Seminario por el reagrupamiento de la izquierda y los luchadores

 

Documentos del MAS

 

1. América Latina

América Latina, y especialmente Sudamérica, es la región donde se presentan las situaciones más avanzadas de la lucha de clases. Y también donde las corrientes del marxismo revolucionario, sin ser aún de masas, tienen en varios países una fuerte presencia en la vanguardia y un indudable protagonismo encabezando importantes luchas obreras y sociales. En este contexto, las catástrofes económico-sociales, las protestas y rebeliones, por un lado, y la crisis de la alternativa socialista, por el otro, han generando un amplio espacio político para distintas corrientes que prometen cambios dentro de los marcos del capitalismo. Estamos en un período lleno de mediaciones, de gran peso de los reformismos, y en nuestro continente pesa cada vez más este fenómeno “ centroizquierdista” . Sin embargo, han comenzado a actuar tendencias contrarias. Sobre todo a nivel de la vanguardia, vuelven a replantearse los debates estratégicos de trascender el capitalismo, la transición al socialismo, la disyuntiva de reforma o revolución, etc. Desde Venezuela, el debate del socialismo ha tomado una repercusión aún más amplia. Junto con estos desarrollos políticos, también se percibe en el continente un fenómeno social de no menor importancia: la vuelta a escena de sectores de la clase trabajadora.

LA CRISIS DE HEGEMONÍA YANQUI EN LA REGIÓN Y LA “ INTEGRACIÓN SUDAMERICANA”

Los problemas económicos, las protestas y rebeliones a lo largo del continente, la pérdida de consenso y legitimidad del neoliberalismo y sobre todo el desastre en que está desembocando a escala mundial la aventura “ superimperialista” de Bush, se han combinado para producir una crisis de la hegemonía del imperialismo yanqui en la región. Con el ALCA, EEUU trata de valerse del dominio semicolonial que ejerce en América Latina para profundizar su dependencia. Pero esto encuentra obstáculos en sectores de las burguesías latinoamericanas. El desastroso resultado de la primera y gran experiencia de “ libre comercio” -el NAFTA- es también un alerta para el resto de América Latina. La diplomacia yanqui tomó nota de que ya era hora de cambiar los modales -no la estrategia- en su relación con los países de la región. El símbolo de esto es el perfil de Thomas Shannon, el nuevo subsecretario de Estado yanqui para Asuntos Hemisféricos. Al debutar en su función -cuando asumió Evo Morales- explicó que “ el populismo no siempre es malo” . Se trata, para los yanquis, de admitir que no se puede dominar en la región exactamente de la misma manera que en los 90: ahora, la relación implica aceptar que los gobiernos de la región necesitan cierto margen de maniobras para contener el desastre social, y que no se pueden llevar las cosas al extremo como en Argentina (2001) y Bolivia (2003 y 2005). Ningún gobierno de la región puede aspirar a una mínima estabilidad si se presenta como un vasallo total de EEUU en las decisiones económicas, sociales o de política exterior. La sujeción al imperialismo debe adoptar formas más digeribles que no excluyen algún margen de autonomía. Por otra parte, los gobiernos hablan de “ unidad estratégica” regional, pero en los hechos cuidan el bolsillo de sus burguesías locales. Una clara muestra de esto es la cuestión del Mercosur y las relaciones con EEUU: los socios menores, Uruguay y Paraguay, están buscando por su cuenta cerrar acuerdos bilaterales de libre comercio con EEUU, por fuera del Mercosur. Que Duarte Frutos sea un político burgués de derecha y Tabaré Vázquez la cabeza del Frente Amplio no cambia nada: lo que importa es garantizar que la clase capitalista local pueda hacer buenos negocios. Este pragmatismo fue resumido por Evo Morales con una frase que merecería encabezar, por su claridad, cualquier artículo que se escriba sobre el “progresismo” latinoamericano: “La función de un presidente es hacer buenos negocios para su país”. En esta situación, se plantea la “ integración sudamericana”. Chávez, con el ALBA, aparece como el gestor decidido de eso. Ahora Venezuela adhiere al Mercosur y, con ese paso, todo el “progresismo” latinoamericano habla de la formación de un bloque “ independiente” . Esto es pura charlatanería. Ninguna integración en serio puede hacerse bajo la férula de los actuales “grupos económicos” ni bajo la dirección de los gobiernos que responden a esas burguesías. Las razones son muy simples. Salvo Venezuela (donde todo está dominado por la gran empresa petrolera estatal, PDVSA), en el resto de los países la mayor parte de la producción, las finanzas y el comercio está en manos o de multinacionales o de empresas estrechamente asociadas a ellas. “La expectativa chavista de contagiar el espíritu bolivariano a los gobiernos de centroizquierda choca con un obstáculo estructural: las clases dominantes de la región preservan la conformación centrípeta que históricamente bloqueó su asociación... y mantienen con las metrópolis más negocios que con sus vecinos de Sudamérica” (C. Katz). La integración económica sudamericana y latinoamericana es una necesidad cada vez más apremiante, pero no puede venir de la mano de las miserables burguesías latinoamericanas, sino sólo puede desde la clase trabajadora en alianza con todos los explotados y oprimidos.

