Seminario por el reagrupamiento de la izquierda y los luchadores

 

Documento del Movimiento Teresa Rodriguez "12 de Abril"

 

CINCO TESIS HISTORICO-CRITICAS

Introducción

El capital, como con tanta anticipación lo vieran Marx y Engels en el Manifiesto del partido comunista, parece haber alcanzado su grado máximo de expansión universal. Y, en consecuencia, todas las contradicciones derivadas del desarrollo histórico universal de la encerrada en la relación capital-trabajo estallan aquí y allá, de manera específica y particularizada, como corresponde al desenvolvimiento histórico concreto de cada singular comunidad social. Por añadidura, el modo civilizatorio capitalista arrastra tras de sí las contradicciones propias de toda la historia de la sociedad de clases precapitalista ("el peso del pasado oprime el cerebro de los vivos como una pesadilla"), las que potencian la complejidad del "momento actual de la lucha de clases". Todo lo cual torna extremadamente dificultoso predecir con anticipación suficiente el curso y el destino concretos de lo que podríamos denominar "proceso de barbarización" capitalista. Por ende, también se hace difícil la elaboración de una estrategia universal para la acción del sujeto social antagónico al capital, puesto que este sujeto se encuentra dialécticamente sujeto (sometido) -inmerso- en esas contradicciones. El protagonista de la acción anticapitalista, el antagonista del capital, el proletariado, con toda su historia de triunfos y derrotas -universales y particulares-, de conformación y fragmentación, merece hoy ser redefinido y reconstruido. No puede tener las características que, teórico-prácticamente, tuvo durante la segunda mitad del siglo XIX y la mayor parte del siglo XX. Tarea de reconstrucción que merece una atención especialísima por parte de todos los que postulamos la necesidad racional de destruir al capitalismo y construir una sociedad sin explotadores ni explotados, puesto que sin ella, lo que seguramente nos aguarda, más temprano o más tarde, es el triunfo de la barbarie y la extinción -históricamente producida- de la especie humana.

1. Un mundo, una lucha. El imperialismo, que fuera caracterizado por Lenin como "la etapa superior del capitalismo", adopta hoy formas nuevas que, si bien no pueden calificarse como "más agresivas" que en el siglo XX (recordar las dos "guerras mundiales", las guerras coloniales y neocoloniales, los ríos de sangre que hizo correr en el sudeste asiático, etc.), sí pueden decirse "más desesperadas". Las formas específicas en que se manifiesta esta desesperación, son el fruto de las dificultades crecientes que encuentra el capital para su propia valorización. O, en otros términos, la burguesía universal para su propia continuidad como clase dominante. La sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción y de lo producido, cuyo objeto es el mayor nivel de ganancia posible, a partir de la mayor explotación y opresión posibles de la fuerza de trabajo, mediante la más rápida realización posible del valor de cambio de las mercancías, se enfrenta hoy a la máxima tensión de la contradicción ya encerrada en éstas y en el sistema de producción generalizada de mercancías. En todos los casos, lo posible ha estado y está históricamente determinado por el grado y la magnitud de la resistencia opuesta por los trabajadores explotados y oprimidos -y hoy también excluidos del mercado de trabajo- y por los pueblos expoliados por el capital imperialista, a sus propias explotación, opresión, exclusión y expolio. Hace bastante tiempo está claro que el llamado "estado benefactor", desarrollado plenamente a partir del final de la Segunda Guerra Mundial (pero cuyo origen se encuentra en el intervencionismo económico del estado burgués posterior al pozo depresivo alcanzado a mediados de la década de 1930), fue el producto de la reacción del capital contra la resistencia opuesta por el trabajo a la valorización del primero, y que la propia crisis de 1929 había sido esencialmente fruto de la resistencia activa del trabajo. Esas resistencias, concretadas en la lucha obrera por la reducción de la jornada laboral, la revolución bolchevique y las amenazas revolucionarias subsecuentes en Europa central y meridional, las luchas anticoloniales y las revoluciones asiáticas, la "sovietización" de Europa oriental, etc., convencieron a la burguesía mundial de la necesidad de integrar más "equitativamente" a las grandes masas a su propio proceso de expansión, de cooptarlas en su propio beneficio. Sin duda, el teórico más reconocido de este proceso de cooptación del trabajo por el capital fue John Maynard Keynes. Pero, como lo demuestran regímenes tan aparentemente contradictorios entre sí como el New Deal rooseveltiano y los estados fascistas, más bien Keynes fue el resultado de esa necesidad, y no al revés. Y, para el caso, no importa demasiado si este proceso