La guerra de guerrillas
Capítulo IV

 

Apéndices

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1. Organización en la clandestinidad de la primera guerrilla

Aunque la guerra de guerrillas cumple una serie de leyes derivadas de las generales de la guerra y, además, las propias de su tipo, es obvio que debe iniciarse con una tarea conspirativa alejada de la acción del pueblo y reducida a un pequeño núcleo de iniciados, si realmente se pretende empezar esta guerra desde algún otro país o desde regiones distintas y lejanas dentro del mismo país. Si el movimiento guerrillero nace por la acción espontánea de un grupo de individuos que reaccionan contra un método de coerción cualquiera, es posible que no se necesite otra condición que la organización posterior de ese núcleo guerrillero para impedir su aniquilamiento, pero en general, una lucha de guerrilla se inicia por una voluntad ya elaborada; algún jefe de prestigio la levanta para la salvación de su pueblo, y este hombre debe trabajar en condiciones difíciles en algún otro país extranjero.

Casi todos los movimientos populares que se han intentado en los últimos tiempos contra los dictadores, han adolecido de la misma falla fundamental de una inadecuada preparación; es que las reglas conspirativas, que exigen un trabajo sumamente secreto y delicado, no se cumplen por lo general en estos casos que hemos citado; lo más frecuente es que el poder gobernante en el país sepa ya de las intenciones del grupo o grupos, por su servicio secreto o por imprudencia manifiesta o en otros casos, por manifestaciones directas como ocurrió en el nuestro, en que la invasión estaba anunciada

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y sintetizada en la frase: «en el año 56 seremos libres o seremos mártires», de Fidel Castro.

Esto indica que la primera base sobre la que debe establecerse el movimiento, es sobre un secreto absoluto, sobre la total ausencia de informaciones para el enemigo y la segunda, también muy importante, es la selección del material humano; a veces esta selección se realiza fácilmente, otras es extremadamente difícil hacerlo, puesto que hay que contar con los elementos que haya a mano, exilados por muchos años, o que se presentan al hacerse llamamientos o simplemente porque entienden que es su deber enrolarse en la lucha por liberar a su patria, &c., y no hay las bases necesarias para hacer una investigación completa sobre el individuo. No obstante todo ello, aun cuando se introdujeran elementos del régimen enemigo, es imperdonable que puedan dar posteriormente sus informaciones, puesto que en los momentos previos a la acción deben concentrarse en lugares secretos conocidos por una o dos personas solamente, todos los que van a participar en la misma, estrechamente vigilados por sus jefes y sin el más mínimo contacto con el mundo circundante. Mientras se hacen los preparativos de concentración para salir ya o porque hay que hacer un entrenamiento previo o simplemente huir de la policía, hay que mantener siempre a todos los elementos nuevos y sobre los que no se tiene un cabal conocimiento, alejados de los lugares claves.

Nadie, absolutamente nadie, debe saber, en condiciones de clandestinidad, sino lo estrictamente indispensable y nunca se debe hablar delante de nadie. Cuando ya se hayan realizado ciertos tipos de concentración, es imprescindible controlar hasta las cartas que salen y llegan, de modo de tener un conocimiento total de los contactos que el individuo haga; no se debe permitir que nadie viva solo, ni siquiera que salga solo, deben evitarse por todos los medios los contactos personales, de cualquier índole, del futuro miembro del Ejército Libertador. Un factor sobre el que hay que poner énfasis, que suele ser aquí tan negativo, como positivo su papel en la lucha,

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es la mujer; se conoce la debilidad que tienen los hombres jóvenes, alejados de sus medios habituales de vida, en situaciones incluso psíquicas especiales, por la mujer, y como los dictadores conocen bien esta debilidad, a ese nivel tratan de infiltrar sus espías. A veces son claros y casi descarados los nexos de estas mujeres con sus superiores, otros es sumamente difícil descubrir siquiera el más mínimo contacto, por ello también es necesario impedir las relaciones con mujeres.

El revolucionario que está en la situación clandestina preparándose para una guerra, debe ser un perfecto asceta y además sirve esto para probar una de las cualidades que posteriormente será la base de la autoridad, como es la disciplina. Si un individuo reiteradamente burla las órdenes de sus superiores y hace contactos con mujeres, contrae amistades no permitidas, &c., debe separársele inmediatamente, no ya contando los peligros potenciales de contactos, sino simplemente por violación de la disciplina revolucionaria.

No se debe pensar nunca en el auxilio incondicional de un gobierno como base para operar en territorio de ese gobierno, amigo o simplemente negligente; constantemente hay que tratar la situación como si se estuviera en un campo completamente enemigo, salvo las naturales excepciones que puedan haber en este campo pero, más que nada confirmatorias de la regla general.

No se puede hablar aquí del número de la gente que se va a preparar. Depende eso de tantas y tan variadas condiciones que es prácticamente imposible hacerlo; solamente se puede hablar del número mínimo con que se puede iniciar una guerra de guerrillas. En mi concepto, considerando las naturales deserciones y flaquezas, a pesar del rigurosísimo proceso de selección, debe contarse con una base de 30 a 50 hombres; esta cifra es suficiente para iniciar una lucha armada en cualquier país del mundo americano con las situaciones de buen territorio para operar, hambre de tierra, ataques reiterados a la justicia, &c.