LA MEDIACIÓN REFORMISTA, LOS DEBATES ESTRATÉGICOS Y LOS SUJETOS SOCIALES

Las calamidades sociales, el descontento, las protestas y rebeliones, por un lado, y la crisis de una alternativa socialista frente al capitalismo (y de otra forma de poder político frente a la democracia burguesa), por el otro, ofrecen un amplio espacio para distintas corrientes que prometen mejoras dentro de los marcos del capitalismo y la democracia burguesa. Estamos en un período lleno de mediaciones nada fáciles de superar, y es en América Latina donde más nítidamente se percibe este fenómeno. En los últimos años, los socialistas revolucionarios y otros sectores más o menos radicales hemos estado frecuentemente al frente de importantes luchas y de grandes movimientos sociales. Pero nuestra influencia política sobre sectores de masas es generalmente mucho menor que el peso de los movimientos que encabeza el ala radical. Un ejemplo es Bolivia. La presidencia de Evo Morales es el producto mediado y contradictorio de las dos grandes rebeliones de octubre de 2003 y mayo-junio de 2005. Sin embargo, Evo tuvo poco que ver con esas rebeliones, y cuando intervino su política fue esencialmente desmontarlas en función de la defensa de la “democracia” y la vía parlamentaria La vanguardia que encabezó ambas rebeliones sociales, los luchadores de la Fejuve, la COR, la Federación Minera, la COB, etc., quedaron totalmente al margen de las elecciones. Sin embargo, también comienzan a percibirse tendencias de signo opuesto. Esto tiene dos manifestaciones principales: a) Un flujo de fondo, una corriente más profunda, que tiende a desarrollar procesos de recomposición del movimiento obrero y de los trabajadores asalariados en general. Esto tiene las más diversas expresiones, como la UNT de Venezuela, el surgimiento de Conlutas en Brasil, el desarrollo de las nuevas direcciones y organismos combativos y clasistas en Argentina, etc. b) La tendencia en la vanguardia de las luchas y de esos procesos de recomposición a adoptar posiciones políticas más a la izquierda. Estas contratendencias son las que vuelven a poner otra vez sobre el tapete los debates estratégicos. Es decir, el debate de la necesidad y posibilidad de otro sistema, el socialismo. E inevitablemente anexo está el debate de reforma o revolución; es decir, de cómo romper con el capitalismo e iniciar la transición a otro sistema social. Vuelve asimismo otro gran tema estratégico: ¿qué sujetos sociales pueden cumplir esas tareas? Y por último, también se replantea con todo la necesidad del partido. Como parte de estas contratendencias, hay que anotar otro hecho de suma importancia. Las mediaciones reformistas son ampliamente mayoritarias. Sin embargo, a la izquierda de ellas comienzan a aparecer otras corrientes en disidencia. Esto constituye un fenómeno objetivo, aunque muy heterogéneo. Así, la crisis con el PT en Brasil llevó a la constitución del P-SoL. En Venezuela, a la izquierda del chavismo “oficial” , ha nacido el PRS, encabezado por caracterizados dirigentes de la nueva central obrera, la UNT. En México, el zapatismo trata de conformar un nuevo movimiento a la izquierda del PRD. En Bolivia, lamentablemente, por ahora hubo intentos (por ahora infructuosos) de conformar un Instrumento Político de los Trabajadores, que fue promovido desde la Federación Minera. Esto se relaciona con otro elemento: la clase trabajadora está, de a poco y desigualmente, volviendo a escena. En buena medida se trata de una nueva clase trabajadora, tanto estructural como generacionalmente. Paralelamente a ese proceso de vuelta a escena de los trabajadores, se han venido desinflando los mitos sobre los “ nuevos sujetos sociales” desarrollados en los 90: ninguno de esos movimientos sociales ha podido reemplazar la centralidad de la clase trabajadora urbana y en especial del proletariado industrial. Con todos los cambios de la globalización, esa centralidad estructural se mantiene, aunque se manifiesta de manera desigual y combinada. Es falso, por ejemplo, que las rebeliones de Bolivia hayan sido estallidos puramente “ indígenas” . El centro insurreccional ha sido en las dos ocasiones la comuna proletaria de El Alto, cuyos habitantes son, a su vez, originarios. Por supuesto, esa combinación no se puede ignorar. Pero en ella es fundamental el carácter de trabajadores de los luchadores alteños. Asimismo, en las jornadas de mayo y junio, los mineros bolivianos volvieron a cumplir un rol fundamental. En la última rebelión de Ecuador, lo que volcó la balanza fue la salida a la calle de los trabajadores de los barrios periféricos. En Argentina, en el centro de las luchas ya claramente no están los piqueteros, sino los trabajadores ocupados. En Panamá, un gran movimiento de huelga generalizada obligó al gobierno a dar marcha atrás en sus planes de reformas neoliberales. En Venezuela, Chávez se ha apoyado principalmente en las masas de los barrios pobres, pero la recomposición alrededor de la UNT vuelve a poner al movimiento obrero sobre el tapete, lo que se ha venido expresando en diversas luchas, recuperación de empresas cerradas, etc. Esto se relaciona con la respuesta a la pregunta: ¿con qué ejes delimitadores hay que luchar para agrupar políticamente a la vanguardia? ¿Con qué proyecto? ¡Alrededor de partidos o movimientos de la clase trabajadora! Sólo contando con su propio instrumento político -absolutamente independiente, separado y distinto de todas las corrientes burguesas de derecha o de “ izquierda”- la clase trabajadora podrá agrupar a su alrededor el más amplio bloque de los explotados y oprimidos (las clases medias empobrecidas, las masas excluidas y en la miseria, los pueblos originarios, los campesinos, etc.). Tanto la experiencia de las revoluciones del siglo XX como ahora de las luchas y rebeliones con que despunta el siglo XXI nos dicen que la lucha por el socialismo y la revolución sólo puede plantearse desde la movilización y la hegemonía de la clase trabajadora. Entonces, hoy la tarea central es ganar a la vanguardia, a los activistas obreros y sociales, para luchar por esa perspectiva política y para impulsar ese estratégico proceso de recomposición. A veces se suele contraponer la tarea de ganar a la vanguardia a la lucha por conquistar influencia en sectores de masas. Pero se trata de una falsa disyuntiva: si no conquistamos políticamente a la mayor parte de la vanguardia, tampoco vamos a poder ganar influencia orgánica en sectores de masas. A lo sumo puede ser posible tener una cuota de simpatía electoral o de otro tipo en sectores de masas. Pero esas relaciones de “ simpatía” , si no se transforman en orgánicas, suelen ser flor de un día. Y relación orgánica significa gente de carne y hueso que la establezca (la vanguardia) y organismos de distinto carácter (partidos, movimientos, organizaciones de sectores de masas, etc.).

