Martí y Marx, raíces de la Revolución Socialista de Cuba

 

En los inicios del XXI, trabajamos para fortalecer en nuestra patria el pensamiento socialista y ayudar a rescatarlo internacionalmente, a partir de la cultura cubana de dos siglos de historia, en la cual se destaca la figura de José Martí. Para arribar a conclusiones teóricamente válidas es necesario profundizar en los conceptos de cultura general integral y masiva en que viene insistiendo el compañero Fidel Castro. A este fin solo se llega a través del concepto de integralidad de la cultura presente en el pensamiento de Carlos Marx, Federico Engels y de todos los grandes humanistas de la historia. Esta es la revolución humanista, socialista y martiana que Fidel está promoviendo.
Cuando procuramos establecer una relación entre el pensar de Martí y el de Marx, lo hacemos por dos razones, la primera, porque en el siglo XX ambas corrientes de pensamiento se articularon en la Revolución Cubana y ello reviste una gran importancia para la formación política y cultural de las nuevas generaciones; y la segunda, porque la necesidad de alcanzar la síntesis de diferentes corrientes del pensamiento socialista es una exigencia para la evolución intelectual y moral de la humanidad.
Es tal el caos intelectual y la carencia de ideas nuevas que para reconstruir la evolución filosófica de lo que llamaron Occidente se hace necesario investigar y relacionar los hilos principales del tejido ideológico de los últimos dos siglos. Para los cubanos, Carlos Marx y José Martí representan los planos más altos del saber filosófico y humanista de la cultura europea y latinoamericana del siglo XIX, respectivamente.
No subestimamos las posibilidades de otras búsquedas con diversas personalidades de la cultura filosófica política y social, por el contrario, no solo nos parece útil, sino indispensable hacerlo. Es nuestra aspiración que así se haga para arribar a una orientación válida en la búsqueda del camino certero para la liberación humana.
En los siglos anteriores, las pugnas ideológicas venían impuestas por las necesidades del enfrentamiento cultural. Desde luego, se llevó a la exageración. En ello, obviamente, influyeron las pasiones humanas, pero en nuestro siglo XXI constituye un requerimiento intelectual y moral alcanzar la integralidad del pensamiento y ello solo es posible con la interrelación de las diversas ramas y la búsqueda de una síntesis cultural universal. Los cubanos encontramos dicha síntesis a partir de estos dos gigantes del pensamiento: Martí y Marx. Sobre tales fundamentos estamos dispuestos, como ordenó Martí, a injertar al mundo en nuestras repúblicas, pero que el tronco sea el de ellas. Nos orientamos por el método electivo de la tradición filosófica cubana y el postulado de Luz y Caballero todas las escuelas y ninguna escuela, he ahí la escuela, así también entendemos nosotros la concepción dialéctica de Marx y de Engels.
La dispersión intelectual presente en la llamada postmodernidad revela, en los comienzos de un nuevo siglo, el agotamiento cultural del sistema burgués imperialista que ha fragmentado hasta convertir en polvo todos los valores o diseños conceptuales que durante dos milenios conformaron el llamado pensamiento occidental.
El dogmatismo ha servido siempre de sombrilla ideológica al egoísmo individual. Por ello, los espíritus egocéntricos proclaman la imposibilidad de todo esquema que pueda presentarse para el estudio de la realidad. Ya no tienen, siquiera, capacidad para establecer nuevos dogmas e invalidan la búsqueda de diseños teóricos, sin embargo, estos son imprescindibles para encontrar los caminos a favor de la justicia universal y salvar a la humanidad de catástrofes de proporciones incalculables.
José Martí nos habló precisamente de la necesidad de una filosofía de las relaciones. La tradición intelectual anterior al Apóstol nos planteó a su vez el método electivo que comporta una elección a favor de la justicia que Luz y Caballero caracterizó como el sol del mundo moral. Para la cultura cubana esto no resulta antagónico con el pensar materialista dialéctico de Marx, muy por el contrario, se complementan, a partir de asumir el ideal de redención del hombre en la Tierra, el más alto desde el punto de vista ético.
Para iniciar nuestro análisis partiremos de la siguiente premisa: las aspiraciones a la liberación universal del hombre y el trabajo socialmente organizado están insertadas, de un modo u otro, en la larga evolución intelectual, moral y religiosa de la civilización desde hace dos mil años.
Las debilidades del sistema imperialista norteamericano se hallan, en buena medida, en la ignorancia, desinformación y el tratamiento anticultural de esas claves. La pregunta es la siguiente: ¿Es posible dominar el mundo que llaman unipolar sin una sólida base cultural y filosófica? Es el desafío que tienen ante sí los hombres que vivirán bien entrado el siglo XXI y aquellos que trabajamos para una vida superior en la centuria recién iniciada, que muchos de nosotros individualmente no nos será posible disfrutar, pero será el siglo de nuestros hijos y nietos.
Es bueno puntualizar que la idea del socialismo con este nombre o aquel no surgió con Marx. El mérito del autor de El capital consistió en darle contenido y proyección científico-social a una antigua aspiración utópica presente en diversas etapas de la historia de la humanidad. Ejemplos sobresalientes los tenemos en el cristianismo durante sus inicios y en la utopía socialista que podemos representarnos, entre otros muchos, en Tomás Moro.
Precisamente en el cristianismo primitivo estaban idealmente presentes los dos elementos esenciales ya mencionados, es decir, la aspiración a la liberación del hombre en la Tierra y la de asociarse en comunidad y ellos constituyen las semillas de la tradición utópica de lo que más tarde llamaron Occidente. En la historia de las sociedades clasistas durante estos dos mil años han venido siendo tergiversados y aplastados por una civilización nacida y desarrollada a partir de la codicia, la ambición personal y el egoísmo. Hoy, la exacerbación de estos factores negativos amenaza aplastar definitivamente todos los valores creados por esa civilización.
Para enfrentar esta amenaza, los cubanos edificamos y perfeccionamos la república con todos y para el bien de todos que soñó Martí y que identificamos hoy con el ideal socialista. En Marx y Engels estaba presente la aspiración de alcanzar la liberación radical del hombre y la igualdad social. Lo planteaba sobre el presupuesto de la revolución y del análisis científico de las diversas vías y formas para alcanzarlo asumiendo el desafío de promover la redención del hombre y propiciar las facultades humanas de asociarse. Al someter a un examen crítico profundo la historia de las sociedades clasistas de Europa fundamentó su inmensa obra filosófica y científico-social. Ese pensamiento, el más elevado del viejo continente, es objeto hoy de juicios críticos, pero las limitaciones que como toda obra humana tiene, son las propias de su espacio y tiempo histórico. Lo cierto es que el pensamiento socialista en general representa la cumbre más alta de la cultura de los últimos dos siglos.