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Las armas, ya se ha dicho, deben ser del tipo que usa el enemigo. Como medida aproximada, considerando siempre en principio todo gobierno como hostil a una acción guerrera emprendida desde su territorio, los núcleos que se preparan no deben ser superiores a los 50 ó 100 hombres por unidad; es decir, no hay ninguna oposición a que sean 500 hombres que van a iniciar una guerra, por ejemplo, pero no deben estar los 500 concentrados. Primero porque son muchos y llaman la atención y luego, porque en caso de cualquier traición, de cualquier interferencia, de cualquier confidencia, cae todo el grupo; en cambio, es mucho más difícil ocupar simultáneamente varios lugares.

La casa central de reunión puede ser más o menos conocida y allí irán los exilados a dar reuniones de todo tipo, pero, los jefes no deben presentarse sino muy esporádicamente y no debe existir allí ningún documento comprometedor; la mayor cantidad de casas y lo más discretas posible deben tener los jefes. Los depósitos de armas absolutamente secretos con el conocimiento de sólo una o dos personas, y también distribuidos en varias partes, si es posible.

El armamento siempre debe ser trasladado a las manos de quienes lo van a usar en los minutos en que ya se esté frente a la iniciación de la guerra, también para evitar que cualquier acción punitiva contra los que se están entrenando traiga aparejada no sólo la prisión de éstos, sino la pérdida de todas las armas, que son muy difíciles de conseguir y con un gasto que no están en disponibilidad de hacer las fuerzas populares.

Otro factor al que hay que dar la importancia que se merece es la preparación de las fuerzas para la lucha durísima que ha de seguir, fuerzas que deben tener una disciplina estricta, una alta moral, y una cabal comprensión de la tarea a realizar, sin baladronadas, sin espejismos, sin falsas esperanzas de triunfo fácil; la lucha será áspera y larga, se sufrirán reveses, podrán estar al borde del aniquilamiento y sólo su alta moral, su disciplina, su fe final en el triunfo y las condiciones

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excepcionales de un líder, podrán salvarlo. Esa es nuestra experiencia cubana, donde, una vez, doce hombres pudieron crear el núcleo del ejército que se formó, porque se cumplían todas estas condiciones y porque quien los dirigía se llamaba Fidel Castro.

Además de los preparativos ideológicos y morales, es necesario un preparativo minucioso de tipo físico; evidentemente, las guerrillas elegirán una zona montañosa o muy agreste para operar; de todas maneras, en cualquier situación que se encuentren, la base del ejército guerrillero es la marcha y no podrá haber lentos ni cansados; la preparación eficiente se entiende pues, como marchas agotadoras de día y de noche, uno y otro día, aumentándolas paulatinamente y llevándolas siempre al borde de la extenuación, creando también emulación para la velocidad; velocidad y resistencia, serán las bases del primer núcleo guerrillero; además se puede dar una serie de conocimientos teóricos como orientación, lecturas de mapas, formas de sabotajes y si es posible, con fusil de guerra, muchos disparos, sobre todo a blancos a distancia y mucha instrucción sobre las formas de utilizar las balas.

El guerrillero debe ir teniendo por delante, como premisa casi religiosa, el ahorro del parque, el aprovechamiento hasta la última bala; si se cumplen todas las advertencias dadas, es muy fácil que lleguen estas fuerzas guerrilleras a su punto de destino.

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2. Defensa del poder conquistado

Naturalmente, no hay victoria definitivamente obtenida si no se procede a la ruptura sistemática y total del ejército que sostenía al régimen antiguo. Más aún, se debe ir a la ruptura sistemática de toda la institucionalidad que amparaba al antiguo régimen, sólo que esto es un manual de guerrillas y nos concretaremos entonces a analizar la tarea de la defensa nacional en caso de guerra, en caso de agresión contra el nuevo poder.

El primer acontecimiento con que nos encontraremos es que la opinión pública mundial, «la prensa seria», las «veraces» agencias de noticias de los Estados Unidos y de otras patrias del monopolio, comenzarán un ataque contra el país liberado, que será tan agresivo y sistemático como agresivas y sistemáticas sean sus leyes de reivindicación popular. Es por esto que no puede existir ni siquiera el esquema del antiguo ejército y tampoco los hombres que lo integraban. El militarismo, la obediencia mecánica, los conceptos del deber militar a la antigua, de la disciplina y de la moral a la antigua, no pueden ser desarraigados de golpe, menos aún, permanecer en estado de convivencia los triunfadores, aguerridos, nobles, bondadosos, pero casi siempre sin la mínima cultura general y el derrotado, orgulloso de su saber militar, especializado en alguna arma de combate por ejemplo, o con conocimientos de matemáticas, de

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fortificaciones, de logística, &c., odiando con todas sus fuerzas al guerrillero inculto.

Naturalmente, se dan los casos individuales de los militares que rompen con todo ese pasado y entran en la nueva organización con un espíritu de absoluta cooperación. Cuando esto sucede, doblemente útiles son los mismos, por el hecho de que aúnan a su amor por la causa del pueblo los conocimientos necesarios para llevar adelante la estructuración del nuevo ejército popular. Y una cosa debe ser consecuencia de la otra, es decir, a la ruptura del ejército antiguo, a su desmembramiento como institución, conseguida por la toma de todas las posiciones por el nuevo ejército, debe suceder inmediatamente una organización del nuevo. Vale decir, su vieja constitución de guerrilla, individualizada, caudillista en cierto sentido, sin ninguna planificación, podrá ser cambiada pero, y eso es muy importante recalcarlo, debe estructurarse a partir de los conceptos operacionales de la guerrilla, dándole al ejército popular su formación orgánica, es decir, haciéndole a la medida del ejército guerrillero la ropa que necesita para estar cómodo. No se debe cometer el error en que caímos nosotros en los primeros meses, de pretender meter en los viejos ropajes de la disciplina militar y de la organización antigua al nuevo ejército popular. Esto puede llevar a desajustes muy grandes que conducen a una falta total de organización.