DEMOCRACIA BURGUESA FORMAL O CUESTIONAMIENTO DE LA PROPIEDAD CAPITALISTA

Otra coordenada política importante es que la “onda progresista” se da en el marco de una relativa relegitimación y/o consolidación de las instituciones de la “democracia” burguesa. Instituciones que vuelven a ser vistas por el conjunto de la población como el instrumento apropiado para generar cambios políticos, sobre todo en el caso del voto. A esta idea de “cambio por la vía del voto” se le quiere sumar el discurso de la “ gestión eficiente” . Es decir, las cosas van a mejorar porque sacamos a políticos corruptos o ineptos y ponemos a gente que no roba. De esta manera, se quiere reducir de movida el espectro del “ cambio posible” a lo puramente institucional, a los derechos democráticos comprendidos y asumidos sólo formalmente (y, por lo tanto, no realmente satisfechos). Lo que está ausente aquí es el verdadero motor de las rebeliones populares: los motivos sociales, que son los únicos que podrían dar base material para resolver realmente las reivindicaciones democráticas. Es decir, la propiedad de los recursos naturales, la expropiación de las compañías extranjeras, la salida de la miseria y la explotación acabando con el capitalismo. Incluso los aspectos “ institucionales” pendientes están en el fondo supeditados a los reclamos sociales. Los sucesivos procesos electorales en el continente, entonces, buscan relegitimar las instituciones del régimen de la “democracia” colonial, sirviendo de desvío y mediación para el desarrollo de movimientos que cuestionen el orden social. Por lo tanto, no hay que encandilarse con los discursos de los presidentes de “ centroizquierda” . Su grado de “ radicalidad” ha dependido del proceso que los vio surgir: donde no ha habido rebelión popular (Chile, Uruguay, Brasil) se trata de variantes neoliberales casi puras y duras. Donde sí la ha habido, como en Argentina, Bolivia o Venezuela, hay retoques, reformas o cambios respecto de la orientación prevaleciente en los 90. Pero en todos los casos -incluso el de Chávez- se trata de gobiernos cien por ciento capitalistas. Estos no son nuestros gobiernos, no son gobiernos de la clase obrera y los explotados, sino gobiernos capitalistas normales (como es el caso de Kirchner en nuestro país), nacionalistas burgueses (como es el caso de Chávez) o, incluso burgueses “ anormales” de Frente Popular (como es el caso de Morales en Bolivia). Se trata, entonces, de llamar a no confiar en estos gobiernos de desvío de las luchas y rebeliones populares y levantar bien en alto todas las peleas y reivindicaciones obreras, apostando al momento en que amplios sectores de masas comiencen a hacer la experiencia con estos gobiernos y se vuelva a colocar a la hora del día nuevas rebeliones populares. En las que se deberá luchar por su transformación en revoluciones sociales. CHÁVEZ: ¿SOCIALISMO O NACIONALISMO BURGUÉS EN EL SIGLO XXI? El debate acerca del “ socialismo del siglo XXI” lanzado por Chávez ha resonado mucho más allá de las fronteras de Venezuela. Que a 17 años de la caída del muro de Berlín vuelva al ruedo el tema del socialismo es un acontecimiento trascendental. Pero ese mismo hecho nos exige una evaluación precisa del proyecto chavista. Ya señalamos que Chávez es el único de los nuevos gobiernos de “ izquierda” latinoamericanos que tiene un enfrentamiento real con el imperialismo yanqui. Venezuela tiene hoy un grado de independencia cualitativamente superior al del resto de los estados y gobiernos latinoamericanos, incluyendo al supuesto “ antiimperialista” Kirchner. Y desde ya que defendemos incondicionalmente a Venezuela (al igual que a Cuba) de los ataques del imperialismo yanqui. Pero, a partir de aquí, debemos decir claramente que lo de Chávez no es un proyecto socialista. Un compañero del PRS de Venezuela lo caracteriza así: “Lo que Chávez está planteando como «socialismo» tiene patas cortas. Es una especie de capitalismo donde prevalecería la colaboración de clases; de lo que se trataría entonces es de lograr una supuesta e imposible «función social» del capital, simultáneamente con una hipotética distribución más democrática de la riqueza. “El socialismo que propone el presidente es una quimera irrealizable que en ningún lugar del mundo se ha materializado jamás y, por el contrario, ha llevado a la derrota. El capital existe para reproducirse ilimitadamente... y no busca satisfacer necesidades, sino garantizar una tasa creciente de ganancias.. “Pero más allá de estas flagrantes limitaciones, la propuesta del presidente ha sido asumida con interés por la mayoría del pueblo y los trabajadores. Como ya ha sucedido previamente con otros planteamientos de Chávez, el pueblo se toma en serio sus propuestas, las interpreta al calor del proceso revolucionario y las amplifica en función de darle respuesta a sus necesidades inmediatas” . Chávez, en verdad, lo que está planteando no es “el socialismo en el siglo XXI”, sino el nacionalismo burgués del siglo XXI. En el siglo pasado, Nasser, Nehru y hasta a veces Perón hablaron de “ socialismo” . No es una lección menor de la lucha de clases del siglo XX que de estos “ socialismos” no quedó nada. Para el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el siglo XXI es esencial tener en cuenta las lecciones del siglo XX en dos grandes órdenes: el de los estados como la ex URSS, China, etc., y el de los nacionalismos del Tercer Mundo que se dijeron “ socialistas” . Y la conclusión es que no puede hablarse de marchar al socialismo sino a partir del poder consciente y democráticamente autodeterminado de los trabajadores. Por supuesto, no es eso lo que Chávez propone. En la propuesta de Chávez no hay lugar para ese poder democrático de la clase trabajadora, pero sí un amplio espacio para los empresarios y capitalistas “nacionales” y “patrióticos” . Es de una importancia estratégica que los marxistas revolucionarios latinoamericanos tengamos esto bien claro.


