 de junio de 2002 y elaborada en base a los nuevos parámetros de la “Guerra Permanente”. Otro tanto sucede con el tratamiento para la aprobación de otro Convenio Internacional Para la Represión de la Financiación del Terrorismo tan peligroso para los pueblos y sus luchas como el anterior. Todo este plan requiere de los revolucionarios un rechazo terminante y un esfuerzo militante inédito. Debe ser criticado de manera sistemática en cada instancia popular, institucional y política en la que participamos. Debemos elaborar toda una “pedagogía” que denuncie ante los sectores populares los peligros planteados por la actual doctrina neofascista de Bush y su banda imperial. En este esfuerzo debemos incluir como una prioridad insoslayable la oposición y el repudio a la implementación de estos planes contra el proceso libertario latinoamericano, que tienen en el ALCA, el PLAN COLOMBIA, el PACTO ANDINO, la APEC y los TLC bilaterales una expresión clara. Se requiere una actitud política mas decidida de solidaridad efectiva con la revolución cubana que experimenta día a día un aumento de las agresiones criminales y desestabilizadoras con las permanentes provocaciones contra su soberanía y las conquistas revolucionarias. Debemos jerarquizar un trabajo de esclarecimiento sobre las luchas y proyectos de la insurgencia colombiana, de los zapatistas y del pueblo venezolano con la importante experiencia política que realiza junto al gobierno de Chávez.

Pero, en lo esencial, debemos cuestionar la sumisión de las clases gobernantes, que bajo la vigencia y el relanzamiento de recreadas “relaciones carnales” con el Imperio, favorecen e impulsan un alineamiento a rajatabla con los nuevos planes de anexión y dominación, y las recetas contrainsurgentes contra las luchas populares en nuestro país y en pueblos hermanos que se avecinan de manera inevitable.


Argentina: un ciclo de crisis sin nuevos alumbramientos

El derrocamiento popular del Gobierno de la Alianza y el surgimiento de uno de los procesos históricos más relevantes en la creación de nuevas concepciones y prácticas de lucha y organización popular, mostró la verdadera dimensión de la crisis capitalista en Argentina: el agotamiento de todo un ciclo histórico de crisis en el plano de la dominación política en manos de los partidos burgueses, y las diversas variantes de centro-izquierdas, cuyos proyectos y principales referentes exponen en ese marco sus rotundos fracasos políticos ante las aspiraciones populares, y expresan la práctica política de una Argentina que muere y que fue cuestionada bajo la consigna unificadora del ¡Que se vayan todos!. Una etapa relevante de este ciclo histórico del capitalismo en la Argentina es el genocidio inicial perpetrado por el terror dictatorial contra el importante nivel de la acumulación de organización y conciencia de cambio generados en las experiencias políticas de los ’60 y ’70. El proceso del terrorismo de estado fue transformado en el acta de fundación y en condición indispensable para la ejecución de la reconversión neoliberal en nuestro país.- Es desde aquel momento que nuestro país ha sido subordinado a una nueva fase de la transformación del capitalismo transnacional, y sufre una profunda reestructuración de las relaciones económicas y sociales que causan una brutal polarización económica, social y cultural, cuyo desarrollo y continuidad ha generado la más salvaje concentración de las riquezas y un proceso de exclusión sin precedentes.- La estrategia política de impunidad concebida por el Imperio y las clases dominantes en beneficio de los ideadores y ejecutores de este primer plan criminal, es un componente estructural del modelo de dominación instalado en los ’80 bajo las “Democracias Restringidas”, y ha servido de instrumento no solo para consagrar la más repugnante falta de castigo a los genocidas, sino también para intentar instalar en lo más profundo de la conciencia popular su verdadera significación cultural: que el poder hegemónico es “invulnerable”, que es imposible generar alternativas al mismo y que es sumamente peligroso atreverse a intentarlo.-

El proceso político abierto desde el ’83 a nuestros días, lejos de significar una ruptura con la lógica impuesta por la dictadura, se transformó en un cauce de continuidad de las “ideas fuerza” neoliberales, contribuyendo al genocidio continuado bajo una gobernabilidad plenamente identificada con “pactos” de defensa y compromiso con el curso neoliberal, que ha llevado a la existencia de un Único Partido del Sistema en nuestro país.-