Ya en estos momentos debe iniciarse la preparación para la nueva guerra defensiva que tuviera que desarrollar el ejército del pueblo, acostumbrado a la independencia de mando dentro de un criterio único, con mucha dinámica en el manejo de cada grupo armado. Dos problemas inmediatos tendrá este ejército: uno de ellos será que, en la oleada de la victoria, se incorporarán, muy probablemente, miles de revolucionarios de última hora, buenos o malos, a los cuales hay que hacer pasar por los rigores de la vida guerrillera y por cursos acelerados e intensivos de adoctrinamiento revolucionario. El

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adoctrinamiento revolucionario que dé la necesaria unidad ideológica al ejército del pueblo, es la base de la seguridad nacional a largo, y aun a corto plazo. El otro problema es la dificultad para adaptarse a las nuevas modalidades organizativas.

Debe estructurarse inmediatamente un cuerpo que se encargue de sembrar entre todas las unidades del ejército las nuevas verdades de la revolución. Ir explicando a los soldados, campesinos u obreros salidos de las entrañas del pueblo, la justicia y la verdad de cada hecho revolucionario, cuáles son las aspiraciones de la revolución, por qué se lucha, por qué han muerto todos los compañeros que no alcanzaron a ver la victoria. Y, unido a este adoctrinamiento intensivo, deben darse también acelerados cursos de enseñanza primaria que permitan, al principio, superar el analfabetismo, para ir gradualmente superando al Ejército Revolucionario hasta convertirlo en un instrumento de alta base técnica, sólida estructura ideológica y magnífico poder combatiente.

El tiempo irá dando estas tres cualidades. Podrá después ir perfeccionándose el aparato militar para que los antiguos combatientes, pasando por cursos especiales, se dediquen a ser militares profesionales y se vayan dando cursos anuales de enseñanza al pueblo, en forma de conscripción obligatoria o voluntaria. Esto depende ya de características nacionales y no se puede sentar pautas.

En este punto, y de aquí hacía adelante, todo lo que se diga es la opinión de la dirección del Ejército Rebelde con respecto a la política a seguir en el caso cubano, para el hecho concreto de una amenaza de invasión extranjera, colocados en el mundo actual, fines del cincuenta y nueve o principios del sesenta, y con el enemigo a la vista, analizado, avaluado y esperado sin temores, es decir, no teorizamos sobre lo ya hecho para conocimiento de todos, sino que teorizamos sobre lo hecho por otros para aplicarlo nosotros mismos a nuestra defensa nacional.

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Como se trata de teorizar sobre el caso cubano, colocar nuestra hipótesis sobre el mapa de las realidades americanas y echarlos a andar, presentamos como epílogo, este Análisis de la situación cubana, su presente y su futuro.

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Análisis de la situación cubana, su presente y su futuro

Ya ha pasado más de un año desde la fuga del dictador, corolario de una larga lucha cívica y armada del pueblo cubano. Las realizaciones del Gobierno en el campo social, económico y político son enormes, sin embargo, es preciso realizar un análisis, colocar cada término en su justo valor y mostrar al pueblo la exacta dimensión de nuestra Revolución cubana. Es que esta revolución nacional, agraria fundamentalmente, pero con la participación entusiasta de obreros, de gente de la clase media y, aún hoy con el apoyo de industriales, ha adquirido trascendencia continental y hasta mundial, amparada en la inquebrantable decisión de su pueblo y las peculiares características que la animan.

No se trata de hacer una síntesis, por más apretada que sea, del cúmulo de leyes aprobadas, todas ellas de indudable beneficio popular. Bastaría colocar sobre algunas el énfasis necesario mostrando al mismo tiempo el encadenamiento lógico que nos lleva, desde la primera hasta la última, en una escala progresiva y necesaria de atención estatal a las necesidades del pueblo cubano.

Se da el primer toque de atención contra las esperanzas de las clases parasitarias del país, cuando son decretadas, en rápida sucesión, la ley de alquileres, la rebaja del fluido eléctrico y la intervención de la compañía telefónica con la subsiguiente rebaja de tarifas. Empezaron a sospechar, quienes pretendían ver en Fidel Castro y en los hombres que hicieron esta Revolución unos politiqueros a la vieja usanza, o unos tontos manejables, con

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barbas como único distintivo, que había algo más hondo emergiendo del seno del pueblo cubano y que sus prerrogativas estaban en peligroso trance de desaparecer. La palabra comunismo empezó a rondar alrededor de las figuras de sus dirigentes, de los guerrilleros triunfadores y, consecuentemente, la palabra anticomunismo, como posición dialéctica contraria, empezaba a nuclear a todos los resentidos o los desposeídos de sus injustas prebendas.

La ley de solares yermos o la de la venta a plazos fueron creando también esta sensación de malestar entre los capitales usurarios. Pero estas eran pequeñas escaramuzas con la reacción, todo era bueno y posible, «ese muchacho loco» de Fidel Castro podía ser aconsejado y llevado a los buenos senderos «democráticos» por un Dubois o un Porter. Había que tener esperanzas en el futuro.