2. Situación nacional

Desde 2004 ha venido sucediendo un hecho de enorme importancia: el ingreso a la pelea de importantes sectores de la clase obrera ocupada como no se veía desde finales de la década del 80. Contra los agoreros de la “muerte de la clase obrera” y los teóricos de los “ nuevos movimientos sociales” , en el post Argentinazo que hoy estamos transitando ha reaparecido con fuerza la lucha reivindicativa de los trabajadores ocupados, sector de la clase obrera se ha transformado en la vanguardia de la lucha. El conjunto de conflictos que vienen desde el 2004 configuran un verdadero ciclo de luchas, que si bien no llega a ser un ascenso de conjunto -no alcanzan todavía a plantear el problema de la huelga general-, sin embargo, visto como totalidad, ha venido expresando un categórico proceso de luchas de los asalariados, estadísticamente el mayor desde comienzos de la década del 90 Ha habido importantes triunfos (si bien parciales o sectoriales) o al menos “ empates”, pero no derrotas de importancia, a pesar de lo que se ha esmerado el gobierno K por atacar y aislar las luchas más duras con la acusación de “piqueteros” y/o “ trotskistas” . Esta oleada de luchas obreras ha tenido, en general, un carácter más bien reivindicativo, por lo que en muchos casos, los compañeros no ven su lucha como antigubernamental. Contradictoriamente, en el caso de las luchas más importantes, éstas han tenido una gran proyección política nacional como producto de su choque con el gobierno. Al mismo tiempo, no logran extenderse o imponerse al conjunto de sus respectivos gremios, en manos de la burocracia. Esto plantea la necesidad de tener una estrategia para romper el statu quo a nivel del gremio de conjunto, extendiendo la experiencia antiburocrática y clasista más allá de los propios “bastiones” . Se ha tratado, fundamentalmente, de conflictos por lugar de trabajo, al frente de los cuales está una dirección independiente y/o clasista que se basa en métodos de democracia de los trabajadores. La existencia de una conducción independiente y vinculada a la izquierda combativa (organizada partidariamente o no) es un elemento nuevo, importantísimo, producto de la deslegitimación de la burocracia sindical y que plantea la necesidad de un ámbito de centralización de estas experiencias combativas. Se ha debido apelar a métodos muy duros de lucha; resistiendo las provocaciones gubernamentales directas (Garrahan, petroleros); ocupando secciones, pisos o vías férreas (Subtes, ferroviarios, Crónica); enfrentándose físicamente con “patovicas” contratados por las empresas (Atento, Crónica) y, en determinados casos, directamente con la policía (ferroviarios, petroleros). En continuidad con la experiencia del movimiento piquetero (cuestionamiento a la autoridad del Estado) y de las fábricas recuperadas (cuestionamiento al imperio de la propiedad privada), y como subproducto del Argentinazo, la actual oleada de luchas configura un claro avance respecto del legalismo de las oleadas de luchas salariales de los 80. Hay un peso importante de sectores de servicios privatizados, sobre todo en el caso del sector del transporte. También sectores estatales, como la salud y educación, y sectores tercerizados, que enfrentan la fragmentación de la clase obrera heredada de los 90. El proceso de los petroleros marca la aparición de un sector estratégico: el proletariado industrial, creador de trabajo productivo. No es el único caso: hubo procesos -muy controlados por la burocracia- en las automotrices, y la lucha de Firestone en 2004, que terminó en derrota. El proletariado industrial es el sector más difícil, el más controlado por la burocracia -que tiene un monopolio casi absoluto de la representación, salvo casos aislados- y donde más impera el despotismo patronal. Sigue siendo el núcleo estratégico de la clase obrera por el lugar que ocupa en el centro de la producción capitalista. En este sector, el conjunto de la vanguardia y la izquierda es muy débil, salvo excepciones. Este ciclo de luchas puede a lo largo del 2006 amenazar con “desbordarse” y poner sobre el tapete el problema del paro general, lo que hasta ahora no ha ocurrido. El gobierno, la CGT y la CTA van a trabajar para que esto no ocurra. En todo caso, las luchas obreras configurarán en el 2006 el proceso más importante para la izquierda revolucionaria, a la cual debe dedicar sus mayores recursos y esfuerzos.

LA BUROCRACIA, EN PIE DE GUERRA CONTRA LA VANGUARDIA

La burocracia de la CGT, con Moyano al frente, busca recuperar posiciones bien pegada a Kirchner, aunque Moyano mantiene cierto juego propio en conflictos “de bolsillo” , como los de encuadramiento sindical. La CTA hace lo mismo en su ámbito de influencia. Ambas trabajan para evitar que la oleada de luchas adquiera una dimensión nacional. Sin embargo, el deterioro de la burocracia es profundo y estructural: un proceso de deslegitimación y vaciamiento orgánico. En este marco, el proyecto de Moyano tiene un carácter preventivo: evitar un avance cualitativo del nuevo clasismo que plantee la quiebra del monopolio histórico de la burocracia peronista sobre la clase obrera. De ahí la guerra a muerte que tiene planteada con la vanguardia independiente. Las tendencias a la estabilización de la economía y el apoyo mayoritario a Kirchner han dado elementos para este operativo preventivo. Sin embargo, la recomposición de la clase trabajadora es un proceso de fondo, atado a coordenadas profundas y que constituye uno de los elementos más importantes de continuidad entre el Argentinazo y el post Argentinazo. Desde antes del 2001 la vanguardia independiente ha venido ganando posiciones, que en general, aun debilitadas -piqueteros y fábricas recuperadas- no ha perdido, al tiempo que gana otras nuevas (asalariados ocupados). Al mismo tiempo, la clase obrera no ha roto con el PJ y sigue cruzada por una conciencia mayormente reivindicativa: no ha habido entre amplios sectores una radicalización política y de clase en el proceso del Argentinazo. Y a nivel de las nuevas generaciones obreras, si bien la identificación peronista es prácticamente inexistente, lo que aún domina sea el apoliticismo. Estos elementos definen y subrayan los límites de un proyecto “ sindicalista” : el proceso de recomposición de la clase obrera sólo puede ser político. Es decir, requiere del avance de un sector importante hacia la independencia de clase, hacia la construcción de un instrumento político de los trabajadores, independiente de todos los partidos patronales.