Una cuestión esencial en el análisis que se debe hacer en el siglo XXI acerca del materialismo histórico se refiere a la aspiración utópica y su papel en la lucha de la humanidad por la igualdad social y la solidaridad universales. Este propósito en sí mismo es una utopía en el sentido que debemos considerarlo actualmente
En este tiempo, que muchos llaman postmoderno, continúan manifestándose las dos corrientes fundamentales del pensar occidental y que en el lenguaje de la filosofía de Marx y Engels se conoce como oposición entre idealismo y materialismo. Pero busquemos una fórmula más comprensible para entender el problema. Esas corrientes son:
1. La evolución del pensar científico que concluyó en su más alta escala con el pensamiento científico racional y dialéctico. A este respecto, después de Marx y Engels no se ha alcanzado nada más elevado en filosofía, a no ser por aquellos que partieron de sus fundamentos y los enriquecieron.
2. La tradición del pensamiento utópico que tiene raíces asentadas en las ingenuas ideas religiosas de las primeras etapas de la historia humana y que en la civilización occidental se nutrió inicialmente, y en su ulterior evolución, de lo que conocemos por cristianismo.
Ambas tendencias, necesarias para el desarrollo y estabilidad han venido siendo desvirtuadas y tergiversadas a lo largo de la historia por la acción de los hombres. Unas veces cayendo en el materialismo vulgar y otras en el intento de situarse fuera de la naturaleza ignorando sus potencialidades creativas. Martí hablaba de la necesidad de relacionar la capacidad intelectual del hombre y sus facultades emocionales. Por esto hablamos del pensamiento filosófico de un lado, sobre el respeto a lo mejor y más depurado de las ideas científicas, y del otro, lo que se ha llamado pensamiento utópico. Es decir, las esperanzas y posibilidades de realización hacia el mañana.
Una filosofía que se corresponda con los intereses de los pueblos será aquella que articule uno y otro plano partiendo de la idea leninista de que la práctica es la prueba definitiva de la verdad. Y del principio martiano de procurar la fórmula del amor triunfante.
¿Por qué el amor no va a situarse como una fuerza real de consecuencias objetivas si, como se observa, genera y enriquece la vida real? ¿Por qué no se traslada esta verdad históricamente comprobada al campo de la vida social? Porque el egoísmo es también una fuerza real. Toda utopía supone un ideal y no se invalidan en los forjadores del socialismo científico los móviles ideales, la utopía en sí, sino que se plantea la necesidad de estudiar sus orígenes económicos, sociales y culturales.
Martí afirmó que no había poesía mayor que la que observaba en los libros de ciencia. Einstein aseguraba que la confirmación de sus leyes matemáticas muchas veces la encontraba en la belleza estética de la conclusión. En el siglo XXI se deben exaltar la utopía y las razones científicas que puedan ayudar a su confirmación en la realidad.
Examinemos este aspecto clave para relacionar el pensamiento de Marx con el de Martí a la luz del propio pensamiento del autor de El capital. Él sostenía que la poesía de la revolución europea del siglo XIX solo podía generarse desde el futuro y afirmaba:
Entonces no habrá dudas de que el mundo ha poseído durante largo tiempo el sueño de una cosa, de la cual sólo le basta la consciencia para poseerla realmente. Entonces no habrá duda de que el problema no lo constituye el abismo que se abre entre los pensamientos del pasado y los del futuro, sino la realización de los pensamientos del pasado.1
Hay en estas formulaciones doble poesía, la de soñar con el futuro y la de procurarlo por vías científicas. Se trata de un sueño profético.
Continuando esta línea de pensamiento Antonio Gramsci afirmaba: En la acumulación de ideas que se nos ha trasmitido a través de un milenio de trabajo y pensamiento, existen elementos poseedores de un valor eterno, los cuales no pueden ni deben perecer. La pérdida de la conciencia de estos valores es uno de los signos más alarmantes de degradación que ha ocasionado el régimen burgués, porque para éste todo es convertible en objeto de transacción comercial y el arma bélica, y nuestra tarea consiste en recuperarlos y hacerlos brillar con una nueva luz.2
Con relación a la utopía, Engels decía que la inconsecuencia no estaba en mantener móviles ideales, sino en no analizar sus causas fundamentales. Analicemos ahora las relaciones del pensamiento de Marx con la cosmovisión martiana.
El acento científico predomina en los análisis de Marx, el sentido utópico y poético en el de Martí, pero en ambos hay utopía y hay ciencia, y, sobre todo, en ambos se aspira a la liberación universal del hombre y a desarrollar formas colectiva de orga-nización de los hombres para lograrlo.
Las diferencias entre la forma de presentar la cuestión entre Marx y Martí están determinadas por el espacio geográfico y la tradición cultural en que cada cual se movía. Marx es la expresión del movimiento redentor del siglo XIX en Europa donde el capitalismo había alcanzado su más alto desarrollo incluyendo las contradicciones clasistas que le son inherentes y Martí asume y representa la tradición emancipadora de nuestra América. Desde su estancia como emigrado en Estados Unidos analizó el drama que se incubaba en el seno de esa sociedad durante las últimas décadas de ese siglo, es decir, cuando se gestaba el imperio estadounidense. El Apóstol llegó a su cosmovisión enfrentándose directamente a la esclavitud y a la opresión colonial y asumiendo el pensamiento revolucionario moderno europeo y la tradición bolivariana; recogió la tradición ética de la cultura de raíz cristiana en su acepción más pura y original.
Marx y Engels, forjadores de las ideas socialistas, asumieron el pensamiento de liberación y de la modernidad sobre el fundamento de la larga evolución intelectual y filosófica que culminó en Hegel. Ellos lo trascienden y lo sitúan en una escala superior, lo llevan a la acción, pero enfrentándose a las concepciones reaccionarias que sobre la espiritualidad venían de la peor herencia medieval y de la Inquisición y, por tanto, de las concepciones metafísicas conservadoras que trazaban radical divorcio entre lo que llamamos materia y lo que denominamos espíritu.
Si hacemos una comparación acerca de cómo Marx y Engels trataron la cuestión de la subjetividad desde la primera crítica al materialismo de Feuerbach, y lo comparamos con el pensamiento filosófico de José de la Luz y Caballero, encontraremos nexos que a muchos pueden parecerles sorprendentes.