La ley de Reforma Agraria fue una tremenda sacudida; la mayoría de los afectados vio claro ya. Antes que ellos, el vocero de la reacción, Gastón Baquero, había apuntado con línea certera lo que pasaría y se había retirado a las más tranquilas aguas de la dictadura española. Todavía algunos pensaron que «la ley es la ley», que ya otros gobiernos habían promulgado algunas teóricamente buenas para el pueblo; el cumplimiento de las leyes era otra cosa. Y ese niño travieso y complicado que tenía por nombre familiar el de su sigla, INRA, fue mirado al inicio con displicente y enternecedor paternalismo desde los altos muros de la ciencia infusa de las doctrinas sociales y de las respetables teorías de las finanzas públicas, a donde no llegaban las mentalidades incultas y absurdas de los guerrilleros. Pero el INRA avanzó como un tractor o un tanque de guerra, que a la vez tractor y tanque es, rompiendo a su paso las cercas del latifundio y creando las nuevas relaciones sociales de tenencia de la tierra. Esta Reforma Agraria cubana asomaba con varias características importantes en América. Era, sí, antifeudal en cuanto además de eliminar el latifundio -en las condiciones cubanas- suprimía todos

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los contratos que supusieran pagar en especie la renta de la tierra y liquidaba las relaciones de servidumbre que se mantenían fundamentalmente en el café y el tabaco, entre nuestros grandes productos agrícolas. Pero también era una reforma agraria que se hacía en un medio capitalista para destruir la presión del monopolio contra las posibilidades de los seres humanos, aislados o reunidos en colectividad, de trabajar su tierra honradamente y producir sin miedo al acreedor o al amo. Tenía la característica que desde el primer momento iba a asegurar a los campesinos y trabajadores agrícolas, a los que se les daba la tierra, el apoyo técnico necesario por medio de su personal idóneo y también de su maquinaria y el apoyo financiero por medio de los créditos que otorgaba el INRA o los bancos paraestatales y el gran apoyo de la «Asociación de Tiendas del Pueblo», que se ha desarrollado grandemente en Oriente y está en proceso de desarrollo en otras provincias, donde los almacenes estatales desplazan al antiguo «garrotero» pagando un precio justo por las cosechas y dando también una refacción justa.

De todas las características diferenciales con las otras tres grandes reformas agrarias de América (México, Guatemala y Bolivia), la que parecía más importante es la decisión de llevarla hasta el final, sin contemplaciones ni concesiones de ninguna clase. Esta Reforma Agraria integral no respeta derecho alguno que no sea el derecho del pueblo ni se ensaña contra ninguna clase o nacionalidad; igual cae el peso de la ley sobre la United Fruit Company o el King Ranch, como sobre los latifundistas criollos.

Bajo estas condiciones, la producción de materias importantísimas para el país como el arroz, granos oleaginosos o algodón, se desarrolla intensamente y se hace centro del proceso de planeación; pero la Nación no está satisfecha y va a rescatar todas sus riquezas conculcadas. Su rico subsuelo, escena de las luchas monopolistas y campo de su voracidad, es prácticamente rescatado por la ley de petróleo. Esta, como la Reforma

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Agraria y todas las demás dictadas por la Revolución, responde a necesidades insoslayables de Cuba, a urgencias inaplazables de un pueblo que quiere ser libre, que quiere ser dueño de su economía, que quiere prosperar y alcanzar metas cada vez más altas del desarrollo social.

Pero, por eso mismo, es un ejemplo continental que los monopolios petroleros temen. No es que Cuba dañe sustancial y directamente al monopolio petrolero, pues no hay razón ninguna para considerar al país como un emporio del preciado combustible, aunque haya razonables esperanzas de obtener un abastecimiento que satisfaga las necesidades internas. En cambio, muestra el ejemplo palpitante de su ley a los pueblos hermanos de América, muchos de ellos pasto de esos monopolios e impulsados otros a guerras intestinas para satisfacer necesidades o apetencias de trusts adversarios y muestras, a la vez, la posibilidad de hacerlo en América, señalando al mismo tiempo la hora exacta en que se debe pensar en efectuarlo. Los grandes monopolios vuelven también su mirada inquieta a Cuba; no solamente se ha osado liquidar en la pequeña Isla del Caribe el omnipotente legado de Mr Foster Dulles a sus herederos, la Unidad Fruit Co., sino que además se ha golpeado al imperio del señor Rockefeller, y el grupo de la Deutch también sufre el ramalazo de la intervención de la Revolución popular cubana.

Esta ley, como la de minas; son las respuestas del pueblo a quienes pretenden doblegarlo con amagos de fuerza, con incursiones aéreas, con castigos de cualquier tipo. Algunos afirman que la ley de minas es tan importante como la de Reforma Agraria. En general, para la economía del país, consideramos que no llega a esa importancia, pero sucede ahora otro fenómeno nuevo: el veinticinco por ciento de impuesto sobre el total del producto exportado, que deben pagar las compañías que venden nuestro mineral al extranjero (dejando ahora algo más que un hueco en nuestro territorio) no sólo contribuye al bienestar cubano, sino que aumenta la potencia relativa de los monopolios canadienses en su lucha con los actuales explotadores de nuestro níquel.

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He aquí que la Revolución cubana, que liquida el latifundio, limita las ganancias de los monopolios extranjeros, las de los intermediarios extranjeros con capitales parásitos que se dedican al comercio de importancia y lanza al mundo una política nueva en América, osa también romper el status monopolista de los gigantes de la minería y deja a uno de ellos en dificultades, por lo menos. Ya esto significa un nuevo poderoso llamado de atención hacia los vecinos de una de las más grandes patrias del monopolio, pero, también tiene su repercusión en América entera. La Revolución cubana rompe todas las barreras de las empresas de noticias y difunde su verdad como un reguero de pólvora entre las masas americanas ansiosas de una vida mejor. Cuba es el símbolo de la nueva nacionalidad y Fidel Castro el símbolo de la liberación.