de cooptación se apoyaba o no en las transformaciones técnico-operativas en los procesos de trabajo de comienzos del siglo XX (el taylorofordismo). Lo cierto es que, aunque esa dominación ideológica se manifieste aún hoy de las más diversas formas y con diversos grados de profundidad, el estado benefactor no pudo eliminar de ningún modo la contradicción encerrada en la mercancía y en su sistema de producción generalizada. Por el contrario, la tensión contradictoria se intensificó aún más, manifestándose en plenitud en la crisis de acumulación capitalista de fines de la década de 1960 y principios de los ’70. Crisis que inauguró el "ciclo largo descendente" que se prolonga hasta hoy -y que no es desmentido por los "ciclos cortos" de recuperación, como el actual y los que se sucedieron durante el último cuarto del siglo pasado, especialmente en los países centrales. Los datos esenciales de esa crisis derivaron de la contradicción capital-trabajo. Particularmente -aunque no exclusivamente- en los países centrales, la mayor participación del trabajo en el valor de las mercancías, directa (aumento de los salarios reales y política de -siempre casi- pleno empleo) e indirecta (redistribución de los ingresos fiscales -a su vez incrementados por la mayor absorción estatal de plusvalía- en la "seguridad social"), provocó una abrupta caída de la tasa de ganancia media, que intentó contrarrestarse con el incremento de la masa de plusvalor mundialmente producida y el mayor expolio, de diversos modos, de la periferia (fenómenos estrechamente vinculados entre sí). Como, de cualquier modo, la caída no pudo frenarse lo suficiente, se produjo un nivel creciente de bancarrotas a escala mundial, lo que aceleró el proceso de centralización del capital y agudizó aún más la competencia entre los capitales particulares sobrevivientes. Competencia que tiene por objeto la mayor apropiación posible de la masa mundial de plusvalía. Y entonces el capital demostró otra vez que "no puede existir sin revolucionar constantemente las fuerzas productivas". Como la principal competencia por la apropiación de valor derivaba de la resistencia activa y creciente del trabajo y de los pueblos expoliados a su propia explotación, opresión y expolio, el capital no encontró mejor método para intentar la reducción de esa resistencia y el disciplinamiento del trabajo (con el fin de recuperar su tasa de ganancia) que el ataque directo al trabajo vivo. Los cambios en los procesos de trabajo, la flexibilización y precarización laborales, el desempleo masivo y estructural, la persecución y derrota del movimiento obrero y sus organizaciones, la cooptación burocrática de sus estructuras institucionales -ya intensamente burocratizadas durante la fase del estado de bienestar-, acompañaron a la llamada "revolución científico-técnica". Esta, apoyada en las inversiones de "investigación y desarrollo" en la industria de armamentos (imperialmente monopolizada), tiende a reemplazar el trabajo vivo por el trabajo muerto, a reducir el primero a su mínima expresión. Las consecuencias estrictamente "económicas" son la mucha mayor centralización del capital, el incremento vertical de su composición orgánica y de la "productividad" laboral, de su transnacionalización y de la tasa de plusvalor extraído a los trabajadores productivos. Esta última varía, por supuesto, según ramas de producción, países y coyunturas político-social-económica locales. Pero la reconversión y recuperación capitalistas producidas por esos fenómenos, concomitantes con la cibernetización de los procesos de trabajo, han hundido al capital en una crisis de sobreproducción crónica, que se arrastra desde hace más de treinta años y que constituye la causa eficiente de la onda larga descendente de la que antes hablamos. La que no se logra paliar por la mercantilización de casi todos los aspectos de la vida social, por la multiplicación ad infinitum de las "necesidades de la fantasía", cuyo objeto está constituido por las mercancías más insólitas. Necesidades cuya satisfacción, junto a la de las más vitales, es negada a la mayor parte de la población mundial precisamente por la continuidad y profundización de la contradicción encerrada en la mercancía. Pero son las manifestaciones más superficiales de esa crisis, precisamente por su mayor visibilidad social, las que adquieren mayor importancia política. Hablamos aquí de la multiplicación geométrica de los movimientos especulativos de capital-dinero a escala mundial -que ya supera en casi cien veces al comercio de mercancías-, conque el capital, en general, intenta la búsqueda de ganancias mayores y más inmediatas; por supuesto sin percibir su carácter ficticio, al no estar basadas en la realización del valor de cambio. De la importancia creciente del comercio "negro" de drogas y armamentos, al que se añade, en grado menor pero también creciente, el de