Dicen Marx y Engels en la primera crítica al materialismo anterior: El defecto fundamental de todo el materialismo anterior —incluido el de Feuerbach— es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo.3
Por su parte, Medardo Vitier al exponer los aspectos esenciales de las ideas de José de la Luz y Caballero, señala que para este el criterio de la verdad: no radica objetivamente en el mundo exterior, no radica subjetivamente en nosotros; surge, se organiza como una congruencia entre lo objetivo y lo subjetivo.4
El error o la insuficiencia presente desde el origen de las ideas filosóficas estuvo en trazar un abismo infranqueable entre lo que se llamó objetivo (materia) y lo que se llamó subjetivo (espíritu) cuando ambos planos tienen una profunda interrelación, forman parte de la unidad material del mundo —para decirlo en el lenguaje de Marx— o la unidad de la naturaleza —para expresarlo en términos que empleaba José Martí.
En la tradición filosófica cubana sobresalen estas ideas de Luz y Caballero:
[...] A torrentes han de llover las luces de todas las ciencias humanas sobre el más privilegiado entendimiento, antes que se dé un solo paso en el primero de los estudios en el orden de la importancia, pero el último en el orden del tiempo y la dificultad. Deslindar los fenómenos del instinto y de la inteligencia, examinar las causas que pueden alterar dichos fenómenos, o lo que es igual, marcar la influencia de las edades, de los climas, de los temperamentos, de las enfermedades, conocer al hombre sano y al enfermo [...]sólo el capítulo de la enajenación mental es un episodio que respecto de los conocimientos auxiliares que requiere, se vuelve otro asunto principal; [...]. Y más adelante señala: [...] Fisiología, y quien tal dice, dice Física, Historia natural, Anatomía comparada, Medicina, Matemáticas (porque es menester notar la marcha del espíritu humano en todos sus ramos). Psicología y por descontado Ideología, Gramática, Lógica; y quien así se explica, ya incluye todos los recursos de la Crítica y Filología, y por cima de todo y para todo una razón sumamente fortificada y maestra en el ejercicio de la investigación; en una palabra, para el estudio del hombre es menester más que el hombre, toda la naturaleza.5
Luz exige de las ciencias intelectuales o espirituales y por tanto de la moral, su comprobación práctica, es decir, su confirmación con el ejemplo. El valor de sus ideas se halla en que solo con la integralidad de las diversas ramas de la cultura se puede alcanzar la racionalidad y la comprensión científica acerca de la importancia de la ética. Porque esta última se interrelaciona con todas las formas del actuar tanto en lo individual como en lo social.
En carta de Engels a José Bloch, sumamente esclarecedora, señala: ...Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en la frase vacua, abstracta, absurda. Y seguidamente explica lo siguiente: La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas —ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma.6
La historia de la sociedad humana es en efecto un combate muchas veces abierto y otras encubierto entre explotadores y explotados, esto es así por factores económico sociales, y además, porque, como decía el Apóstol, los hombres van de dos bandos, los que aman y funda, y los que odian y destruyen. Esto también es una verdad científica; es decir, junto a los condicionamientos económicos que determinan, en última instancia, la división clasista, están presentes las ambiciones individuales que por naturaleza posee el hombre. En un mundo idealizado donde todos fueran altruistas, triunfaría el socialismo de manera natural, pero ese mundo no existe, sin embargo, hay que entender, a su vez, que los hombres no solo poseen ambición y egoísmo, también tienen, sobre todo potencialmente, enormes posibilidades de generar la bondad, la solidaridad y la inteligencia en su más pleno alcance y esta es otra verdad científica. Estos sentimientos y facultades están presentes en la naturaleza social de los hombres y pueden ser estimulados con la educación y la cultura.
Engels decía que las sociedades clasistas habían generado riquezas enormes apelando a las ambiciones más viles de los hombres a costa de sus mejores disposiciones. Con este pensamiento del genial compañero de Marx y la dolorosa experiencia del siglo XX, podemos comprender que el desafío ético es un elemento sustantivo para edificar una sociedad socialista, es decir, para estimular las mejores disposiciones humanas a favor de la solidaridad universal.
¿Y cuáles son las mejores disposiciones humanas? Obviamente la solidaridad y la cooperación entre los hombres y Engels tenía que considerarlas como consustanciales a la propia naturaleza del hombre. En la Europa de entonces, alcanzarlas era posible solo en el otro mundo. La tradición cultural cubana, al situar el tema de la creencia en Dios en el arbitrio de cada cual, aquí en la tierra, despejó este importante problema. Al no considerar la creencia religiosa como antagónica con las ciencias le abrió un camino decisivo al pensamiento científico, filosófico y social cubano. Hoy, en el siglo XXI, estamos en condiciones de probar prácticamente, con las experiencias positivas o negativas del siglo XX, que las mejores disposiciones humanas solo se pueden alcanzar propiciando un cambio radical de los fundamentos económicos, políticos y sociales. Esto es posible con un alto nivel de desarrollo económico, una organización social socialista de la producción y distribución de la riqueza y el apoyo decisivo de la educación, la cultura y la política culta. Para ello es necesario establecer el principio ético de que la justicia es el sol del mundo moral y en el fomento de una cultura general integral y masiva.
Hay un pensamiento de Fidel que resulta síntesis de todos estos nobles propósitos:
El gran caudal hacia el futuro de la mente humana consiste en el enorme potencial de inteligencia genéticamente recibido que no somos capaces de utilizar. Ahí está lo que disponemos, ahí está el porvenir [...] 7
Una concepción de la inteligencia como la presente en Martí, confirmada por los modernos progresos de las ciencias psicológicas, nos subraya su integralidad de forma tal que penetra y se sintetiza no solo en la capacidad intelectual del hombre, sino, también, en las emocionales y en su voluntad orientada hacia la acción transformadora. Pensamiento, acción, sentimiento y vocación de servicio están presentes en la naturaleza humana.
Toda inteligencia genuinamente creadora va inclinada hacia la acción y se expresa en una síntesis de informaciones que van integrándose en forma de sentimientos que mientras sea más amplia, abarca mayor número de personas. Por lo tanto, la inteligencia se orienta hacia una ética superior y en ella están protegidos todos sin excepción. De esta forma considera Martí que la inteligencia se vincula con la bondad y la brutalidad con la maldad. Los modernos avances de la psicología confirman este pensamiento martiano.