Por una simple ley de gravitación, la pequeña Isla de los ciento catorce mil kilómetros cuadrados y seis millones y medio de habitantes, asume la dirección de la lucha anticolonial en América en la que hay claudicaciones serias que le permiten tomar el heroico, glorioso y peligroso puesto de avanzada. Las naciones menos débiles económicamente de la América colonial, las que desarrollan a tropezones su capitalismo nacional en lucha continua, a veces violenta y sin cuartel, contra los monopolios extranjeros van cediendo su sitio gradualmente a esta pequeña nueva potencia de la libertad, pues sus gobiernos no se encuentran con las fuerzas suficientes para llevar a cabo la lucha. Es que ésta no es sencilla, ni está libre de peligros ni exenta de dificultades y es preciso tener un pueblo entero detrás y una carga enorme de idealismo y de espíritu de sacrificio para llevarla a cabo en las condiciones casi solitarias en que nosotros lo estamos haciendo en América. Pequeños países intentaron antes mantener este puesto; Guatemala, la Guatemala del quetzal, que muere cuando se le aprisiona en la jaula, la Guatemala del indio Tecum Uman, cayó ante la agresión directa de los colonialistas; y Bolivia, la de Morillo, el protomártir de la independencia americana, cedió ante las dificultades terribles de

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la lucha, a pesar de haberse iniciado dando tres de los ejemplos que sirvieron fundamentalmente a la Revolución cubana: la supresión del ejército, la Reforma Agraria y la nacionalización de sus minas -a la vez, fuente máxima de riquezas y máxima fuente de tragedia.

Cuba conoce los ejemplos anteriores, conoce las caídas y las dificultades, pero conoce también que está en el amanecer de una nueva era del mundo; los pilares coloniales han sido barridos ante el impulso de la lucha nacional y popular tanto en Asia como en Africa. Ya las tendencias a la unificación de los pueblos no están dadas por sus religiones, por sus costumbres, por sus apetencias, afinidades o falta de afinidad racial; está dada por la similitud económica de sus condiciones sociales y por la similitud de su afán de progreso y de recuperación. Asia y Africa se dieron la mano en Bandung, Asia y Africa vienen a darse la mano con la América colonial e indígena, a través de Cuba, aquí en La Habana.

Por otro lado, las grandes potencias colonialistas han cedido terreno ante la lucha de los pueblos. Bélgica y Holanda, son dos caricaturas de imperio; Alemania e Italia perdieron sus colonias. Francia se debate en la amargura de una guerra que tiene pérdida, e Inglaterra, diplomática y hábil, liquida el poder político manteniendo las conexiones económicas.

El capitalismo norteamericano reemplazó algunos de los viejos capitalismos coloniales en los países que iniciaron su vida independiente, pero sabe que esto es transitorio y que no hay un afincamiento real en el nuevo territorio de sus especulaciones financieras: podrán absorber como el pulpo, pero no aplicar las ventosas firmemente como él. La garra del águila imperial está limada. El colonialismo ha muerto en todos estos lugares del mundo o está en proceso de muerte natural.

América es otra cosa. Hace tiempo que el león inglés quitó sus fauces golosas de nuestra América y los jóvenes y simpáticos capitalistas yanquis instalaron la versión

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«democrática» de los clubes ingleses e impusieron su dominación soberana en cada una de las veinte repúblicas.

Esto es el feudo colonial del monopolio norteamericano, el «traspatio de su propia casa», su razón de vivir en este momento y su única posibilidad de hacerlo; si todos los pueblos latinoamericanos levantaran la bandera de la dignidad, como Cuba, el monopolio temblaría, tendría que acomodarse a una nueva situación político-económica y a podas sustanciales de sus ganancias. Al monopolio no le gusta podar sus ganancias y el ejemplo cubano -este «mal ejemplo» de dignidad nacional e internacional- está cundiendo entre los países de América. Cada vez que un pueblo desgarrado lanza su grito de liberación, se acusa a Cuba; y es que en alguna forma Cuba es culpable, es culpable porque ha mostrado un camino, el camino de la lucha armada popular contra los ejércitos supuestamente invencibles, el camino de la lucha en los lugares agrestes para desgastar y destruir al enemigo fuera de sus bases; el camino de la dignidad en una palabra.

Mal ejemplo el cubano, muy mal ejemplo. No puede dormir tranquilo el monopolio mientras este mal ejemplo permanezca de pie, de frente a los peligros, avanzando hacía el futuro. Hay que destruirlo, gritan sus voceros. Hay que intervenir en ese bastión «comunista», gritan los sirvientes del monopolio disfrazado de representantes a la Cámara. «Nos provoca mucha inquietud la situación cubana», dicen los más ladinos defensores del trust, pero todos sabemos que quieren decir: «Hay que destruirla.»

Bien, ¿cuáles son estas posibilidades de agresión tendientes a destruir el mal ejemplo? Hay una que podríamos llamar económica pura. Se inicia esta posibilidad restringiendo los créditos de bancos y proveedores norteamericanos para todos los comerciantes, los bancos nacionales y el mismo Banco Nacional de Cuba; se restringen en Norteamérica y se trabaja por medio de sus

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asociados para hacerlo en todos los países de Europa occidental, pero esto solo no es suficiente.