SURGE UN NUEVO CLASISMO

El ingreso a la lucha de importante sectores de los ocupados tiene su expresión “ subjetiva” en el surgimiento de un nuevo clasismo, sobre todo a nivel de los sectores más de vanguardia, que recién está comenzando a emerger, si bien por detrás de la clásica experiencia de los 70. Tiene por ahora más rasgos antiburocráticos que propiamente clasistas. Sin embargo, se trata de una experiencia que podría potencialmente desbordar los límites reivindicativos, cruzada como está por determinaciones políticas, aun cuando éstas no sean asumidas conciente y consecuentemente por la mayoría de sus integrantes. Esta vanguardia ha ido expresándose a lo largo de los últimos años en las diversas expresiones de la recomposición de la clase trabajadora. Es decir, en un momento fueron “hegemónicas” las experiencias de los movimientos de desocupados y las fábricas recuperadas. Hoy el centro está en los sectores de la clase obrera ocupada. En este marco, ha habido distintos intentos de agrupamiento de la vanguardia que, en general, han terminado abortados por las limitaciones en cada caso a la hora de levantar un programa verdaderamente de unidad de la clase obrera en su conjunto. Al mismo tiempo, la otra gran limitación del “nuevo clasismo” es que no ha llegado aún a configurar una alternativa más global, no ha logrado poner en pie un organismo de verdadero frente único de conjunto, donde tenga clara centralidad la clase obrera ocupada, apoyada por una representación de los trabajadores desocupados y demás sectores populares.

EL DEBATE CON EL MIC

Recientemente se constituyó el Movimiento Intersindical Clasista, que agrupa compañeros integrantes del cuerpo de delegados del Subte a los que se han sumado las corrientes sindicales de ambos MSTs, estatales que vienen del Partido Comunista y Marín -adjunto del moyanista Iadarola-, de la dirección de Telefónicos seccional Buenos Aires e integrante de la dirección de la CTA (elemento contradictorio con el carácter antiburocrático del movimiento). El principal debate pasa por el programa y el perfil. Vemos dos problemas en los 14 puntos que caracterizan al MIC. El primero es el peligro de separar la lucha reivindicativa de la lucha política: es asombroso que entre los 14 puntos ni una sola vez se identifique con nombre y apellido al gobierno de Néstor Kirchner. Dice el 2º punto: “Que impulse la organización de los trabajadores para luchar contra la opresión, la explotación y la exclusión creciente que pretenden las patronales, el estado y sus gobiernos” . Pero precisamente por esto se trata en cada caso de identificar concretamente quién está al frente hoy de imponer esa “ opresión, explotación y exclusión” . Los compañeros plantean que “ la base no ve ni hace responsable a Kirchner de sus problemas” . Pero justamente ahí reside parte fundamental de nuestra tarea, porque en la región en general y en nuestro país estamos enfrentando gobiernos que se presentan como “ populares” o incluso “de los trabajadores” . No se trata del enfrentamiento a los gobiernos “ en general” , sino a estos gobiernos en particular, que buscan liquidar el ciclo de rebeliones populares en la región. El segundo problema es el tono antipartidista del conjunto de los 14 puntos: “Que desarrolle una organización sindical, independiente del Estado, los gobiernos, las patronales y los partidos políticos, defendiendo el derecho de cada trabajador a participar en ellos y expresar sus ideas libremente” . Es correctísimo sostener la independencia más absoluta respecto del “Estado, los gobiernos, las patronales y los partidos políticos” ... patronales. Cosa muy distinta es no diferenciar esta “ independencia” de relaciones que son de otro orden, entre organizaciones obreras: es decir, entre los sindicatos (o corrientes sindicales), los organismos de frente único de lucha y los partidos de la izquierda obrera y revolucionaria. La consecuencia de esto es que se defiende el derecho a la organización política de los trabajadores sólo a título individual. Pero para expresar libremente las “ ideas” , muchas veces los trabajadores se agrupan entre compañeros que tienen un mismo programa, y el agrupamiento de un grupo de personas alrededor de un programa es un partido. Justamente, los partidos como tales han sido excluidos de la organización obrera. Esto expresa una capitulación a los elementos más atrasados -no a los más avanzados- de la vanguardia, y de hecho, configura una idea de reemplazo a los partidos por parte de los movimientos sociales o sindicales. Porque, en definitiva, el que termina asumiendo el rol de “partido” es la propia tendencia sindical, que se transforma en el “partido” de los sin partido. Todo esto no niega, evidentemente, la realidad del comportamiento muchas veces aparatista de la izquierda, ni que la mayoría de las tendencias de la izquierda revolucionaria tengan un sistemático comportamiento de instrumentalizar las organizaciones obreras. Este problema es real, pero no se va a resolver improvisando una teoría y una estrategia que vaya en contra de los intereses más de fondo del progreso de los trabajadores. En suma, para que el MIC pudiera transformarse en una alternativa de conjunto debería cambiar sustancialmente su programa. De lo contrario, corre el riesgo de transformarse en un “ corralito” más: el del sector más definidamente sindicalista de la nueva vanguardia. TAREAS PARA EL PRÓXIMO PERÍODO La central será el vuelco al apoyo y sostenimiento de la “ guerra salarial” . Esto implicará poner en pie experiencias de unidad de las filas obreras, unidad de clase y coordinación de sectores en lucha. Lo más revolucionario que pueden hacer los movimientos desocupados combativos es apoyar las luchas obreras para que triunfen: es decir, volcar el peso de movilización que aún conservan para evitar el aislamiento de las huelgas, planteando en ese mismo marco su programa de trabajo genuino y reducción de la jornada laboral. Claro está, no se puede dirigir los procesos y enfrentar la burocracia desde afuera. Todas las tendencias de la izquierda necesitan una mayor inserción estructural en los lugares de trabajo, y en las condiciones de profunda heterogeneidad y división en las filas de la clase obrera, hay que levantar programas de unidad de las filas obreras y de unidad de clase. Otro punto clave ya señalado es pelear por unir la lucha sindical y la política: hacer entender a nuestra clase la verdadera naturaleza patronal del gobierno de Kirchner, como puente hacia la perspectiva de un nuevo movimiento obrero verdaderamente clasista y revolucionario que se plantee acabar con la explotación capitalista en nuestro país. En síntesis, este proceso debe ser encarado a partir de las reivindicaciones más inmediatas de cada sector - económicas y democráticas-, pero apuntando a una estrategia no sindicalista ni corporativa, sino que se plantee ir más allá de la mera lucha sindical, ubicando al gobierno patronal de Kirchner como el enemigo de la clase obrera; que enlace a los sectores calificados con los descalificados en la perspectiva de unidad de las filas obreras, así como la unidad de clase con los sectores desocupados. Asimismo, debe buscar romper el statu quo con la burocracia sindical a la hora de la dirección de conjunto de los gremios, avanzando a la vez en una instancia de frente único (Conferencia, Encuentro o Congreso de Trabajadores). Y también que se plantee la perspectiva política estratégica de la necesidad de que la clase obrera rompa de una vez con el PJ en la vía de un Instrumento o Movimiento Político de los Trabajadores, en la vía de la independencia política de clase. Estas tareas son las que deberían constituir o configurar el perfil programático de una verdadera Tendencia Clasista, que aún está pendiente como tarea.