Esto se relaciona con las preocupaciones o advertencias que Martí hacía acerca de los posibles peligros del triunfo de las ideas socialistas. Señala en carta a Fermín Valdés Domínguez:
Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas; y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquél, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo: Por lo noble se ha juzgar una aspiración: y no por esta o aquella verruga que le ponga la pasión humana. Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras —el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas— y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados. Unos van, de pedigüeños de la reina, —como fue Marat cuando el libro que le dedicó con pasta verde— a lisonja sangrienta, con su huevo de justicia, de Marat. Otros pasan de energúmenos a chambelanes, como aquellos de que cuenta Chateaubriand en sus “Memorias”. Pero en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa. Muy bueno, pues, lo del 1° de Mayo. Ya aguardo tu relato, ansioso.” 8
Obsérvese que Martí concreta los peligros de las ideas socialistas —como tantas otras— en la incultura y la maldad humanas, es decir, en factores subjetivos.
¿Dónde están las profundas raíces filosóficas de tantos errores y horrores? Nacen de una interpretación dogmática de la relación entre forma y contenido. No se entendió que ambas categorías carecen de existencia independiente, se trata de una relación dialéctica. Estúdiense las ideas de Engels en su famosa carta a José Bloch, 22-23 septiembre de 1890, y en la dirigida a Francisco Mehring en 1893 y se comprobará lo que afirmamos. En la referida carta a Mehring señala Engels con tono autocrítico:
Falta, además, un solo punto, en el que, por lo general, ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié en nuestros escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por igual. En lo que nosotros más insistíamos —y no podíamos por menos de hacerlo así— era en derivar de los hechos económicos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por ellas. Y al proceder de esta manera, el contenido nos hacía olvidar la forma, es decir, el proceso de génesis de estas ideas, etc. Con ello propor cionamos a nuestros adversarios un buen pretexto para sus errores y tergiversaciones.” 9
No obstante estas advertencias del ilustre amigo de Marx, se continuó cometiendo el error y se cayó en un materialismo tosco en que se simplificaban hasta el absurdo las relaciones entre la estructura y la superestructura, es decir —para usar la expresión del propio Engels— se pasó por alto la importante cuestión de la génesis de las ideas. Precisamente en ello estuvo el fundamento de la diferencia y aproximaciones entre la cultura de Marx y de Martí, recogían una evolución intelectual anterior con distintos matices pero, en esencia, expresan el mismo drama social del hombre y la necesidad de utilizar la ciencia y la cultura para abordarlo y la necesidad de asociarse para ponerle fin.
En las ideas de Marx y las de Martí se observan diferencias en la forma de plantear esta aspiración, pero hay una complementación entre ambas que nos orienta a tomar en cuenta los factores económico-sociales en que insiste Marx y, a la vez, asumir a plenitud la importancia de los que, en lenguaje marxista, se denominan de la superestructura, y en los cuales Martí hizo especial énfasis.
Otro aspecto sustantivo está en el estudio que Martí hizo del imperialismo norteamericano, en gestación durante su estancia en ese país (1880-1895). Como se sabe, esta no es una cuestión tratada por Marx, fue Lenin, quien tres o cuatro décadas después caracterizó al imperialismo desde el punto de vista del materialismo histórico. El análisis realizado por Lenin desde Europa sobre el imperialismo tiene importantes coincidencias con las formulaciones martianas hechas desde Nueva York cuando se estaban produciendo en Estados Unidos profundos cambios económicos y sociales y hacen su aparición los monopolios y el capital financiero.
Un estudio de la obra de Martí y en especial su denuncia sobre los gérmenes funestos que se gestaban en Norteamérica en las décadas finales del siglo XIX, permite establecer un paralelismo con los análisis posteriores de Lenin. Martí estudió al imperialismo y lo caracterizó económicamente. Existe copiosa literatura al respecto, entre ella, sus comentarios a la Conferencia Panamericana de Washington de 1889. El elemento esencial del planteamiento martiano con relación al imperialismo radica en la constatación de un desarrollo económico-material orientado hacia el individualismo en una sociedad que frenaba o desviaba el desarrollo cultural y espiritual. Este es el drama del imperialismo que en el siglo XXI se manifiesta con mayor fuerza.
El fenómeno del paso del capitalismo de libre concurrencia al capitalismo monopolista es analizado por Martí que lo denuncia y caracteriza de modo ejemplar: El monopolio está sentado como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres. Todo aquello que se puede emprender está en manos de corporaciones invencibles formadas por la asociación de capitales desocupados a cuyo influjo y resistencia no puede sobreponerse el humilde industrial [...] Este país industrial tiene ya un tirano industrial.10
Con precisión asombrosa describe el asalto al poder económico y político por parte de la oligarquía de los banqueros con todas sus ramificaciones en la sociedad norteamericana de esa época. En 1885 escribe: Forman sindicatos, ofrecen dividendos, compran elocuencia e influencia, cercan con lazos invisibles al Congreso, sujetan de la rienda la legislación, como un caballo vencido, y, ladrones colosales, acumulan y reparten ganancias en la sombra. Son los mismos siempre; siempre con la pechera llena de diamantes; sórdidos, finchados, recios: los senadores les visitan en las horas silenciosas; abren y cierran la puerta a los millones: son los banqueros privados. 11
Tres años más tarde, en abril de 1888, con todo ese proceso más avanzado y más visible aún va al fondo y sentencia: ... se ve como todo un sistema está sentado en el banquillo, el sistema de los bolsistas que estafan, de los empresarios que compran la legislación que les conviene, de los representantes que se alquilan, de los capataces de electores, que sobornan a estos, o los defienden contra la ley, o los engañan; el sistema en que la magistratura, la representación nacional, la Iglesia, la prensa misma, corrompidas por la codicia, habían llegado, en veinticinco años de consorcio, a crear en la democracia mas libre del mundo la más injusta y desvergonzada de las oligarquías.12
En el terreno social no vacila en señalar las terribles condiciones laborales que les son impuestas a los obreros y desde luego toma partido denunciando que los salarios de los trabajadores del ferrocarril no pasan de un mendrugo y una mala colcha, para que puedan repartirse entre sí dividendos gargantuescos los cabecillas y favorecidos de las compañías...13
El expansionismo fuera de las fronteras que ese desarrollo imperialista generaba fue también analizado por Martí y asume la denuncia de los peligros que representaba para la independencia de Cuba y para los países de Nuestra América. En artículo para La Nación de Buenos Aires, escrito en octubre en 1885, caracteriza a la “camarilla” financiera y sus propósitos del siguiente modo: Como con piezas de ajedrez, estudian de antemano, en sus diversas posiciones, los acontecimientos y sus resultados, y para toda combinación posible de ellos, tienen la jugada lista. Un deseo absorbente les anima siempre, rueda continua de esta tremenda máquina: adquirir: tierra, dinero, subvenciones, el guano del Perú, los Estados del Norte de México.14
Cuatro años más tarde en 1889, en carta a Serafín Bello, le expone sus temores sobre Estados Unidos que son en esencia los mismos que expresara, en víspera de su muerte, a Manuel Mercado: Llegó ciertamente para éste país, apurado por el proteccionismo, la hora de sacar a plaza su agresión latente, y como ni sobre México ni sobre Canadá se atreve a poner los ojos, los pone sobre las islas del Pacífico y sobre las Antillas, sobre nosotros.15
Otro aspecto clave de la relación entre el pensamiento del Apóstol y el autor de El capital radica en que tanto en la filosofía de Marx, como en el pensamiento del prócer cubano, podemos encontrar una concepción orientada a proyectar la cultura hacia la transformación del mundo. Eso es muy importante porque la tra-dición europea en el terreno filosófico —como dijo Marx— se había limitado a una función descriptiva.
