IDEOL0GIA, CULTURA Y CONSTRUCCION  DE PODER

 

 Frente a la sucesión de gobiernos que expresan políticamente, de una u otra forma, el poder real de las clases dominantes, locales e internacionales, con su secuela de aumento considerable del desempleo, la marginación  y el saqueo de las riquezas naturales,  fueron apareciendo todo tipo de organizaciones sociales, que vienen avanzando en el cuestionamiento de la dependencia, como del propio capitalismo.

América Latina es particularmente un gran muestrario de esta interesante situación, en especial en la creciente preocupación por dos de las temáticas centrales:

1)       Elaboración de un proyecto emancipador, en oposición terminante a la cultura de dominación y su persistente hegemonía..Esta actitud conlleva a un mayor conocimiento de la realidad nacional y su historia, paralelamente al intento de rescate  y actualización del marxismo (en confrontación con las deformaciones dogmáticas y reformistas. Raíces y alas, para transitar con mas solvencia hacia el futuro)

        2)      Construcción de los pilares e instrumentos vitales para la transformación revolucionaria:  una sólida organización, con decisivo peso de masas, y un fuerte  y unitario bloque de poder, constituido por los trabajadores, ocupados y desocupados, y demás sectores populares oprimidos y explotados.                                     

Nos hallamos ante una labor de mucha envergadura, pues nos ha tocado vivir nada menos que en una época de tremendas crisis y de grandes dilemas no fáciles de superar: falso progresismo (o “centroizquierda”)  o auténtica liberación humana; meras reformas  o cambios revolucionarios; mirada estrecha de  pequeños grupos dogmatizados,  o una  importante propuesta unificadora que modifique sustancialmente las relaciones de fuerza, para  nada favorables hasta el momento,  y posibilite así las necesarias transformaciones de fondo.

En definitiva, el desafío de las actuales generaciones es abrazar fuertemente  el objetivo de hacer realidad  un mundo mejor y de una vida más digna, o venderla al mejor postor por un puestito o un cargo  público, camuflándose en  un egoísmo individualista,  renegando de sueños e ideales. Exhiben en forma  más  visible la pérdida de toda sensibilidad social, justamente en un  país como el nuestro  con 14 millones de habitantes bajo los niveles de pobreza y  de ellos, 5 millones de indigentes,  a lo que hay que sumar más de 11.000 niños menores de 2 años, que se nos mueren por año por desnutrición o enfermedades curables.  Atendamos a un viejo pero siempre vigente proverbio chino: “El que dice que alguna vez creyó pero ahora no cree,  es porque nunca creyó”.

Al mismo tiempo, hay que partir de la premisa que el socialismo no surge mecánicamente, espontáneamente, de la evolución natural de la sociedad capitalista.  Es una opción  histórica totalmente opuesta, absolutamente enfrentada, y su  concreción  y existencia solo es posible por una elevación considerable de la conciencia, la voluntad y la acción mancomunada de los pueblos. Se arremete así contra todo conformismo o resignación y se opone a la paralizante “teoría del mal menor”, proclamada por quienes solo buscan  llegar a efectuar algunos retoques en las aristas más hirientes del sistema, como fiel garantía de su continuidad. Nuestro norte debe ser siempre la edificación de una sociedad de productores libres y asociados, tal como lo expresara Carlos Marx..

Todo ello nos indica lo fundamental de un  amplio trabajo político cultural, consecuentemente con la reflexión teórica y el debate de ideas.  Dejar de lado o menospreciar la teoría,  argumentando a favor de un chato pragmatismo (su manifestación más habitual es el “tareismo”, el “activismo”), es tan negativo como seguir encerrado en la cárcel mental del esquematismo dogmático y su “pensamiento de manual”.

Aunque parezca redundante, es imprescindible insistir que no hay revoluciones sin revolucionarios, y por lo tanto, sin ideas revolucionarias, que se vayan haciendo carne en las masas populares.