LA SANTA ALIANZA DE KIRCHNER, MOYANO Y LOS EMPRESARIOS

Finalmente, algunas consideraciones sobre el momento actual, signado por el acuerdo entre el gobierno, la burocracia y la patronal para limitar los aumentos salariales. Las paritarias que se están desarrollando sólo compensan malamente y en cuotas respecto de un índice de inflación dibujado, pero el aumento récord de la productividad se lo embolsan íntegramente los empresarios. Además, todos los convenios que se están firmando tienen cláusulas de paz social. Hay que subrayar el carácter político de este pacto: tiene el objetivo poco disimulado de evitar turbulencias para garantizar la reelección en el 2007. La base material de todo esto es hacerle pagar a los trabajadores las superganancias empresarias y evitar la recuperación efectiva del poder de compra del salario. Kirchner intentará mantener el índice de inflación bajo control. Si eso se logra y la protesta de los trabajadores no se hace sentir demasiado, piensa el gobierno, la reelección será “pan comido”. Pero la realidad puede ser otra. Se vive una importante ola de conflictos que han marcado el ingreso a la lucha de importantes sectores de la vanguardia obrera. Y en varios casos no se trata de reivindicaciones “defensivas” , sino que buscan recuperar el terreno perdido, lo que les da un carácter más ofensivo. Lo hacen con métodos cada vez más duros y ejerciendo la democracia de los trabajadores. Enfrentan un gobierno que también se pone duro, mostrando su verdadera cara antiobrera, y a una burocracia que teme que el ejemplo de lucha consecuente y democracia de bases se extienda al conjunto de la clase trabajadora. Por eso mismo, todo conflicto que intente romper el techo del 19% o modificar cualquier pieza del engranaje se encontrará con una actitud más dura de parte del gobierno... y de la burocracia. Dos ejemplos ilustran esto. Los compañeros de Santa Cruz contaban que estaban “solos”: ningún sector patronal ni de la burocracia los apoyaba, y sólo podían contar con sus propias fuerzas y la colaboración de la izquierda y los sectores clasistas. Lo mismo se vio en el caso del subte. En ocasiones anteriores, el gobierno se las había ingeniado para aparecer como “mediador” entre los trabajadores y la empresa. Esto provocó confusión en sectores de la base e incluso del cuerpo de delegados, que tenían la ilusión de que Kirchner estaba “de su lado” . Esto ha cambiado drásticamente: el “mediador amigo” que “pagaba los aumentos con subsidios” mostró su verdadera cara, la de un represor implacable que no dudó en mandar la Gendarmería a apalear a los trabajadores y a defender las maniobras rompehuelgas de Metrovías, a lo que se sumó la campaña antiobrera vía los medios masivos. Las piezas del tablero se acomodan de manera cada vez menos ambigua: gobierno, burocracia y patronal se unen para que el pato lo paguen los trabajadores. Es por esa razón que el espacio para una política estrechamente sindicalista (característica de los compañeros que se agrupan en el MIC, pero no sólo de ellos), que intente plantear el conflicto sólo “ entre trabajadores y patrones” , sin mencionar el rol decisivo del gobierno, es cada vez más reducido. Sucede lo contrario: prácticamente cualquier conflicto obrero real (no maniobras burocráticas, que también las hay) de cierta importancia, va a pasar a tener un carácter casi inmediatamente político.


3. Reagrupamiento

Partimos de un hecho: está en curso un proceso de delimitación a izquierda respecto de los gobiernos de centro izquierda o socialdemócratas. Esto hace parte de algo mayor: con el comienzo del nuevo siglo está en curso -aun desigualmente- un proceso de refundación-recomposición de la clase trabajadora. Ejemplos de esta realidad son el caso de la UNT (Unión Nacional de Trabajadores) en Venezuela, el caso del Conlutas (Coordinadora Nacional de Luchas) en el Brasil, el desarrollo en nuestro país de importantes luchas de trabajadores ocupados, en varios casos con direcciones independientes y de la izquierda “ clasista” . Incluso en el Norte imperialista, aunque venga de más atrás, está el movimiento de los latinos, con un fuerte componente de trabajadores, además de la reciente huelga del transporte neoyorquino; además, la rebelión de los jóvenes franceses -muchos de ellos trabajadores- contra la precartización laboral. Este proceso de recomposición tiene otra cara, el proceso político. Es decir, la tendencia al surgimiento de agrupamientos a izquierda de los partidos o gobiernos de centro izquierda, socialdemócratas, nacionalistas burgueses o de frente popular. En las condiciones de la situación mundial de polarización y de irrupción de importantes luchas, esta experiencia se está procesando en diversos países y tienen características diversas: es decir, en ninguno de los dos andariveles de la recomposición hay “modelos” a copiar. Se trata de precisar el análisis concreto de cada caso. Hablamos de experiencias de distinto valor que no se pueden igualar: está desde el caso reformista del Partido de Izquierda en Alemania o el caso de Respect en Inglaterra (coalición electoral hegemonizada por el SWP inglés), hasta el P-SOL de Brasil y el PRS en Venezuela, amén del por ahora frustrado IPT en Bolivia, etc. En suma, estas experiencias de formaciones a izquierda que surgen ante los gobiernos de centro izquierda que defraudan -o caminan a defraudar- las expectativas populares plantean la necesidad y oportunidad de una orientación para intervenir en ellas. En otro plano, hay también una tendencia a poner en marcha eventuales experiencias de reagrupamiento internacional. Es sabido que no existe ninguna Internacional marxista revolucionaria en tanto tal, sino más bien corrientes y partidos. De modo que la discusión internacional entre las corrientes del marxismo revolucionario se procesa en instancias más bien informales pero de importancia, como los encuentros y seminarios que tuvieron lugar en las versiones 2005 y 2006 del Foro Social Mundial y la reunión de agosto pasado en Río de Janeiro. Aunque sin duda están por detrás de las necesidades internacionalistas actuales, reuniones de este tipo permiten procesar cierto debate y reconocimiento recíproco entre las distintas corrientes. Fuera de estas instancias -que no son resolutivas ni comprometen política u organizativamente a sus asistentes-, lo único que hay es la autoproclamación sectaria de los que afirman su propio perfil y no dialogan con nadie (el caso del PO y el PTS, por ejemplo). En este marco, el debate central que atraviesa a estas reuniones es, sin duda, los criterios políticos, los posibles actores, los ritmos y los objetivos de un marco común para las fuerzas de la izquierda revolucionaria (en realidad, ni siquiera hay acuerdo en la denominación, ya que muchos prefieren hablar en términos más vagos de “ izquierda radical” ).