En cuanto a Martí, toda su vida fue un empeño para la transformación del mundo y por una interpretación cultural que ayudara para tal propósito. El gran escritor y poeta que dominaba a la perfección y enriquecía las formas del lenguaje, llegó a afirmar: Hacer es la mejor manera de decir.
Para asumir la defensa de los intereses de las masas explotadas y de la humanidad en su conjunto, es necesario orientarse por una fundamentación cultural. Muchas veces se suele actuar sin ella, pero el propósito de liberación humana requiere objetivamente de la cultura. Los que desdeñan una elaboración de este carácter, lo hacen para proteger intereses inmediatos sin tomar en consideración una perspectiva de largo alcance. Relacionar los intereses inmediatos con tal perspectiva es, precisamente, labor de la cultura. Se suele incurrir, a la vez, en un error a la inversa al hacer elaboraciones teóricas sin tener en cuenta la práctica. Este es un aspecto cardinal de la historia de las ideas y Cuba asumió la línea de transformar el mundo a partir de la cultura. El pensamiento socialista de Marx y Engels se lo planteó también de esta manera.
Pasemos ahora a examinar cómo valoró Martí la figura de Marx en su carta al periódico La Nación fechada el 29 de marzo de 1883 en ocasión de su muerte:
Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante. Ved esta sala: la preside, rodeado de hojas verdes, el retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones. La multitud, que es de bravos braceros, cuya vista enternece y conforta, enseña más músculos que alhajas, y más caras honradas que paños sedosos. El trabajo embellece. Remoza ver a un labriego, a un herrador, o a un marinero. De manejar las fuerzas de la naturaleza, les viene ser hermosos como ellas.16
Para Martí la cuestión social era un componente esencial de la política. Quien escribió: [...] con los pobres de la tierra/quiero yo mi suerte echar, quien postuló: [...] como se viene encima, amasado por los traba­jadores, un universo nuevo; quien a su vez subrayó —refiriéndose a Carlos Marx— que: [...] no fue sólo move­dor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido de ansia de hacer bien; quien destacó que [...] Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos, y quien se convirtió en el dirigente de los obreros tabaqueros de Tampa y se planteó la independencia de Cuba como un deber de carácter continental y universal, incluía necesariamente en su ideario político la cuestión social e internacional.
El partido que constituyó tenía como base social original a los trabajadores de Tampa y Cayo Hueso; no formulaba su radicalismo social en la forma en que se exponía en la cultura europea, sino en la mejor tradición literaria de nuestra América. En la esencia de sus concepciones estaba el drama social del hombre presente también en la tradición obrera y socialista del viejo continente.
En relación con la idea de que espanta lanzar unos hombres contra otros, hay que tomar en cuenta que en esa misma época Martí preparaba la guerra necesaria contra el poder español en América para evitar a tiempo la expansión del imperio yanqui. Martí no vaciló en convocar esa guerra necesaria que aún cuando aspiraba a que fuese “humanitaria y breve” estaba consciente que traería también enfrentamiento, muerte y destrucción.
En cuanto a la crítica que él formula sobre el extremismo es necesario tener en cuenta que entonces en Nueva York las ideas anarquistas estaban muy confundidas con las concepciones marxistas que prevalecían en Estados Unidos. Engels, desde Europa, señalaba severamente que en Norteamérica no se estaban aplicando consecuentemente las ideas de Marx. Es sabido que ambos alertaron siempre contra los extremismos y las formulaciones de los anarquistas.
En 1886, Engels refiriéndose a las deformaciones y malas interpretaciones de la teoría de Marx en Estados Unidos señaló:
A mi juicio, muchos alemanes que viven en Norteamérica han cometido un grave error cuando, al verse cara a cara con el poderoso y glorioso movimiento fundado sin su participación, intentaron convertir su teoría importada y no siempre entendida correctamente, en algo así como una elleinse ligmachendes Dogma (un dogma que lo salva todo) y se mantuvieron apartados de todo movimiento que no aceptaba ese dogma. Nuestra teoría no es un dogma, sino la exposición de un proceso de evolución que comprende varias fases consecutivas. Esperar que los norteAmericanos emprensan el movimiento con plena conciencia de la teoría formada en los países industriales más antiguos es esperar lo imposible.17
La cuestión que Marx expresó en la célebre frase de que la violencia es la partera de la historia, la entendemos hoy de la siguiente manera. Quienes generan la violencia son los reaccionarios y conservadores que se resisten a los cambios y obligan a los pueblos a lanzarse a la revolución. Así lo entendió José Martí cuando organizó la guerra necesaria, así lo entendemos nosotros y así, puedo suponer yo, lo entendía Carlos Marx.
La clave de la cuestión está en que la violencia no está generada por los socialistas, sino por las condiciones económico-sociales y la alientan los reaccionarios. Por ello, debemos trabajar siempre como lo ha hecho la Revolución Cubana por mostrar que la violencia es siempre responsabilidad del enemigo. Esto, teniendo en cuenta, además, el principio de que la mujer del César no tiene solo que ser honrada, sino también debe parecerlo.