De un lado quienes cultivaron la cultura de “lo posible” en la política ante la “pesada herencia” de la dictadura e hicieron apología sobre la imposibilidad de cambiar la “desfavorable correlación de fuerzas”. Chantajearon al movimiento popular en sus luchas bajo la amenaza de “esta democracia o el caos” e impulsaron la versión de “los dos demonios” por la que pretendieron igualar las responsabilidades por la violencia política de los ’70. Esta concepción de gestión política ideó y ejecutó un primer capítulo de impunidad vergonzante del Punto Final y la Obediencia Debida, y claudicó ante el Pacto de Olivos, verdadero instrumento de galvanización de la trasnacionalización económica ( Deuda Externa, ajustes antipopulares, privatizaciones, flexibilización laboral), de la consagración institucional de la impunidad, y de la recreación de los mecanismos para el aseguramiento de la gobernabilidad del sistema en instancias de crisis económicas, sociales y político-institucionales (decretos de necesidad y urgencia, súper-poderes, gastos reservados, etc.).-

Desde otro estilo, quienes han practicado la apología y el fundamentalismo de la victoria de la “modernidad” del libre mercado, la “muerte de las ideas” y el “fin de la historia”, y han pretendido institucionalizar la cultura de “lo imposible”, esto es, la no visualización -en el imaginario popular- de otro camino que no sea el de eternización de este presente de sojuzgamiento. Promotores de una cínica demagogia -natural- contestaron a las esperanzas populares con “cirugía mayor sin anestesia”, “relaciones carnales” e “indultos pacificadores”, y vanguardizaron un vertiginoso proceso de reconversión antinacional y antipopular, que los ha erigido en hacedores de la década mas infame de nuestra historia.-

Con la huida política de la Alianza se derrumbaron, estrepitosamente, el cúmulo de esperanzas populares generadas ante el “progresismo de los consensos” que anticipaba el advenimiento de una gestión política guiada por las teorías del “tercer dominio” o del “tercer sector” o de la “tercera vía”. Teorías que se apartan decididamente de los planteos de ruptura y superación de la crisis capitalista y se auto limitan a la ilusión de “compatibilizar” los rasgos voraces y represivos del “Estado-Penitencia” y del “Dios Mercado”. Estas ideas políticas acotadas a procurar el “reequilibrio” ante la tremenda polarización social, a “moderar” tibiamente los “excesos” del Estado y del mercado, han quedado diezmadas ante la realidad de los hechos históricos. La supuesta “cruzada de moralización” contra la corrupción e impunidad enquistada en el aparato estatal y en contra de la violencia inusitada de los mercados ha terminado abonando el campo de continuidad de las políticas conservadoras. Ha fracasado el culto a las “recetas humanizantes”, y ha quedado demostrado, dolorosa y trágicamente, que una verdadera alternativa popular no puede reducirse a la tibieza de pretender imponerle “reglas a la globalización” o “saneamiento a la macroeconomía”, sino que debe plantearse reinventar una nueva sociedad que derive del protagonismo popular, refundar un nuevo Estado, una nueva economía y nuevas relaciones sociales sobre otros principios, otros valores y otra ética UN ESTADO REVOLUCIONARIO, DE NUEVO TIPO. Se ha manifestado como poco moderno y eficaz el supuesto “tercer camino” que conduciría a la reimplantación de un pasado capitalista “menos brutal”, que solo se propone “limar” algunas nefastas aristas, “dosificar” el ritmo de los ajustes o “paliar” ciertos efectos brutales del modelo, posibilidad histórica que ha sido negada desde las entrañas del mismo sistema y por el proceso político real en curso.-