De modo tal que reasumir a los grandes pensadores, como Marx, Lenin, Gramsci, Mariàtegui o el Che, entre otros, no es un pasatiempo de intelectuales, u ocupación aislada de personas o grupos, que al porvenir de un  traumático pasado político, aún escapan comprometerse en la construcción de nuevos rumbos.  Pero es en el combate de clases  donde  se rescatará fraternal y colectivamente  lo mejor de las experiencias pasadas, en su  rica fusión con lo nuevo que está amaneciendo.

Cabe destacar  también en esta travesía difícil y compleja, con sus aún lógicas confusiones, que una alternativa revolucionaria no excluye mecánicamente  la lucha por reformas.  La estrategia revolucionaria en cada época histórica concreta,  necesita incorporar a cada paso las reivindicaciones más sentidas por los pueblos, en el transito inevitable de un proceso de acumulación, sin por cierto, abandonar nunca el objetivo del socialismo.  Esta no es otra cosa que la interrelación dialéctica entre reforma y revolución.

Las alianzas o frentes posibles de desarrollarse, serán aquellos que sepan ir conjugando las necesidades más apremiantes de los hombres y mujeres de una comunidad,  con medidas que vayan apuntando a cambios más radicales.

Los levantamientos populares, o los “castigos electorales”, son motivados en general por extremas situaciones de injusticia y de  abusos de poder. Pueden., como ya ha sido comprobado, agotarse en si mismos y permitir la reconstrucción de  la hegemonía burguesa.

En consecuencia y amén de valorar estas auténticas rebeliones, que sin duda se repetirán,  es más que urgente  reestablecer la existencia y continuidad de una propuesta antiimperialista y anticapitalista, por la cual muchos compañeros dieron sus vidas, rompiendo unitariamente  con la permanencia remozada, algo retocada, de las estructuras imperantes  con su  “modelo “ de máxima explotación y su pseudo democracia cautiva.

Uno de los primeros grandes obstáculos con que  tropieza la utopía, es el enorme poder ideológico cultural del bloque dominante . El capitalismo es la primera formación económico social de la historia de la humanidad, que ha podido crear una cultura de alcance universal.  Por lo que se puede afirmar, como ya lo hacen algunos investigadores sociales, que estamos ante una guerra cultural mundial.  De no ir venciendo en dicha guerra,  será muy complicado vencer  en el conflicto de clases y consolidar una nueva sociedad.

Aunque de todos modos,  siguen estando  ante un serio problema. No conviven en un reino en paz, pues, en especial en las naciones dependientes, como la nuestra,  sus pueblos crecientemente oprimidos y explotados,  avanzan en conciencia de quienes son sus enemigos  internos  y externos, y no abandonaron el combate.

Esta es la razón de que disfrazado de cruzada civilizadora, como los primeros conquistadores, pero ahora con el engaño de combatir el narcotráfico y el terrorismo, el imperio del norte despliega su fuerza militar en distintos lugares de  América Latina y del mundo ( tiene 865 bases militares diseminadas por todo el planeta), a los efectos de frenar todo avance  emancipatorio, aún los más tibios.

En esa ofensiva generalizada y planificada, hay que  enmarcar el objetivo del golpe de estado en Honduras y el convertir a Colombia en una gran  base militar norteamericana, junto al intento de desestabilización de los gobiernos de Ecuador, Bolivia, Venezuela, y el permanente acoso a la heroica Cuba socialista.

En la “Patria Grande” suramericana, el batallar por una auténtica justicia social, eliminando definitivamente la explotación  y romper las cadenas de la dependencia neocolonial,  exige  un proceso ininterrumpido, enlazando la liberación nacional y el socialismo,  lo cual  a la vez hace impostergable una notable confluencia de fuerzas político sociales. Asimismo, requiere como derivación lógica, una intensa lucha ideológica a fin de derrotar todo intento divisionista del campo popular, venga de donde viniere..

Estas contiendas políticas no se dan nunca sobre espacios o mentes vacías de todo contenido, sino sobre una historia y una cultura determinada, con marcada influencia en la población.

