Política económica y liberalismo

 

por Hugo Azcurra

Cuando se encaran la exposición de las bondades o defectos de una determinada política económica, en los medios académicos, en las revistas especializadas y en los diversos suplementos económicos de los diarios y periódicos, el lector se encuentra con una serie de datos sobre rubros tales como: tasa de crecimiento del PBI (Producto Bruto Interno); tasa de crecimiento de la inversión, tanto directa como especulativa o de corto plazo; tasa de inflación; niveles de ganancia por actividades (industriales, comerciales, servicios, etc.); situación de la Balanza de Pagos, en particular el saldo de la Balanza Comercial; se la suele acompañar, a veces, con datos sobre desocupación; índice de pobreza; distribución del ingreso, etc.

 

Tales datos que surgen del continuo relevamiento técnico por parte de las Oficinas Públicas, son sin lugar a dudas ineludibles para la realización de los análisis aun cuando nunca puedan reflejar con absoluta precisión la situación de las relaciones reales en las que se desenvuelve la economía y los sectores sociales involucrados.

 

Pero lo que no dice, ni pueden decir, tales datos, incluso si fueran inobjetablemente recogidos, es en que cuadro de relaciones sociales de producción, el estado real de la forma de vida de las clases trabajadoras y el grado de explotación por el capital. O sea nos informan sobre datos y sus fluctuaciones dentro de la producción capitalista, pero callan sobre cómo se produce y reproduce la relación capitalista misma. De este modo se supone la realidad de la sociedad burguesa como “natural”, que tiene vaivenes, defectos, desigualdades (“asimetrías”), pero que todas ellas son completamente subsanables por el propio sistema mediante la aplicación de “adecuadas” políticas económicas que apunten a ir eliminando “paulatinamente” tales situaciones.

 

 El capital es lo decisivo se afirma, porque sin él “no se conseguiría nada” ¿Qué harían los trabajadores si no hubiera inversión? Pues no tendrían ocupación con lo que la pobreza y la marginalidad se volverían crónicas. Asi pues, se compone el escenario de lo “progresista” y de lo “reaccionario”, siendo lo primero todo aquello que apunte a lograr el aumento de la inversión, la baja de la desocupación, una progresiva igualdad en la distribución del ingreso, etc. y ubicándose en la segunda posición (reaccionario) no quien se oponga a tales finalidades (¿quién se opondría a tan loables objetivos?) sino aquellos que pontifican sobre procedimientos favorables al capital extranjero; libre cambio en el comercio exterior;  eliminación de controles y regulaciones del Estado sobre todo en términos del mercado de trabajo; legislación pro mercado; políticas favorables a la “credibilidad”, “seguridad jurídica” y “estabilidad” en las relaciones obrero-patronales (esto se exigía hace 50 años atrás como necesario bajo la denominación de “estado de confianza” de los inversores)    

 

Bien, cuando se trata de examinar la política económica de la administración de Kirchner y señora, se da por supuesto precisamente aquél escenario: progresista sería quien apoya el mercado interno, leyes “nacionalistas”; diversos superávits de presupuesto, de Balanza de Pagos, de comercio exterior, aumento de las reservas internacionales, con lo cual se establece una falsa dicotomía que pone la cuestión en términos de librecambio (liberalismo) o proteccionismo (nacionalismo), cuando la cuestión pasa por analizar la explotación del trabajo por el capital, sea éste último “nacional” o extranjero.

 

 

 

Desde este punto de vista (desde las relaciones de explotación de la  economía capitalista) no cabe la menor duda que tanto Menem, De la Rúa como Kirchner, no son sino diversas variantes dentro del mismo sistema. Pero este no debe ser el único punto a considerar analíticamente: aún dentro del mismo sistema no es lo mismo si las políticas económicas y de desarrollo la sostiene y las lleva adelante la burguesía interna o un bloque de ellas o si quien dirige y administra las políticas y el Estado son fuerzas burguesas que favorecen la explotación interna en pro del capital externo.      

 

¿Por qué no es lo mismo si, finalmente, son burguesas? Pues porque se trata de cuál es el camino escogido por tales fuerzas. En el primer caso las fuerzas productivas y todos los rubros que ella arrastra (ocupación, PBI, exportaciones, inversiones, etc.) tenderían a moverse desde adentro hacia fuera y, en general, el impacto sería favorable a las clases internas, en tanto que en el caso opuesto quienes se verían favorecidos serían las clases externas. En el primer caso a lo que se asistiría sería, para el caso de los países periféricos tales como Argentina, a una expansión de la tasa de ocupación (en términos de clase: aumenta en intensidad y extensión la explotación del trabajo asalariado); se expande la tasa de inversión y de ganancias del capital; puede darse una elevación del salario real de los salarios; crecen los saldos exportables, etc. Pues bien esta es la situación de la política de Kirchner y Cia. 

 

Es lo que la hace aparecer como “progresista” y “positiva” ante el derrumbe de la etapa anterior. Pero, como no puede ser de otro modo, inevitablemente esta política tiene un sustento capitalista: no apunta (ni él lo dijo nunca) a establecer medidas, leyes, caminos, para cambiar al sistema, ¡todo lo contrario! Con todo su falso progresismo lo que hace es desarrollar, expandir, extender, las relaciones capitalistas, la explotación, las desigualdades, que son inevitables puesto que de eso se nutre el sistema: esta administración, integrada por individuos que en los 70 eran “montoneros”, “de izquierda”, etc. y que se proponían el “cambio de estructuras” no sólo no cambian nada sino que ahora ya adultos son los portavoces del sistema mismo. Quisieron cambiar la sociedad burguesa combatiendo al capital y la sociedad burguesa los cambió a ellos que ahora defienden ese mismo capital  

 

¿Pero, entonces, es lo mismo que Menem? ¡No! no es lo mismo porque el menemismo, no fue otra cosa que la genuflexión, el sometimiento y el desguace de la economía estatal con la aceptación y complicidad de las burguesías internas, del sindicalismo empresario, y del Peronismo “oficial”: coincidió tal etapa con la política internacional de la burguesía yanqui y sus políticas de liberalismo financiero internacional. Para los países periféricos esto significaba un completo desmantelamiento de la economía interna que se había logrado con enormes esfuerzos en la fase de contracción de la economía mundial entre 1914-1945 que propició un aflojamiento de las relaciones económicas y políticas de dependencia de nuestros países a los países centrales.

 

De manera que, para concluir, cuando es necesario efectuar un examen desde la política económica de lo que está pasando hoy en Argentina hay que cuidarse de ubicarse en un extremo analítico en el cual “todo es lo mismo” como en el otro extremo el cual aconseja que como mínimo “esto es lo mejor posible” porque lo opuesto es volver a Menem. ¡No! lo opuesto a ambos es una economía no capitalista, pro-trabajador; que dictara leyes de superación del capital privado y favorable al trabajo asalariado en el tránsito hacia otro sistema. El objetivo político central es la eliminación del trabajo asalariado, pero esto sólo será posible construyendo otra sociedad distinta y superadora de la actual.  

 

 

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