La negativa a conceder créditos provoca un primer impacto fuerte sobre la economía, pero inmediatamente ésta se rehace y la balanza comercial se nivela, acostumbrándose el país víctima a vivir al día. Hay que seguir presionando. La cuota azucarera empieza a entrar en la danza; que sí, que no, que no, que sí. Apresuradamente, las máquinas de calcular de las agencias del monopolio sacan toda clase de cuentas y se llega a la conclusión final: muy peligroso disminuir la cuota cubana, imposible anularla. ¿Por qué muy peligroso? Porque además de lo impolítico que puede ser, sencillamente esto despierta las apetencias de diez o quince países proveedores y creará un tremendo malestar entre todos ellos, que siempre se considerarán con derecho a algo más. Imposible quitarla, porque Cuba es el mayor, más eficaz y más barato proveedor de azúcar a los Estados Unidos y porque el sesenta por ciento de los intereses que están en contacto directo con la producción o comercialización del azúcar, pertenecen a ese país. Además, la balanza comercial es favorable a los Estados Unidos; quien no vende no puede comprar, y habría que dar el mal ejemplo de la ruptura de un trabajo. Pero no para allí la cosa: el pretendido regalo norteamericano de pagar cerca de tres centavos por encima del mercado, es solamente el resultado de su incapacidad para producir azúcar barata. Los altos niveles de salarios y la baja productividad del suelo, impiden a la gran potencia producir el azúcar a los precios cubanos y, amparados en este precio mayor que pagan por un producto, imponen tratados onerosos a todos los beneficiarios, no solamente a Cuba. Imposible liquidar la cuota cubana.

No consideramos seriamente la posibilidad de que el monopolio haya pretendido hacer de los bombardeos y los incendios de cañaverales una variante económica al provocar la consiguiente escasez del producto. Más bien parece una medida tendiente a sembrar la desconfianza en el poderío del Gobierno Revolucionario (el

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cadáver destrozado del mercenario norteamericano, mancha de sangre algo más que una casa cubana, también una política, y, ¿qué decir de la gigantesca explosión de las armas destinadas al Ejército Rebelde?).

Hay otros lugares vulnerables donde la economía cubana se puede presionar; los abastecimientos de materias primas, el algodón, por ejemplo. Sin embargo, se sabe bien que de algodón hay superproducción en el mundo y que sería transitoria cualquier dificultad de ese tipo. ¿Combustible?, es una llamada de atención; puede paralizarse un país sin combustible y Cuba produce muy poco petróleo, tiene algunos alquitranes que pueden operar sus máquinas de caldera y algún alcohol con el que en definitiva podrá hacer andar sus vehículos, además, también hay mucho petróleo en el mundo. El Egipto puede vender, la Unión Soviética puede vender, quizás el Irak pueda vender en poco tiempo. No se puede desarrollar una estrategia económica pura.

Dentro de las posibilidades de agresión, si a esta variante económica se le agregan algunas interferencias de alguna «potencia» de bolsillo, Santo Domingo por ejemplo, se molestaría algo más, pero en definitiva deberían intervenir las Naciones Unidas y no se llegaría a nada concreto.

Incidentalmente, los nuevos caminos seguidos por la OEA crean un peligroso precedente de intervención. Escudándose en el manido pretexto trujillista, el monopolio se solaza construyendo su viaducto de agresión. Triste es que la democracia venezolana nos haya puesto en el brete de tener que negar una intervención contra Trujillo. Qué buen servicio se ha hecho a los piratas del Continente.

Dentro de las nuevas posibilidades de agresión está la eliminación física por medio del atentado al antiguo «muchacho loco», Fidel Castro, que se ha convertido ya en el centro de las iras de los monopolios. Naturalmente, habría que tomar medidas para que los otros dos peligrosos «agentes internacionales», Raúl Castro y el que

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esto escribe, fueran eliminados también. Es una solución apetecible y si diera resultado satisfactorio en un triple acto simultáneo o al menos en la cabeza dirigente, sería beneficioso para la reacción (pero no se olviden del pueblo, señores monopolistas y sirvientes de adentro, del pueblo omnipotente que ante un crimen semejante arrasaría y aplastaría con su furia a todos aquellos que tuvieran algo que ver directa o indirectamente con el atentado en cualquier grado a los jefes de la Revolución, sin que nada ni nadie pueda detenerlo).

Otro aspecto de la variante Guatemala es presionar sobre los abastecimientos de armas cubanas hasta obligarla a comprar en países comunistas para desatar entonces más rígidamente su lluvia de improperios. Puede dar resultado: «puede ser que nos ataquen por 'comunistas', pero no nos van a eliminar por imbéciles», dijo alguien en nuestro Gobierno.

Se va perfilando entonces la necesidad de una agresión directa por parte de los monopolios y hay muchas posibilidades que estarán barajadas y estudiadas en las máquinas IBM con todos sus procesos calculados. Se nos ocurre en este momento que puede existir la variante española, por ejemplo. La variante española sería aquella en que se tomara un pretexto inicial: exiliados, con la ayuda de voluntarios, voluntarios que por supuesto serían mercenarios o simplemente soldados de una potencia extranjera, bien apoyados por marina y aviación, muy bien apoyados para tener éxito, diríamos. Puede ser también la agresión directa de un Estado, como Santo Domingo, que mandara algunos de sus hombres, hermanos nuestros, y muchos mercenarios a morir a estas playas para provocar el hecho de la guerra, el hecho de que obligara a las candorosas patrias del monopolio, a decir que no quieren intervenir en esta lucha «desastrosa» entre hermanos, que se concretarán a congelarla y limitarla a los planos actuales, que vigilarán sus acorazados, cruceros, destructores, portaaviones, submarinos, barreminas, torpederos, además de aviones, los cielos y mares de esta parte de América. Y pudiera

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suceder que, mientras a los celosos guardianes de la paz continental no se les pasara un solo barco que trajera nada para Cuba, lograrán «eludir» la «férrea» vigilancia algunos, muchos o todos los barcos que fueran a la desgraciada patria de Trujillo. También podrían intervenir a través de algún «prestigioso» organismo interamericano, para poner fin a la «loca guerra» que el «comunismo» desatara en nuestra Isla, o si ese mecanismo de ese «prestigioso» organismo americano no sirviera, podrían intervenir directamente en su nombre para llevar la paz y proteger los intereses de connacionales, creando la variante de Corea.