La coyuntura

En el campo específico de análisis de este ciclo de crisis se cruzan las distintas lecturas que dentro del movimiento social y la izquierda se realizan. Se parte en general de un acuerdo compartido: el reconocimiento de la existencia del fenómeno. Pero las diferencias se ahondan cuando se da paso a la polémica sobre la naturaleza y carácter de esta crisis y a los caminos tácticos elegidos para acumular en un sentido profundo de cambio. Conformadas las corrientes por sujetos pensantes, es lógico y legítimo que así sea; el problema se presenta cuando quienes sostienen las distintas visiones lo hacen desde posturas autoproclamatorias, como poseedores de la Verdad Revelada, práctica que conduce a la división y al sectarismo. Partidarios de abrir una discusión que fortalezca la salud del movimiento de izquierdas, nuestra intención será aportar fraternalmente desde una lectura propia al debate abierto por los datos y realidades de la coyuntura. No pretendemos con ello enumerar verdades reveladas, sino intentar respuestas a las interpelaciones que el escenario de crisis no resuelta nos presenta, y conformar un cuadro de previsiones sobre los contextos posibles en los que ésta puede desenvolverse.

Partimos de la noción básica de que toda crisis en el bloque de poder no necesariamente representa una “crisis orgánica”. En el caso de nuestro país se puede afirmar que ésta se expresa no de manera repentina sino como producto de un prolongado proceso de maduración, pero que todavía no manifiesta un rasgo inherente y fundamental a ella: la coexistencia de una “crisis de hegemonía” en las clases dirigentes, por un lado, y por otro la aparición de un “nuevo sistema hegemónico” que logre direccionar el proceso de la lucha de clases hacia una ruptura con el orden capitalista. Las luchas, las movilizaciones y “puebladas” protagonizadas han exhibido, en general, rasgos de espontaneidad inorgánica y carencia de autonomía en relación a los mecanismos de captación y control que resguardan el sistema. De esta manera, a las clases dominantes les resulta todavía posible recrear todo tipo de manipulaciones y maniobras para “cauterizar” los caminos abiertos por la rebeldía popular, bloquear las posibilidades políticas de una alternativa popular revolucionaria y empujar otra vez a las clases subalternas a la pasividad política.

Las perturbaciones y desobediencias instauradas por la revuelta popular del 2001 pudieron ser - transitoriamente- acotadas, contenidas y castradas de toda perspectiva de cambio político real. Los temas de la agenda popular orientados por el “que se vayan todos” fueron paulatinamente desmontados y conducidos a la reinstalación de la “normalidad institucional” que concluyó con el “nos quedamos todos”. Para ello el poder echó mano a variados mecanismos de control y disciplinamiento combinados:

1) Un dato no menor que debe necesariamente puntualizarse es el que refiere a la conservación del control y dirección del aparato del Estado, cuya utilización fue dirigida a impedir toda posibilidad de desarrollo alternativo popular y revolucionario. Un componente inicial de esta operación fue el empleo del método históricamente preferido por el poder en nuestro país: el terror de estado. Los asesinatos del Puente Pueyrredón son fundacionales de un nuevo momento político, se ejecutan con carácter anticipatorio buscando hacer calar el chantaje represivo sobre la protesta y movilización popular y favorecer al reestablecimiento paulatino de la “estabilidad y el orden” del sistema burgués. En el actual período el método de represión estatal consiste en desplegar un discurso de “disciplinamiento autoritario” y su consecuente práctica de la política del garrote sobre la protesta social (Las Heras, Haedo, los trabajadores del Subte son claros ejemplos de ello), incrementando la descalificación de las posturas de lucha bajo el recurrente chantaje de “gobernabilidad o caos”. Esta tarea está a cargo de los principales exponentes del gobierno mediante arengas de desautorización hacia todo espacio u organización popular que mantiene una actitud de cuestionamiento y de movilización ante la no resolución efectiva de los problemas de fondo. Se ha profundizado el plan de persecución y hostigamiento hacia los que luchan mediante métodos de intimidación, amenazas y hasta la reedición de torturas y vejámenes. Se imparten directivas expresas de judicializar a dirigentes y luchadores populares y se impulsa parlamentariamente la sanción de las leyes regresivas de la “propuesta Blumberg” que intenta legitimar como verdad ideológica y cultural la siguiente ecuación: pobreza = delincuencia; delincuencia = “inseguridad”. Con esta ideología se promueve la manufactura del miedo en la población que justifica el control policial que garantiza al sistema, y se criminaliza a los oprimidos y no a los causantes del genocidio político y social.