esclavos, el de la prostitución y el de órganos humanos. Del condicionamiento y aún el dominio que este comercio negro impone al capital "blanco" y los estados nacionales y sus gobiernos. De la imposición de la "deuda externa" de los países periféricos como instrumento de su dominación económico-financiera. De la multiplicación geométrica del crédito para consumo, manifestada hoy en el uso y abuso de las "tarjetas de crédito". De la conversión de subcontinentes enteros, como la casi totalidad del África subsahariana, en objetos exclusivos de saqueo y expoliación. De la transformación en "normal" de una tasa promedio de desocupación estructural del 10% de la fuerza de trabajo mundial (es decir, unos 300 millones de seres humanos). De la inestabilidad y la inseguridad económico-financiero-monetaria permanentes que esos y otros fenómenos imponen a la humanidad en su conjunto. Es en ese contexto básico en el que deben inscribirse las formas concretas que asume hoy el fenómeno imperialista, despojándolo de las abstracciones consigneras a las que estamos acostumbrados. El imperialismo, como el capital mismo, carece de nacionalidad, aunque, por cierto, el desarrollo histórico particular de cada estado-nación burgués y de sus "relaciones exteriores" haya colocado a uno de ellos -Estados Unidos- prácticamente como el único estado "soberano" del mundo. Soberanía que, en el pasado inmediato de la segunda posguerra, sólo fue controvertida por la existencia de la Unión Soviética. Que se impuso de manera incuestionable al momento de la implosión de ésta y sus satélites, pero que en nuestro siglo comienza a verse recortada por la presencia y desarrollo de otros centros capitalistas: el ya antiguo de los estados que conforman hoy la Unión Europea; el muy nuevo de China "Popular"; el novísimo de India; el aún latente de Japón, etc. La nueva competencia constituye una manifestación particular de la ya tradicional, motora de la expansión mundial, concentración, centralización y transnacionalización del capital. Pero de ningún modo se cuestiona a Estados Unidos la posesión casi exclusiva de un atributo sustancial de la soberanía nacional: él poder militar. Y ese poder es aceptado casi sin discusión por los restantes centros, puesto que no sólo se constituye en barrera defensiva del capital mayoritariamente yanqui, sino principalmente en gendarme mundial del capital global, en última garantía de protección de su aparentemente irrefrenable expansión. Pero aunque esta irrefrenabilidad no sea absoluta -puesto que su continuidad depende fundamentalmente del grado de resistencia que oponga el sujeto antagónico al capital-, sí es absolutamente irrefrenable el productivismo capitalista, intrínseco al sistema generalizado de producción de mercancías. Es este productivismo el que conduce a la sobreexplotación de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo, a la cada vez más rápida degradación y extinción de los primeros y a la creciente desechabilidad de la segunda. Todo ello precisamente por el "desarrollo de las fuerzas productivas" que es patrimonio histórico exclusivo del capital. Es este productivismo la causa eficiente de las guerras de dominación, exterminio y saqueo emprendidas por el "imperialismo yanqui" en Afganistán e Irak, que intentan disimularse tras justificaciones indudablemente ideológicas y mentiras notorias. Y de todas las otras que éste pueda emprender en el futuro más o menos inmediato. Y son las enunciadas consecuencias de ese productivismo irrefrenable las que presiden el actual "desarrollo" capitalista de los países de la periferia, con el masivo traslado a ella de industrias notoriamente contaminantes, como las plantas celulósicas de Fray Bentos, en Uruguay, o el reemplazo de la biodiversidad y los cultivos alimentarios tradicionales por la monoproducción sojera con transgénicos en nuestro país. Fenómenos que, si bien despiertan una creciente resistencia de los pueblos involucrados, de ningún modo impiden la profundización de la degradación ambiental (“buena para los negocios”) y de la barbarización de la especie, sino que, Tsunami indonesio, Katrina y peste aviar dixit, acercan ominosamente la posibilidad de una eco catástrofe global. Por todas esas razones, la "lucha contra el imperialismo" no puede emprenderse ni desarrollarse separadamente de la lucha contra el capital. La pretensión de la izquierda nac & pop (a la que adhieren no pocas expresiones de la izquierda "marxista") de establecer diferencias entre ambas y de privilegiar la primera sobre la segunda, por más lenguaje y "métodos" revolucionarios con que se disfrace, es sólo la cobertura ideológico-política de la cooptación de esos sectores (en los que no dudamos se encuentran muchos luchadores honestos) por el poder burgués local, que, en el mejor de los casos, aún cree tener contradicciones de cierta importancia con el capital global.