POR UNA CLARA LÍNEA DE CLASE

Precisamente, en las reuniones sobre el reagrupamiento nos llamó la atención que organizaciones de origen trotskista y que se reivindican marxistas revolucionarias plantearon criterios político-programáticos para un eventual reagrupamiento en un tono demasiado difuso y dejando puertas peligrosamente abiertas a alianzas de signo de clase indefinido. En algunos casos, esto se relaciona con una visión del momento político actual, en particular en América Latina, que plantearía la pelea por la influencia de masas en varios países. Sin duda, la pasión por “hacer política de masas” es lícita en la medida en que busca escapar del sectarismo estéril, pero no puede ser al costo de perder de vista los parámetros de una política revolucionaria y de clase. En ese sentido, resulta preocupante que casi todas las corrientes tallen en el debate sobre reagrupamiento esencialmente a partir de definiciones político-ideológicas difusas, como “izquierda radical” , “ anticapitalismo” , “ antiimperialismo” , etc., en vez de partir, como es tradicional en el marxismo, de criterios sociales y políticos básicos. En primer lugar, qué clase o sector de clase expresan los movimientos sociales, partidos, corrientes o personalidades que se aspira a reagrupar en un marco común. Por supuesto, este criterio no tiene por qué ser sectario: está claro que se debe aspirar a contener expresiones sociopolíticas de sectores oprimidos y explotados, incluso aunque no pertenezcan de manera directa a la clase trabajadora. Pero esto tiene sentido sólo si se verifica, primero, que sectores de la clase trabajadora y su representación política tengan clara hegemonía, y segundo - lo que no es más que un corolario de esto-, que ningún reagrupamiento motorizado por socialistas revolucionarios puede incluir a corrientes, partidos y/o personalidades que no hayan roto claramente con la clase capitalista y que no sean políticamente totalmente independientes de ella.

LOS DESAFÍOS Y LOS PELIGROS: BRASIL Y VENEZUELA

Este aspecto del debate no se debe a “prejuicios” ideológicos o dogmatismos, sino que, por el contrario, aporta un parámetro político objetivo y mucho más mensurable que los “ izquierdómetros” , que funcionan distinto según el país donde se los fabrique. El criterio de independencia de clase es más universal y al mismo tiempo más concreto, porque conduce a definiciones políticas de orden bien práctico. Por ejemplo, en el caso de la relación con los gobiernos y fuerzas políticas “ populares” o antiimperialistas” , cuya ubicación en el “ izquierdómetro” es debatible, pero que, desde el punto de vista marxista y revolucionario, no ofrecen dudas: son gobiernos y fuerzas capitalistas por los cuales ningún socialista puede asumir la menor responsabilidad política. Sobre ese punto de partida, en nuestra visión, se plantean todas las demás tácticas, mediaciones y políticas específicas. En el caso de Brasil, por ejemplo, hay una discusión al interior del P-SOL -en el que participan los compañeros de Praxis, corriente marxista revolucionaria que hace parte de SoB Internacional- alrededor de los criterios para sellar acuerdos con posibles aliados electorales. Y hay una clara diferencia entre partir de descartar de plano toda alianza con cualquier fuerza política ajena a la clase trabajadora o priorizar -como lamentablemente hacen sectores importantes de la Ejecutiva- las tentaciones electoralistas y el canto de sirena de la “ influencia de masas”. Que, además de no ser orgánica, se lograría a expensas de hipotecar de manera quizá ilevantable una construcción revolucionaria. Las experiencias del pasado (como la del propio MAS de los 80) muestran que por seductora que parezca la perspectiva de contar muchos votos, la “audacia táctica” mal entendida -es decir, sobre bases no principistas- no constituye un atajo sino un desvío. Mucho más serio aún es el caso de la discusión sobre Venezuela. Por dos razones: en primer lugar, porque a diferencia de Brasil allí se está atravesando un proceso revolucionario, con una intensa actividad del movimiento de masas y una fuerte presencia del movimiento obrero y sus organizaciones, y en segundo lugar, porque la falta de una firme política de independencia de clase llevaría en este caso a capitular ante un gobierno que -aun con todas sus reales y evidentes contradicciones- es completamente capitalista. Al respecto, resulta patente que en muchos casos, entre los sectores que proponen un reagrupamiento, se da una postura casi acrítica y muy poco independiente respecto de Hugo Chávez y el Movimiento V República. Así lo expresan sin ambages corrientes como el MES y su dirigente Pedro Fuentes, pero no sólo ellos, al plantear como centro de la política revolucionaria en Venezuela el frente único antiimperialista con Chávez. Esto es algo que, en cierto sentido, se da de patadas con el accionar de una formación política muy progresiva como el PRS venezolano. Aun siendo una organización heterogénea y de frente único, en la que se procesan continuos debates y vacilaciones, se trata de un intento de poner en pie una política independiente del chavismo, basada en una clara inserción en la clase obrera. Abrazar “la gran política” a cualquier precio para ganar influencia de masas en la región, aprovechando la existencia de un “ gobierno antiimperialista e independiente” , es en el fondo incompatible con el desarrollo de corrientes que puedan abrir un curso independiente de Chávez. Es altamente revelador de esta lógica política que la defensa del frente único con Chávez como política central termina de hecho cuestionando la existencia misma del PRS en tanto proyecto independiente, como lo muestran ciertos debates actuales.