2) Produjo toda una reestructuración de sus programas y compromisos con las clases populares, acorde con la debilidad congénita que la profunda crisis de representación política había generado y a la descomunal carestía y hambruna que azotaba a los excluidos. Por este camino se institucionalizan y nacionalizan mecanismos de asistencia clientelar y de control social, cuyas consecuencias y dimensión siguen siendo un tema de actualidad polémica dentro del movimiento popular y piquetero.

3) Depuró y recreó las bases de la dominación política mediante la renovación de consenso electoral pasivo para reinstalar estados temporales de “gobernabilidad” funcionales a la continuidad de sus recetas ajustadoras y represivas. Para ello, el bloque de poder propagandizó hasta el hartazgo una “única idea”: ubicar la disputa política central por la superación de la crisis en el terreno que éste ha utilizado de manera principalísima en los últimos 20 años: el electoral. La “metamorfosis” operada en las fuerzas políticas tradicionales representaba la táctica elegida para dilucidar cual de sus intelectuales aseguraba mejor el sostenimiento del nuevo consenso. Entre los tres candidatos del PJ y los tres de la UCR se condensaba el “corralito de crisis” con todo tipo de ofertas e ilusiones: derecha autoritaria y dolarizadora, proyectos “nacionales y populares”, “progresismo decente”, “capitalismo serio” con “gobernabilidad alternativa”. En todas sus fórmulas y adhesiones se ha verificado una confluencia activa con el partido militar, los sindicalistas “gordos” y la derecha vernácula.

La amañada y condicionada llegada de Kirchner al gobierno significó, objetivamente, un claro debilitamiento del nivel de consenso pasivo obtenido en anteriores oportunidades (Alfonsín-Menem-Alianza). Abierto el nuevo escenario las clases dirigentes se esfuerzan por presentar al gobierno como la superación de la desgastada maquinaria neoliberal que ha consumado gran parte del “trabajo sucio” en nuestro país. En este terreno intentan sobredimensionar el impacto de algunas medidas parciales adoptadas sobre temáticas muy sensibles al sentimiento popular (DDHH, Justicia, integración regional y otras), pero la tozudez de los acontecimientos aportan datos y realidades que muestran a las claras que lejos de operarse “rupturas” con los modelos políticos neoliberales que nuestro pueblo ha padecido, se afirma y consolida una clara línea de “continuidad” de lo ya conocido. Un dato relevante del nuevo esquema es la dualidad entre las formulaciones discursivas y las conductas políticas reales: se proclama en simposios, conferencias y hasta en declaraciones conjuntas con el PT de Brasil (el denominado “Consenso de Buenos Aires”) que los “nuevos” objetivos de los estados y gobiernos deben establecerse en antagonismo con los dictados del llamado “Consenso de Washington”, verdadero decálogo del neoliberalismo. Estas rimbombantes declaraciones plantean en la letra “proteger a los sectores más vulnerables” y “apoyar el potencial crecimiento de la economía que no debe hacerse a costa del incremento de la desigualdad”. Lula y Kirchner reconocen que “muchos problemas que hoy nos aquejan reconocen una base en los fuertes desequilibrios y desigualdades, y que la pobreza no se resuelve con planes asistenciales”. A este discurso también se a sumado el “progresista” Frente Amplio uruguayo con Tavaré Vazquez. Pero seguidamente aparecen los contramensajes de las conductas concretas y de las finalidades políticas reales de estos actores apuntando hacia metas muy distantes del discurso gubernamental. En el caso de la Argentina, podemos enumerar: 1) seguir colocando al Estado argentino como instrumento gerencial al servicio de la tasa de ganancia de los grupos trasnacionales concentrados, y subordinarlo al plan de eternización del ajuste mediante la sumisión incondicional a las exigencias imperiales en materia de endeudamiento externo (esto más allá del megapublicitado “pago adelantado” al FMI, pues nuestro país sigue dependiendo del capital externo para “desarrollarse”, además de que se siguen pidiendo préstamos a los organismos de crédito internacionales) 2) la imposición de una presión fiscal muy alta ; 3) un nivel decreciente en el gasto público junto a una no recomposición real de los salarios y jubilaciones; 4) la desaparición en el horizonte de toda posibilidad de impulso del consumo popular ; 5) la ampliación de la esclavización laboral y el desempleo. En definitiva, recaudar para la corona, preservar la tasa de ganancia de los poderosos, ajustar a perpetuidad, reprimir y judicializar las rebeldías populares y recrear todo el control y contención social pasan a ser los pilares sobre los que se asienta el rol y la política real del actual gobierno.