Podemos apuntar también otro elemento en Martí que muestra un acercamiento al ideal socialista. Señaló que el secreto de lo humano estaba en la facultad de asociarse. Me parece que el principio de liberación radical del hombre que enunciaran los forjadores del socialismo científico y que estaba presente también en el centro del ideal martiano, son puntos de coincidencia bastante profundos que permitieron, en el siglo XX, que los primeros comunistas cubanos surgieran del pensamiento martiano, y estas ideas las podemos defender hoy como martianos y socialistas.
Las revoluciones populares del siglo XX han mostrado una y otra vez que es condición de su éxito que el ejército popular actúe bajo la dirección de una vanguardia política; lo que no hace sino comprobar que “la guerra” —como había dicho Martí— “es un pro­cedimiento político”. Pero a finales del siglo XIX, sin ningún precedente en nuestra América, el propósito de que el partido influyera en la orientación de la guerra, no podía sino sorprender. Solo que lejos de ser, por ello, un continuador de los “civilistas” del 68, Martí era un precursor de los revolucionarios radicales del siglo XX. Habría que esperar a que el desarrollo de la historia echara una luz reveladora sobre el hecho para que esto se viera con toda claridad.
Si estudiamos las formas, métodos y principios organizativos del Partido Revolucionario Cubano, comprobare­mos la precisión que Martí alcanzó con respecto a cómo apoyar políticamente la guerra. Asimismo, si analizamos las bases del partido de Martí observamos cómo la práctica le llevó a aplicar principios de organización, algunos similares a los desarrollados por Lenin en el Partido Socialdemócrata Ruso.
El Partido Revolucionario Cubano no era una simple suma de afiliados, sino que era, propiamente, un com­plejo de organizaciones. Los Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano, establecen textualmente:
El Partido Revolucionario Cubano se compone de todas las asociaciones organizadas de cubanos independientes que acepten su programa y cumplan con los deberes impuestos en él. Más adelante señalan: El Partido Revolucionario Cubano funcionará por medio de las asociaciones independientes, que son las bases de su autoridad [...] 18
Es decir, el Partido Revolucionario Cubano de Martí era un complejo de organizaciones, poseía bases programáticas y estatutos democráticamente aprobados y una definida política antimperialista.
Esto, en la Cuba de 1892 ,era realmente extraordinario. Recuérdese, que en los años iniciales del siglo, Lenin debió desarrollar una polémica por imponer dentro de la social democracia rusa el principio de que el partido debía ser un complejo de organizaciones. Por otra parte, fue en pleno siglo XX que la fase imperialista del capitalismo fue denunciada y explicada por Lenin.
No constituye un hecho casual que la fundación del Partido Revolucionario Cubano tuviera lugar en Cayo Hueso, donde se encontraban los obreros tabaqueros emigrados. Asimismo, la presencia, conocida y valorada por Martí, de marxistas, socialistas utópicos y anarquistas en el seno del partido es cuestión sobresaliente. También es significativo que fuera precisamente a Carlos Baliño a quien Martí le dijera: Revolución no es la que vamos a hacer en la manigua, sino la que vamos a realizar en la República.
Los hechos del Primero de Mayo en Estados Unidos tuvieron una repercusión inmediata en nuestro país. En 1889 se acuerda por primera vez conmemorar la fecha con manifestaciones obreras. Se convoca para el Primero de Mayo de 1890 una jornada internacional de los trabajadores. En esa conmemoración inicial estuvo presente la todavía incipiente clase obrera cubana. Estos hechos de gran significado no pasaron inadvertidos para Martí. Sus amigos socialistas le escribían desde Cuba acerca de sus ideas. Martí les alentaba a continuar estudiando los problemas sociales y elogiaba estas inquietudes.
Pero, desde luego, la tarea y el papel de Martí eran otros. Tenía que organizar y dirigir la guerra por la independencia de Cuba para evitar a tiempo la expansión yanqui por América. Las condiciones históricas que prevalecían en América y en el mundo al terminar la guerra de independencia, hicieron que el programa del Partido Revolucionario Cubano no pudiera ser realizado.
En 1925 se había producido en el país un desarrollo de la clase obrera. Había tenido lugar en el mundo el triunfo de la Revolución de Octubre. La influencia del leninismo se proyectaba sobre nuestra patria. Julio Antonio Mella y Carlos Baliño buscan las raíces de su programa político en el Partido Revolucionario Cubano, en el partido al que pertenecían los obreros tabaqueros de Cayo Hueso, y piensan en él como la gran necesidad inmediata.
Julio Antonio Mella comprendió como pocos las raíces martianas de la Revolución Cubana y apreció su papel movilizador en las luchas que estaban por librarse. Como se ha señalado, nuestro Héroe Nacional era tan revolucionario que, no pudiendo admitir sosegadamente los obstáculos y limitaciones de su época, lanzó sin embargo para el porvenir una bandera y un programa que aun hoy constituyen un ideal a alcanzar por muchos pueblos de América.
La historia, en el caso de nuestra patria, mostró con ejemplaridad que el programa del Partido Revolucionario Cubano era un antecedente necesario del programa socialista de nuestra Revolución. iAsí lo vio Mella; así lo vio Fidel!
Esto explica el hecho de que al transcurrir tres décadas de su muerte, quienes mejor comprendieran el pensamiento de Martí fueran los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba: Julio Antonio Mella y Carlos Baliño.
No podían los sectores burgueses criollos del siglo XX, vacilantes y subordinados al imperialismo yanqui, entender el pensamiento humanista, popular, ultrademocrático y antimperialista de José Martí. Ello hubiera rebasado sus propios intereses de clase.
[...] Consiste, en el caso de Martí y de la Revolución, tomados únicamente como ejemplos, en ver el interés económico-social que “creó” al Apóstol, sus poemas de rebeldía, su acción continental y revolucionaria: estudiar el juego fatal de las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas sociales, desentrañar el misterio del programa ultrade­mocrático del Partido Revolucionario, el mila­gro —así parece hoy— de la cooperación estrecha entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido Revolucionario etcétera. 19
La Revolución de Martí, triunfadora del Primero de Enero de 1959, y la lucha victoriosa de nuestro pueblo, permiten hoy comprender mejor estos fenómenos. No hubiera sido posible entender en toda su profundidad la cuestión sin las luchas de nuestro proletariado, de los campesinos y estudiantes cubanos. No se hubiera entendido sin las batallas libradas por el propio Mella, Martínez Villena, Guiteras, Menéndez; por los combatientes del Moncada, de la Sierra, de la clandestinidad y de Girón.
