Ay, La Habana...


“Mi ciudad por excelencia es La Habana, al punto de que cuando estoy lejos tiendo a verla sobreimpuesta a otras, como Heredia en su oda al Niágara colocó en medio de las cataratas las palmas”.

Roberto Fernandez Retamar

Yo creo que efectivamente La Habana puede ser considerada una droga, una sustancia alucinógena que puede llevarte a ser completamente dependiente.
Y lo digo yo que soy italiana, que llegué aquí a La Habana por primera vez en el 1997 como turista, y después de innumerables intentos de abandonarla, entre un va y vienes a Italia, me trasladé definitivamente a finales del año 2000.
La primera vez que llegué a la isla, era de noche, y tuve un salto en el corazón cuando me encontré en la Plaza de la Revolución, frente al Ministerio del Interior, dominado por el monumento de bronce del rostro iluminado del Che Guevara, ejemplo inmortal para todo los revolucionarios del mundo.
Esta sensación deriva del hecho de que esta plaza encierra la presencia tangible y real de la Revolución cubana, es el símbolo que el sueño utópico de todos los rebeldes es posible.
Fue la primera vez que en mi vida me sentí acogida en un sitio desconocido, aquellas piedras y aquellos monumentos hablaron mi lenguaje aunque utilizaron otro idioma.
Luego, aquel mi primer recorrido lo continué hacia abajo hasta el mar, donde una noche transparente se asoció con el prodigioso arco de luces del Malecón, que se ofreció al caminante como un gran abrazo abierto.
Pero no hay que hacerse engañar, lo lindo de La Habana y de Cuba es que son tan hospitalarias que hacen sentirse completamente cómodo, hacen creer que en pocos días ya se puede ser dueño de su misterio, de su fuerza, así unica…y en el momento en que se relaja, quedará sin palabras delante de una reacción inesperada que una vez más demostrará, que el viajero occidental no podrá penetrar nunca completamente su esencia más profunda.
¿Cuántas veces nosotros los europeos hemos creído poder adivinar la suerte de la Revolución cubana? ¿Cuántas veces hemos decretado que sin Fidel Castro, como presidente, todo se habría convertido míserablemente en un capitalismo más oscuro?
Todas las mañanas cuando me despierto y desde mi cocina contemplo la fortaleza del Morro, mientras me preparo un café, sonrío al nuevo día, consciente que he descubierto un poco más los secretos habaneros pero igualmente consciente de que todavía falta mucho por conocer y por construir, junto a los cubanos, porque el
ejemplo del “Comandante en Jefe” persistirá eternamente.

Ida Garberi

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