Tras conceder una etapa inicial de “tregua” al nuevo gobierno, una parte sustancial del movimiento social y político se ha integrado de manera activa a “construir una herramienta política” desde el oficialismo, que contribuya a “organizar y estructurar el consenso popular que el Presidente y sus políticas concitan.” (del documento político “La Hora de los Pueblos”, elaborado y suscripto por diversas organizaciones políticas y sociales que participan de esta iniciativa). Las fundamentaciones que esgrimen los inspiradores del “kirchnerismo no peronista” -como parte de la reconversión de los partidos políticos tradicionales- combinan chantajes conceptuales, mentiras y tergiversaciones, cuya manipulación forma parte de toda una tradición en la política argentina, con una errónea lectura de los resultados globales de la política y una incorrecta caracterización del gobierno del supuesto “Proyecto Nacional”. Por ejemplo, otra vez se vuelve a esgrimir la teoría de la “maldita herencia recibida” para justificar la negación a emprender un verdadero rumbo político de dignidad y soberanía, y para fustigar a los “irresponsables” (en este campo ubican tanto a las expresiones de la derecha como de la izquierda por igual) cuya ceguera e impericia no les permite vislumbrar que se presenta “una nueva oportunidad histórica...... comparable a la que vivimos en los años 40.” (SIC). De la mano de estas definiciones alientan a alinearse acríticamente detrás de la transversalidad “AHORA O NUNCA”, supuestamente para cerrarle el paso a un sigiloso y conspirativo “poder de las tinieblas” que tendría como meta principal “desgastar la autoridad presidencial para empezar a construir el neo-menemismo -macrismo la nueva derecha-...... y meter al presidente en el “corralito de la prudencia y chirolizarlo”. Si esta tarea no se completa, según esta maniquea versión, los grupos de poder y la derecha bajo un “pacto de dinosaurios” impondrán sus políticas. Sin ubicar a estas concepciones y orgánicas en el campo enemigo (pero sí subrayando que son funcionales a la derecha y el poder) hay que responderles desde las propias enseñanzas acumuladas en la historia por el movimiento popular y las izquierdas. Recordar que el mismo e idéntico chantaje propuso Alfonsín agitando el fantasma del posible “retorno al terror dictatorial”. Su colega de pactos, Carlos Menem, también manipuló la conciencia de masas con la imagen de “un país incendiado por la hiper-inflación”. Ni hablar de la última “cruzada ética” aliancista para gritarle “chau” a la “fiesta menemista”. Los resultados políticos prácticos están a la vista, el avance y consolidación de las imposiciones del poder y la derecha: traiciones, ajustes, impunidad, corrupción, desvastación, empobrecimiento y muerte. Por correlato con todas estas razones también cuestionamos la errónea caracterización que del gobierno nos presentan estas corrientes “nacionales y populares”, al que identifican como “cualitativamente diferente” a todos los anteriores. Según esta extravagante versión “El gobierno de Kirchner no es una concesión graciosa de nadie sino la profundización de las luchas populares contra el modelo neoconservador,......una conquista del pueblo e intérprete de muchos de sus reclamos.....”. Muy lejos de este marco de pensamiento mágico proponemos refrescar algunos elementos fundantes del actual gobierno: 1) Fue, en su momento, una versión devaluada de la propuesta principal del PJ que apuntaba a un exponente y discípulo ejemplar del menemismo: el “Lole” Reutemann; 2) Sus Intelectuales orgánicos fundamentales poseen una nítida conducta de adhesión y defensa de los principales postulados del neoliberalismo, y han integrado activamente sus expresiones políticas (menemismo, duhaldismo, cavallismo, y otras). 3) Formula el proyecto de un “capitalismo nacional” sin cuestionar en absoluto, en el plano de la política concreta, lo ya acumulado y consolidado por el proceso de reconversión regresiva operado desde la dictadura hasta nuestros días. Y mas, se intenta una prédica ilusoria e inviable: desarrollar un modelo “autónomo y distributivo” sin producir confrontaciones con el poder y su tasa de ganancia, sin ruptura alguna con la lógica depredadora y excluyente del capitalismo “global”, sin cuestionamiento de los parámetros culturales diseñados en las catedrales del imperio. 4) La tan mentada “transversalidad” implica un plan político de reformulación de alianzas sociales y políticas que apuntan a reotorgar al PJ un rol hegemónico, lo mas estable y duradero posible, como partido y dirección única del Estado. Esto queda claro en el traspaso al kirchnerismo de innumerables cuadros y punteros que huyen de los devaluados menemismo y duhaldismo, los cuales son recibidos con los brazos abiertos (ejemplos que van desde Solá a Moyano, desde De La Sota a Barrionuevo). Su misión en la actual etapa es demostrar capacidad de “gobernabilidad” sin afectación de los intereses y planes imperiales, y probar aptitud política para dominar y controlar cualquier peligro de inestabilidad creado por las clases populares. Por lo tanto, rechazamos la definición política que insinúa que estamos ante “un gobierno cargado de tensiones y en disputa”. Esta visión ubica a la derecha “fuera” y “al acecho” y no como un componente orgánico del actual proceso, y a un supuesto gobierno popular “desligado y ajeno” al principal partido burgués que vanguardizó la implementación de las recetas neoliberales.