La razón de estos hechos hay que encontrarla en la estrecha relación entre las luchas por la independencia y por la justicia social.
Ya en 1868 se había vinculado el problema de la independencia con la cuestión social de la esclavitud. En 1895, se empieza a relacionar el problema de la independencia con el de la tierra. En 1925, la necesidad de combatir la dominación imperialista va unida al problema de la tierra y a la lucha por la liberación de la clase obrera contra la opresión burguesa.
En los años de la fundación del primer Partido Comunista no fue posible que se cumpliera el programa de Martí. Habrían de transcurrir 30 años, para que el programa de Martí se comenzara a cumplir. En 1953, Fidel Castro plasma el programa del Partido Revolu­cionario Cubano en La historia me absolverá. El programa del Moncada era, en esencia, el programa del Partido Revo‑ lucionario Cubano. Con el triunfo de la Revolución ese programa se fue cumpliendo con toda fuerza, energía y valor. Abrió para siempre los caminos de la independencia nacional y de la liberación de la clase obrera y de las masas explotadas.
Martí estuvo con su influencia en la fundación del primer Partido Comunista. Estuvo también presente en las leyes nacionalistas y antimperialistas de Antonio Guiteras. Estuvo presente en el Granma, en la clandestinidad y en la Sierra. Sus ideas triunfaron el Primero de Enero de 1959. En esa fecha gloriosa alcanzó la victoria la Revolución de Martí. Una Revolución que conquistó, para siempre, la independencia nacional, la liberación de los explotados, la democracia plena y que abrió el camino del socialismo en nuestra patria.
Y si alguien considera que la Revolución Cubana se salió del esquema de Marx, diríamos que el tal esquema no es ni de Marx, ni de Engels ni de Lenin, y a modo de confirmación repasemos el siguiente texto de Marx y Engels:
Las fases sociales y económicas que estos países tendrán que pasar antes de llegar también a la organización socialista, no pueden, creo yo, ser sino objeto de hipótesis bastante ociosas. Una cosa es segura: el proletariado victorioso no puede imponer la felicidad a ningún pueblo extranjero sin comprometer su propia victoria.20Resulta muy esclarecedor para este estudio desde el mate‑ rialismo histórico de las aproximaciones y diferencias entre el pensamiento de Marx y Martí las ideas expuestas por Marx en su Carta a la Redacción de los Anales de la Patria:
A todo trance quiere convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en la Europa occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ella concurra, para plasmarse por fin en aquella formación económica que, a la par que el mayor impulso de las fuerzas productivas, del trabajo social asegura el desarrollo del hombre en todos y cada uno de sus aspectos. (Esto es hacerme demasiado honor y al mismo tiempo, demasiado escarnio.)
Más adelante señala:
Estudiando cada uno de estos procesos históricos por separado y comparándolos luego entre sí, encontraremos fácilmente la clave para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograríamos, en cambio con la clave universal de una teoría general filosófica de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica.21
Engels por su parte señala:
Según la concepción de Marx, toda la marcha de la historia —trátase de los acontecimientos notables— se ha producido hasta ahora de modo inconscientes, es decir, los acontecimientos y sus consecuencias no han dependido de la voluntad de los hombres; los participantes en los acontecimientos históricos deseaban algo diametralmente opuesto a lo logrado o, bien, lo logrado acarreaba consecuencias imprevistas. Más adelante agregaba: [...] toda concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación.22
No obstante tan claras conclusiones, Marx y Engels han venido siendo atacados de dogmáticos. Es importante analizar las raíces de estas acusaciones, incurren en un error de dogmatismo los que así se expresan; se produce una transferencia de fundamentos sicológicos. El mal del que padecen ellos se lo adjudican a estos sabios.
No sucede solo con los forjadores del socialismo científico, también en cuanto a otras grandes personalidades de la cultura cuando se les acusa de dogmáticos; se está demostrando que quienes lo sufren son sus impugnadores. Ocurre también que algunos que se consideran continuadores de estos filósofos hacen un reduccionismo de sus ideas y se comportan como dogmáticos. El pensamiento de Marx y Engels es por esencia antidogmático, allí está su clave verdadera.
Hoy se requiere una síntesis universal de cultura que articule lo mejor de las más diversas corrientes para el futuro humano. El materialismo histórico y la tradición filosófica cubana pueden servirnos para conformar, con las mejores ideas y sentimientos universales de los últimos dos siglos, dicha síntesis con el rigor crítico y la visión que corresponde al XXI. Esto puede hacerse desde la cultura cubana.
Fernando Ortiz caracterizó la cultura nacional como un ajiaco señalando la profunda interrelación de las diversas culturas que en Cuba se han conjugado. Estudió sus manifestaciones en el terreno sociológico y del arte. Hoy podríamos decir que, en el orden de las ideas filosóficas, también tenemos un ajiaco, pero con sabor a justicia. Es que en Cuba se sintetizaron en estos dos siglos corrientes fundamentales de lo que se llamó civilización occidental y las asumimos desde la autoctonía caribeña y latinoamericana para revolucionarlas. Y en esa síntesis intervienen los siguientes aspectos:
El inmenso saber de la modernidad europea, tal como la habían interpretado creativamente los maestros forjadores que nos representamos en Varela y Luz Caballero.
La más pura tradición ética de raíces cristianas que, como he dicho en otras ocasiones, en Cuba nunca se situó en antagonismo con las ciencias.
La influencia desprejuiciada de las ideas de la masonería en su sentido de universalidad y solidaridad humana que ejerció una gran influencia en la forja de la epopeya del 68 y en especial en las ideas de nuestros padres fundadores.
La cultura de raíz inmediatamente popular que nos simbllizamos en el pensamiento y sentimiento de la familia de los Maceo y Grajales y, especialmente, del Titán de Bronce. La caracterizamos como la forma y el sentido con que la población esclava del Caribe asumió las ideas de la modernidad.
La tradición bolivariana y latinoamericana que Martí enriqueció con su vida en México, Centroamérica y Venezuela, de donde partió hacia Nueva York en 1880 y proclamó: De América soy hijo: a ella me debo.
Las ideas y sentimientos antimperialistas surgidos desde las entrañas mismas del imperio yanqui. La presencia del Apóstol durante más de 15 años en Estados Unidos (más de la tercera parte de su vida) completó su inmenso saber y sintetizó el pensamiento político, social y filosófico desde la óptica de los intereses latinoamericanos y fue contribución decisiva a la conformación del pensamiento cubano. Martí se consideró siempre discípulo de Bolívar.