LA DISCUSIÓN EN ARGENTINA

La actual discusión tiene como antecedente inmediato el estallido de IU, expresión del realineamiento del PC alrededor de una coordenada esencial en la región; la ubicación respecto de los gobiernos. El abierto giro a derecha del PC se pone a tono con una línea internacional de apoyo a e integración en los gobiernos “progresistas (Uruguay, Brasil, Chile). Desde el nuevo MAS, Izquierda Unida nunca fue más que una cooperativa electoral que no servía para la construcción de una alternativa y organización realmente independiente, de lucha y revolucionaria. Sin embargo, sería un error no tomar nota que la ruptura de IU, hasta cierto punto, abre un cierto “barajar y dar de nuevo” en las corrientes de izquierda argentina. Al respecto, es necesario partir de una comprensión no derrotista respecto del problema de la “división” de la izquierda, que no debería ser entendida como un factor en sí mismo, independiente de los problemas políticos y estratégicos planteados desde el Argentinazo. Hasta cierto punto, la no emergencia de una alternativa independiente y revolucionaria con peso real entre las masas tuvo que ver con los límites del proceso mismo: la falta de ingreso a la pelea de la clase obrera ocupada y de un proceso real de radicalización política. Pero a estos factores “ objetivos” se le deben sumar los de tipo subjetivo: las responsabilidades de la izquierda en haber sostenido estrategias “piqueteristas” y haber armado aparatescos “ corralitos” alrededor de las asambleas populares, los movimientos de desocupados y las fábricas recuperadas, sin apuntar a ámbitos reales de frente único y unidad de clase que hubieran servido para la pelea por las masas. Hacia adelante, el criterio central para el reagrupamiento es, como dijimos, defender un agrupamiento o movimiento político que expresamente se defina como de los trabajadores: es decir, la referencia en la clase obrera y su independencia de clase deben ser un componente esencial del proyecto. Es decir, el centro no pasa por agrupar a figuras o personalidades de la superestructura política, sino de construir un punto de referencia que tienda a agrupar políticamente a los mejores compañeros que está dando el actual proceso de las luchas y de emergencia de un nuevo clasismo. Esto no tiene por qué excluir otros elementos, pero estos deben estar siempre subordinados al carácter de clase del agrupamiento. Es con este criterio que debe plantearse la ubicación de Mario Cafiero y/u otras personalidades de origen ajeno a la clase trabajadora, so pena de viciar desde el comienzo el carácter de clase del proyecto. En suma, el estado actual del debate sobre reagrupamiento muestra, por así decirlo, dos caras: por un lado, existen ámbitos de debate real y vivo entre organizaciones marxistas revolucionarias, donde comienzan a procesarse experiencias políticas y de la lucha de clases en un marco que no establece exigencias organizativas fuera de lugar para un proceso que aún está en sus comienzos. En ese sentido, tiene su lugar y su valor. Pero por otro lado, el perfil político-programático que empieza a esbozarse -por ahora como una especie de “ sentido común” compartido, más que como un acuerdo efectivo y formal- genera serias reservas en lo que hace a definir un claro carácter de clase en la política de reagrupamientos y alianzas, que nos parece una coordenada estratégica esencial. Es imprescindible sacar las lecciones necesarias para que las perspectivas favorables al relanzamiento de la perspectiva revolucionaria y socialista no se frustren en aras de encandilamientos tacticistas.

PROGRAMA, ORGANIZACIÓN Y PARTIDO

Según la tradición del marxismo revolucionario, no puede haber una contradicción absoluta entre ambos términos. Un ángulo meramente “organizativista” es peligroso si da a entender que se puede juntar el agua y el aceite y ser pasto para el eclecticismo y oportunismo habitual. Y reducir todo al programa puede perder de vista que, para toda una serie de experiencias de movimientos o instrumentos políticos que se están poniendo en pie, es inevitable el frente único de tendencias como instancia de mediación. Esto no quita que, dialécticamente, el régimen interior de una organización siempre esté subordinado en última instancia al tipo de programa que se busca sostener. Si se trata de un instrumento que jerarquiza como elemento central la lucha de clases cotidiana y la vinculación con los sectores más activos de la clase obrera, el régimen interior será más sano que si se trata de un mero armado electoralista de figurones para la mera disputa de cargos electorales. Ésta es también, por ejemplo, la prueba que tiene por delante la experiencia del P-SOL en el Brasil. Por otra parte, no se trata sólo de los peligros más oportunistas o posibilistas. En el escenario internacional y latinoamericano tenemos también una serie de corrientes de características sectarias y autoproclamatorias. En su actividad política están casi excluidas todo tipo de instancias de mediación, de unidad en la lucha y frente único. Es el caso, en Argentina, del PO y el PTS, lanzados básicamente a la construcción directa del “partido revolucionario” (es decir, la suya propia). La construcción del partido revolucionario es decisiva y central. Así lo ha demostrado toda la experiencia histórica y, particularmente, la de las rebeliones populares de comienzos del siglo XXI en nuestro país, agudamente en Bolivia, etc. Pero esto no significa que su construcción sea lineal: requiere pasar - obligatoriamente- por toda una serie de instancias de mediación, so pena de ser toda la vida una secta. En concreto, no se puede contraponer mecánicamente la construcción del propio partido al proceso de surgimiento de corrientes a izquierda del reformismo. Se trata de lo contrario: en la medida en que sea posible -respetando criterios principistas y en primer lugar el de independencia de clase- llevar a cabo la imprescindible construcción de las corrientes y/o partidos revolucionarios como parte de la experiencia más de conjunto de la recomposición. Esto es, poner en pie frentes únicos, coordinadoras y tendencias en el seno de la clase, así como movimientos políticos de trabajadores y, en ese marco, empujar la construcción de partidos revolucionarios. Sólo así se podrá lograr fuertes y orgánicos partidos revolucionarios, imprescindibles para dar la pelea en las rebeliones populares y luchas que están por venir.