La ausencia de una alternativa con respaldo y reconocimiento popular, contenedora de la basta diversidad que anida en la rebeldía popular, la confusión y baja subjetividad reinantes, los precarios niveles de organización y coordinación unitaria, mas las limitaciones y vicios históricos que se reproducen al interior de la izquierda tradicional, potencian las posibilidades de que el capitalismo decadente supere sus dificultades sin el alumbramiento de una crisis revolucionaria que abra cauce a la perspectiva de un nuevo poder en la Argentina. ¿Podremos imaginar un futuro ciclo de crisis provocado por la iniciativa organizada y planificada por las clases subalternas? ¿Podrá la estrategia de unidad de las fuerzas populares y las izquierdas revolucionarias dejar de ser una consigna y un redundante discurso para constituirse en una nueva referencia e identidad política de masas? ¿Acertaremos en los planes y métodos de organización del sujeto popular que mejor contribuyan a la acumulación política-alternativa-revolucionaria? ¿Seremos capaces de lograr en nuestra militancia las transformaciones subjetivas necesarias para una práctica y pensamiento político basados en valores antagónicos a los instalados por la cultura capitalista? ¿Seremos capaces de superar el estado de vejez conceptual y metodológica que nos aqueja como izquierda? El establecimiento de los posibles caminos (y atajos) que elegiremos para responder a estos interrogantes deberá presidir cada instancia de debate y práctica militante. No apostamos a fórmulas abstractas y blindadas, sí a creaciones heroicas y apasionadas que demuestren en la práctica su capacidad de conmover y convocar a cientos de mujeres y hombres a conquistar una nueva sociedad. El Partido Comunista de los Trabajadores se propone trabajar en ese sentido

¡¡POR LA CONSTRUCCIÓN DE LA VANGUARDIA REVOLUCIONARIA!! ¡¡POR UN PRIMER CONGRESO DE TODAS LAS FUERZAS REVOLUCIONARIAS!! ¡¡POR EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO!! ¡¡SOCIALISMO O BARBARIE!!

¡¡VENCEREMOS!!

PARTIDO COMUNISTA DE LOS TRABAJADORES

Documentación Consultada

• Algunas consideraciones sobre las tareas fundamentales de la época - Hocacio Rovito, militante del Partido Comunista de los Trabajadores • Algunos apuntes sobre la necesidad de la herramienta revolucionaria y sus características - Gustavo Robles, militante del PCT • Tesis de declaración de principios - Alfredo D’Achary, militante del PCT • Aporte de MAIZ, Pcia. de Sta Fe • Fernando Ramón Bossi * Periodista. Director de Cuadernos para la Emancipación, Presidente de la Fundación Emancipación para la Unidad y Soberanía de América latina y el Caribe y miembro de la Secretaría de Organización del Congreso Bolivariano de los Pueblos.