El pensamiento socialista de Marx, Engels y Lenin, tal como lo interpretaron Mella, Villena, el Che y Fidel Castro.
En otras latitudes, estas tendencias estuvieron encontradas y se expresaban de forma antagónica y en choques dramáticos. En la tradición cubana se produjo, durante los dos últimos siglos, una síntesis de ellas; no es que hayamos estado exentos de contradicciones y antagonismos, a veces agudos y peligrosos pero, como señalábamos, la resultante histórico cultural representó tomar de cada una lo que fuera útil para la emancipación humana, la solidaridad de nuestra América y los más vastos principios de universalidad.
Dijo Engels que el marxismo es un método de investigación y de estudio y Lenin lo calificó de guía para la acción. Se elige e investiga y nos guiamos hacia la acción con algún objetivo o propósito. Este se expresa en el ideal universal de justicia y en la República con todos y para el bien de todos del pensamiento martiano.
A este fin solo se llega a partir del concepto de integralidad de la cultura que la escuela cubana, y en especial Martí, nos enseñaran y que el pensamiento de Marx y Engels nos confirma.
Esta es la revolución socialista y martiana que Fidel está promoviendo y ella se expresa en la forma de hacer política. Es necesario estudiar las fórmulas prácticas de hacer política presentes en Martí, desarrolladas en el siglo XX por Fidel Castro, es decir, la Cuba de hoy. Esto se relaciona con los vínculos entre cultura y política. Estudiar los factores que determinaron el alejamiento e incluso el divorcio de estos dos planos de la vida social es el primer deber de quienes, en el siglo XXI, se propongan luchar por la redención del hombre, único camino para salvar a la civilización del colapso que la amenaza. Debe hacerse sobre la base de la cultura general integral que a los cubanos nos viene de la mejor tradición nacional y que tiene también fundamentos en el materialismo histórico. La mayor dificultad está en que esto solo se logra sobre el presupuesto ético de la lucha por la justicia y la solidaridad humana.
El movimiento de reformas universitarias iniciado en Córdoba, Argentina, en 1918,que contó entre otras figuras con José Ingenieros y Aníbal Ponce, se extendió por el continente, llegó a nuestro país y fue asumido por Julio Antonio Mella y los estudiantes universitarios. Pero pronto Mella comprendió que para realizar reformas académicas había que hacer una revolución social. Fue, por tanto, el fundador en Cuba del Partido Comunista y de la Liga Antimperialista.
En nuestro país a lo largo del siglo XX el pensamiento socialista mantuvo un gran respeto por la tradición de José Martí y la cultura cubana. El ideario cultural cubano del siglo XIX nutrió y enriqueció, durante el XX, las ideas socialistas en Cuba. Tras al asalto al Moncada el 26 de julio de 1953, Fidel Castro declararía que José Martí había sido el autor intelectual de la Revolución que triunfara en enero de 1959 y cuyo carácter socialista se proclamó en 1961. Es decir, la cultura cubana decimonónica fue elemento esencial para la comprensión entre nosotros de las ideas socialistas. Por eso insistimos en que si el ideario revolucionario de Mella y sus compañeros pudo rescatar de la mutilación y el olvido en que había caído en las primeras décadas del siglo XX el pensamiento patriótico y antimperialista de nuestro pueblo, hoy, en los inicios del XXI, trabajamos para fortalecer en nuestra patria el pensamiento socialista y ayudar a rescatarlo internacionalmente, a partir de la cultura cubana de dos siglos de historia, en la cual se destaca la figura de José Martí. Para arribar a conclusiones teóricamente válidas es necesario profundizar en los conceptos de cultura general integral y masiva en que viene insistiendo el compañero Fidel Castro.
A este fin solo se llega a través del concepto de integralidad de la cultura presente en el pensamiento de Carlos Marx, Federico Engels y de todos los grandes humanistas de la historia. Esta es la revolución humanista, socialista y martiana que Fidel está promoviendo.
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1 Carlos Marx: “Correspondencia de 1843”, en K. Marx: Obras escogidas, D. Mc. Lellan, Oxford University Press, 1977, p. 38.
2 A. Gramsci: “El príncipe moderno y otros escritos”. International Publishers, N. Y., 1957, p. 20.
3 Carlos Marx: “Tesis sobre Feuerbach.” Obras escogidas, Editorial Progreso, 1973, t. 1, p.7.
4 Medardo Vitier: Las ideas y la filosofía en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, 1970, p. 214.
5 J. Luz y Caballero: “Cuestión de Método si el estudio de la Física debe o no proceder al de la Lógica”. La Polémica Filosófica,Vol. I, p. 87, Biblioteca de Clásicos Cubanos, 2000.
6 F. Engels: “Carta a José Bloch” , en C. Marx, F. Engels, Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. III, p. 514.
7 Fidel Castro: “Discurso pronunciado en la Universidad Estadual de Río de Janeiro, Brasil el 30 de junio de 1999”, periódico Granma, suplemento especial, 10 de junio de 1999.
8 J. Martí: “ Carta a Fermín Valdés Domínguez en mayo de 1894”, Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t.3, p. 167.
9 F. Engels “Carta a F. Mehring, Carlos Marx y Federico Engels”, Obras escogidas, t. III, p. 523.
10 J. Martí: Obras completas, t. 10, p. 84.
11 Ibídem, t. 13, p. 289.
12 Ibídem, t.11, p. 437.
13 Ibídem, t.10, p. 413.
14 Ibídem. t.13, p. 290.
15 Ibídem. t.9, p. 388.
16 Ibídem, t. 9, pp. 388-389.
17 F. Engels: “ Carta a Florence Kelley‑Weschnewetzky, C. Marx, F. Engels”, Obras escogidas, t. III, p. 509.
18 J. Martí. Obra citada, t. 1, p. 279
19 J. A. Mella: “ Glosas al pensamiento de José Martí”, en Siete Enfoques Marxistas sobre José Martí, Colección de Estudios Martianos, Editora Política, La Habana, 1978, p.13.
20 F. Engels:“Carta a Carlos Kautsky” en Obras escogidas, p. 508.
21 Carta a los Anales de la Patria, 1887.
22 F. Engels: “Carta a Werner Sombart”, en C. Marx, F. Engels: Obras Escogidas, t. III, pp. 533-534.

Armando Hart Dávalos. Director de la Oficina del Programa Martiano

Publicado en enero/2004

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