2. América latina, ¿una nación? La contradicción entre el largo y sangriento proceso de formación de las "nacionalidades" latinoamericanas -a partir de la finalización de la guerra de independencia del imperio español- y los intereses coloniales e imperialistas de las potencias capitalistas del siglo XIX, resulta incomprensible si se la reduce a la aplicación mecánica de las categorías euro céntricas de la pretendida "ortodoxia" marxista (lo que tiene más que ver con la filosofía kantiana que con la dialéctica de lo real-histórico). Eso se muestra, por ejemplo, en la vieja polémica entre Rodolfo Puigrós y Milcíades Peña (padre), referida a la inserción de nuestro país en el, todavía incipiente, proceso de mundialización capitalista. Intentar comprender ese proceso histórico es de suprema importancia para interpretar lo más ajustadamente posible la realidad latinoamericana actual y, en consecuencia, actuar para su transformación -lo que requiere esbozar una estrategia particular de lucha contra el capital, en la persecución de una sociedad universal sin explotadores ni explotados. Se trata de una forma de aplicación de la consigna altermundialista "pensar global, actuar local". Exploraremos hacerlo de la manera más sintética que esté a nuestro alcance. Para ello son útiles los aportes empíricos de Puigrós (v. nota 4). En efecto, resulta imposible hablar de una "burguesía" latinoamericana durante la mayor parte del siglo XIX, al revés de lo que sucedió, desde un principio, en la conformación de Estados Unidos. En la generalidad de los casos, aquella no habría superado, hasta muy tarde, su fase meramente mercantil. Más allá de las intenciones de políticos e intelectuales de la época, el proceso de organización de los estados-naciones hispanoamericanos (el de Brasil merece un análisis separado) estuvo signada por los enfrentamientos y alianzas -más o menos precarias, más o menos consolidadas- entre los sectores dominantes locales -herederos de la estructura económico-social de la colonia-, los que tornaron de ejecución imposible el proyecto unitario bolivariano. (Las masas populares jugaron en esto un papel absolutamente subordinado, como masa de maniobra o "fuerzas de choque" de los poderes locales.) Ciertamente, los intereses y la acción de la potencia capitalista hegemónica en ese momento, Gran Bretaña, tuvieron un protagonismo sustancial en la exacerbación de esos enfrentamientos y en la subordinación de los mismos a sus intereses. O los de Estados Unidos con relación a su "patio trasero", el área del Caribe. Puede decirse entonces que la "tardanza" en la institucionalización jurídico-política de nuestros estados-naciones fue paralela a la "tardanza" en la conformación de una burguesía regional, básicamente monoproductora de materias primas, alimentarias o no, al servicio de la acumulación capitalista de los centros. Esas fueron las razones fundamentales que determinaron el carácter dependiente que asumió, desde un principio, la misma burguesía. Explican también el hecho de que dicha institucionalización haya resultado una copia casi textual -incluso en la conceptualización de la idea "nacional"- de los estados burgueses europeos y norteamericano. Y, por lo tanto, la artificialidad de las fronteras nacionales, no menor que la resultante de la descolonización africana durante la segunda posguerra, en el siglo XX. Pero, una vez consolidadas esas fronteras en forma más o menos definitiva -ya sea por tratados posbélicos o por mediaciones o arbitrajes diplomáticos-, no obstante su origen común y la comunidad del idioma "oficial", cada uno de nuestros estados -definitivamente burgueses- inició su "camino independiente" y diferenciador. De ahí que la exhortación de Trotski, en su exilio mexicano, a conformar los "Estados Unidos Socialistas de América" resultara, en su momento, una prédica en el desierto. No existía ni voluntad política que derivara de los intereses de las burguesías locales, ni un "proletariado latinoamericano" que tomara la tarea en sus manos. Por significativas que hubiesen sido las luchas proletarias en Latinoamérica (sin importar en el caso su carácter predominantemente economicista) durante la primera mitad del siglo XX, estas fueron muy ocasionales y localizadas. Ni siquiera teóricamente, por ejemplo, se llegó a plantear jamás la conformación