Quizás el primer paso de la agresión no sea contra nosotros sino contra el Gobierno Constitucional de Venezuela para liquidar el último punto de apoyo en el Continente. Si esto sucede, es posible que el centro de la lucha contra el colonialismo abandone a Cuba y se sitúe en la gran patria de Bolívar. El pueblo de Venezuela saldrá a defender sus libertades con todo el entusiasmo de quien sabe que está dando la batalla definitiva, que tras la derrota está la más lóbrega tiranía y tras la victoria el definitivo porvenir de América y un reguero de luchas populares pueden asaltar la paz de los cementerios monopolistas en que se han convertido nuestras hermanas subyugadas.

Podrían alegarse muchas cosas contra la factibilidad de la victoria enemiga, pero hay dos fundamentales: una externa, que es el año 1960, el año de los pueblos subdesarrollados, el año de los pueblos libres, el año en que por fin se harán respetar y para siempre las voces de los millones de seres que no tienen la suerte de ser gobernados por los poseedores de los medios de muerte y pago, pero además, y razón más poderosa aún, que un ejército de seis millones de cubanos empuñarán las armas como un solo individuo para defender su territorio y su Revolución, que esto será un campo de batalla donde el ejército no ha de ser nada más que una parte del pueblo en armas, que después de destruido en una lucha frontal, cientos de guerrillas con mando

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dinámico, con una sola orientación central, darán la batalla en cada lugar del país, que en las ciudades los obreros se harán matar al pie de sus fábricas o centros de trabajo y en los campos, los campesinos darán muerte al invasor detrás de cada palma o de cada surco de los nuevos arados mecánicos que la Revolución les diera.

Y por los caminos del mundo, la solidaridad internacional, creará una barrera de cientos de millones de pechos protestando contra la agresión. Verá el monopolio cómo se sacuden sus pilares carcomidos y cómo es barrida de un soplo la tela de araña de su cortina de mentiras elaboradas por las «P». Pero, supongamos que se atrevan contra la indignación popular del mundo: ¿qué pasará aquí adentro?

Lo primero que salta a la vista, dada nuestra posición de Isla fácilmente vulnerable, sin armas pesadas, con una aviación y una marina muy débiles, es la aplicación esencial del concepto guerrillero a la lucha de defensa nacional.

Nuestras unidades de tierra lucharán con el fervor, la decisión, el entusiasmo de que son capaces los hijos de la Revolución cubana en estos años gloriosos de su Historia; pero en el peor de los casos estamos preparados para seguir siendo unidades combatientes aún después de la destrucción de la estructura de nuestro ejército en un frente de combate. En otras palabras, frente a grandes concentraciones de fuerzas enemigas que lograran destruir la nuestra, se transformaría inmediatamente en un ejército guerrillero, con amplio sentido de movilidad, con el mando ilimitado de sus jefes a nivel de la columna pero, sin embargo, con un mando central situado en algún lugar del país, que daría las órdenes oportunas y fijará la estrategia general en todos los casos.

Las montañas serían la defensa última de la vanguardia armada organizada del pueblo, que as el Ejército Rebelde pero la lucha se dará en cada casa del pueblo, en cada camino, en cada monte, en cada pedazo del territorio nacional por el gran ejército de retaguardia que

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es el pueblo entero, adiestrado y armado en la forma que después puntualizaremos.

Al no tener nuestras unidades de infantería armas pesadas, se centrará su acción en la defensa antitanque y la defensa antiaérea. Muchas minas, infinidad de ellas, bazookas o granadas antitanques, cañones antiaéreos de gran movilidad, serán las únicas armas de cierto poder, amén de algunas baterías de morteros. El soldado de infantería veterano, con armas automáticas, sabrá, no obstante, el valor del parque. Lo cuidará con amor. Instalaciones especiales de recarga de cartuchos acompañarán a cada unidad de nuestro ejército, manteniendo aun en condiciones precarias, reservas de parque.

La aviación probablemente sea mal herida en los primeros momentos de una invasión de este tipo. Estamos haciendo el cálculo para una invasión por una potencia extranjera de primera magnitud o mercenario de alguna pequeña potencia, apoyadas subrepticiamente o no, por esa gran potencia de primera magnitud. La aviación nacional como dije, será destruida, o casi destruida, se mantendrán solamente los aviones de reconocimiento y los de enlace, sobre todo los helicópteros, para todas las funciones menores.

La marina tendrá también su estructura adecuada a esta estrategia móvil; pequeñas lanchas mostrarán la menor superficie al enemigo manteniendo la máxima movilidad; siempre en estos casos, como en cualquiera de los anteriores, la gran desesperación del ejército enemigo será el no encontrar nada sólido contra lo cual chocar; todo será una masa gelatinosa, movediza, impenetrable, que va retrocediendo y, mientras hiere en todos lados, no presenta un frente sólido.