Por tal motivo, siempre nos encontramos ante  encarnizadas disputas culturales, entre la cultura de la dominación y la cultura de la liberación.  El capitalismo siempre insiste en hacernos creer que después de él no hay vida posible. Asimismo, nos vende el viejo verso de la libertad de mercado como la panacea universal, cuando esta ya no existe, ya que la oferta como la demanda están regidas por los grandes monopolios trasnacionales.  Para rechazar tanta mentira organizada, la recuperación y recreación del ideario socialista se ha convertido en una imperiosa necesidad.

Más allá de una elección más o menos, que según las circunstancias concretas pueden o no servir en el mencionado proceso acumulativo, dicha actividad es la gran tarea histórica a resolver, sino incluso expresiones justas como que la crisis la paguen los capitalistas, quedarán en simples consignismos.  Nunca la burguesía pagará las crisis, por más que ellos la provocan, por el contrario, hay que obligar por la fuerza popular a que la paguen.  Tampoco se soluciona este problema llamando ilusoriamente a que la CGT y la CTA convoquen a una huelga general, puesto que ambas direcciones burocráticas, unas por corruptas y otras por tibias y genuflexas, siempre responden o son funcionales a los intereses de los empresarios.

En la actualidad y más que nunca, se ha extendido el capitalismo a escala planetaria, produciendo increíbles ganancias.  Sin embargo, aumenta constantemente la exclusión y la marginación de buena parte de la población mundial.  Por ejemplo, en América Latina, según datos de la FAO, unas 53 millones de personas padecen hambre.

La miseria existente es estructural, no es esencialmente consecuencia del subdesarrollo, sino precisamente del desarrollo.  No es tampoco producto de las crisis periódicas, aunque se incremente en esos períodos, sino del arrollador avance del capitalismo en su fase imperialista.

En resumen, el peso fundamental de las empresas multinacionales en las economías de cada país, con preeminencia  del capital financiero, los regímenes políticos que le responden, a veces disfrazados de “progres”, y las dictaduras de los medios de difusión, forman todo un complejo de dominación, por lo cual no alcanza para enfrentar a tal poder concentrado, con luchas parciales o políticas individuales de un líder carismático, aún supuestamente bien intencionado, sino con una confluencia integradora, participativa y democrática, basada en la unidad en la diversidad, con mutuo respeto a las identidades político sociales y culturales, como específicamente el caso de los pueblos originarios.

Lo decisivo de esta problemática tiene también que ver en que estamos ante un objetivo no sólo táctico,  sino estratégico, o sea, no únicamente  para antes, sino para durante y después de la revolución y la construcción del socialismo.

Por último, no olvidar que todo salto revolucionario es una ruptura y un triunfo contra los límites de lo posible, por lo que es imperioso reiterar el  reclamo de un alto nivel de conciencia y organización.  En ese proceso el Estado, que era una herramienta de  mantenimiento de las relaciones sociales capitalistas, pasa, ahora en manos de los trabajadores, a ser un instrumento esencial para la destrucción del pasado y la construcción del futuro.

Lo que se llama “toma del  poder”, concepto no siempre bien entendido, es realmente el establecimiento de un nuevo tipo de Estado, proletario y popular, subordinado a una sociedad organizada desde las bases y que reemplazado paulatinamente por este nuevo poder naciente, se va precipitando a su desaparición definitiva en el comunismo.  La lúcida creatividad de los zapatistas, llaman a esta plena participación de toda la población en la toma de decisiones,  como “mandar obedeciendo”.

Por las ingratas experiencias vividas, no está mal recalcar que sería repetir un grave error creer que el socialismo vencerá sólo porque entregue los medios de producción a los laburantes, o logre aumentar la productividad a niveles superiores que la burguesía. El triunfo definitivo dependerá del desarrollo de una cultura superior, con nuevos valores de solidaridad y hermandad entre los seres humanos.  Estamos refiriéndonos al “hombre nuevo”, como lo denominaba el Che y como lo anticipó Marx.

Por todo lo expresado, nada mejor que concluir con una frase de un permanente y querido compañero de ruta, Aníbal Ponce: “Cuando la cultura se disfruta como un privilegio, la cultura envilece tanto como el oro”.

 

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