Pero no es fácil que el ejército del pueblo, que está preparado para seguir siendo ejército, pase a su derrota en una batalla frontal, sea derrotado. Dos grandes masas de población están unidas alrededor de él: los campesinos y los obreros. Ya los campesinos han dado señales de su eficacia deteniendo a la pequeña pandilla que

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merodeaba por los alrededores de Pinar del Río. En su gran mayoría, esos campesinos serán preparados en sus lugares de origen; pero los jefes de pelotón y los superiores serán preparados, como ya lo están siendo, en nuestras bases militares. De allí se distribuirán a través de las treinta zonas de desarrollo agrario en que ha sido dividido el país para constituir otros tantos centros de lucha campesina, encargados de defender al máximo sus tierras, sus conquistas sociales, sus nuevas casas, sus canales, sus diques, sus cosechas florecientes, su independencia; en una palabra, su derecho a la vida.

Presentarán al principio también una firme oposición a cualquier avance del enemigo pero, si éste es muy fuerte, se dividirán, y cada campesino durante el día será un pacífico cultivador de su tierra y, en la noche, será el temible guerrillero, azote de las fuerzas enemigas. Algo semejante ocurrirá con los obreros; también los mejores entre ellos se prepararán para después jefaturar a sus compañeros y encargarse de impartirles las nociones de defensa que se darán. Cada tipo social, sin embargo, tendrá tareas distintas; el campesino hará la lucha típica del guerrillero y debe aprender a ser un buen tirador, aprovechar todas las dificultades del terreno y a desaparecer sin dar la cara nunca; el obrero, en cambio, tiene a su favor el hecho de estar dentro de una fortaleza de enormes dimensiones y eficacia, como es una ciudad moderna, y al mismo tiempo la dificultad de no tener movilidad. El obrero aprenderá, lo primero, a cerrar las calles con barricadas hechas con cuanto vehículo, mueble o utensilio haya, a utilizar cada manzana como una fortaleza comunicada por agujeros hechos en las paredes interiores, a usar la terrible arma de defensa que es el «coctel molotov» y a saber coordinar su fuego desde las aspilleras innumerables que ofrecen las casas de una ciudad moderna.

Entre la mesa obrera, asistida por la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas encargadas de la defensa de las ciudades, se hará un bloque de ejército poderoso, pero que deberá ser extremadamente sacrificado. No se puede

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pensar que la lucha en las ciudades en estas condiciones va a alcanzar la facilidad y elasticidad de la lucha campesina: caerán -o caeremos- muchos en esta lucha popular; el enemigo utilizará tanques que serán rápidamente destruidos cuando el pueblo aprenda a ver sus lados flacos y también a no temerles, pero antes dejará su saldo de víctimas.

También existirán organizaciones afines a éstas de obreros y campesinos. En primer lugar, las milicias estudiantiles, dirigidas y coordinadas por el Ejército Rebelde, que contendrá la flor y nata de la juventud estudiosa; organizaciones de la juventud en general que participará en la misma forma y organizaciones de mujeres, que darán el enorme estímulo de la presencia femenina, harán los trabajos tan importantes de asistencia a los compañeros de lucha: cocinar, curar heridos, dar las últimas caricias a los moribundos, lavar, en fin, demostrar a los compañeros de armas que nunca falta su presencia en los momentos difíciles de la Revolución. Todo esto se logra por un amplio trabajo organizativo de las masas pero, además, se logra con una educación paciente y completa de las mismas, educación que nace o tiene su cimiento en los conocimientos elementales pero que debe centralizarse sobre la explicación razonada y veraz de los hechos de la Revolución.

Las leyes revolucionarias deben ser comentadas, explicadas, estudiadas, en cada reunión, en cada asamblea, en cada lugar donde exponentes de la Revolución se den cita para cualquier cosa. Constantemente, además, deben leerse también, comentarse y discutirse los discursos de los jefes, y particularmente, en nuestro caso, del líder indiscutido, para ir orientando a las masas, al mismo tiempo que deben reunirse para escuchar en los campos, por las radios o, en lugares de más avanzado nivel técnico, con televisores, esas magníficas lecciones populares que suele dar nuestro Primer Ministro.

El contacto del pueblo con la política, es decir, el contacto del pueblo con la expresión de sus anhelos hechos leyes, decretos y resoluciones, debe ser constante. La

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vigilancia revolucionaria sobre toda manifestación contra ella debe ser constante también y, dentro de las masas revolucionarias, la vigilancia de su moral debe ser más estricta que la vigilancia contra el no revolucionario o el desafecto. No se puede permitir, so pena de que la revolución inicie el peligroso camino del oportunismo, el que ningún revolucionario, de ninguna categoría y por ningún concepto, sea perdonado de faltas graves contra el decoro o la moral, por el hecho mismo de ser revolucionario. Pudiera eso constituir en todo caso, algo como una atenuante y puede estar siempre presente durante el castigo el recuerdo de sus anteriores méritos, pero el hecho en sí, debe ser siempre castigado.

El culto al trabajo, sobre todo al trabajo colectivo y con fines colectivos, debe ser desarrollado. Brigadas de voluntarios que construyan caminos, puentes, muelles o diques, que construyan ciudades escolares, que vayan constantemente uniéndose, demostrando su amor a la revolución con los hechos, deben recibir un gran impulso.

Un ejército que esté compenetrado de tal forma con el pueblo, que sienta tan íntimamente en él al campesino o al obrero de donde surgió, que conozca además toda la técnica especial de su guerra y esté preparado psicológicamente para las peores contingencias, es invencible, y más invencible será cuando más carne se haga en el ejército y en la ciudadanía la justa frase de nuestro inmortal Camilo: «El Ejército es el pueblo uniformado.» Por eso, por todo eso, a pesar de lo necesario que es para el monopolio la supresión del «mal ejemplo» cubano, nuestro futuro es más luminoso que nunca.

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