de una central obrera subcontinental. Sin embargo, tanto las dos guerras mundiales como la Gran Crisis brindaron la oportunidad a las burguesías locales de intentar un camino de acumulación autónoma. En unión con el paradigma de la época (décadas de 1930 a 1950) del intervencionismo económico estatizante, esos intentos resultaron en los peculiares nacional-populismos latinoamericanos, más o menos autoritarios (varguismo, peronismo, perezgimenismo), más o menos demoliberales (la asociación-contradicción socialdemócrata-socialcristiana en Venezuela; el régimen del "primer" Velazco Ibarra en Ecuador), más o menos "revolucionarios" (el resultante de la revolución boliviana de 1952; la "tardía" revolución peruana de Velazco Alvarado). Hoy sabemos que todos esos intentos sólo lograron éxitos muy circunstanciales (relativa ampliación de la base social y productiva de nuestras sociedades y de sus gobiernos) y que, a largo plazo, no pudieron sustentarse. Ello no obstante las subsiguientes intentonas desarrollistas por "purificar" de toda forma de bonapartismo al proyecto "nacional-burgués", estableciendo una asociación subordinada con el capital imperialista. Y que sus crisis económico-políticas preludiaron la crisis general de la forma "estado benefactor" en los propios centros capitalistas. El fracaso del proyecto nacional-burgués explica el acelerado travestismo de los movimientos nacional-populares, todavía hegemónicos en la década de 1980, y su adhesión al Consenso de Washington. La conversión de todos ellos en "vanguardia" de la reacción neoliberal no constituye, por lo tanto, ninguna "traición": es el resultado casi obvio, en nuestro subcontinente, de la crisis-reconversión capitalista a escala mundial. Pero es esta riquísima y compleja historia la que determina las características de los procesos contemporáneos en nuestros países. Consolidado el poder hegemónico de Estados Unidos en los últimos momentos de la "Guerra Fría", mandado al basurero de la historia el paradigma keynesiano, la subsiguiente recomposición y reestructuración capitalista debió imponerse en los países del cono sur mediante las dictaduras militares más perversas y sanguinarias de toda su pasado, obviamente alentadas y respaldadas por la potencia hegemónica. Sólo cuando éstas alcanzaron sus objetivos básicos de disciplinamiento social y subordinación ideológica, la burguesía mundial -incluida la yanqui- consintió en la recuperación de las "instituciones democráticas" liberal-burguesas. Para que éstas se encargaran alegremente de destruir la base productiva y social acumulada durante la fase histórica anterior, subordinar por completo su desarrollo a la dinámica del capital mundializado y cooptar a las grandes masas en favor de las "políticas neoliberales", acentuando aún más la fragmentación socioeconómica, ideológica y política de ellas. Sin embargo, a pesar del carácter minoritario, disperso y socialmente acotado de la resistencia opuesta por nuestros pueblos a los "estados gerenciales" durante la década de 1990, a partir de mediados de ésta ellos mismos entraron en una fase de rápida descomposición y crisis. La resistencia popular adquirió un carácter cada vez más organizado y politizado, empalmando en alguna medida con ya viejos procesos de organización y lucha, como el de las FARC y el ELN colombianos. Así surgieron y se consolidaron el EZLN, la CONAIE ecuatoriana, los movimientos sociales bolivianos, el Movimiento Sin Tierra brasileño, el movimiento campesino paraguayo y los movimientos piqueteros en Argentina. Los que hoy, al compás de la "recuperación" económica capitalista, son acompañados por el resurgimiento de las luchas obreras que, por ahora y en la generalidad de los casos, no parecen haber superado el carácter meramente economicista y corporativo. Estamos obligados a decir que, tanto durante la fase más crítica del "estado benefactor" como en la del resurgimiento de la resistencia popular contra el capital "globalizante", la izquierda política (y "político-militar") latinoamericana, en general, cometió gruesos errores de comprensión de esos procesos, que se tradujeron, en la mayoría de los casos y particularmente en el nuestro, en su continuada y progresiva separación del "movimiento real" y las aspiraciones inmediatas de las grandes masas y la sumergieron en una crisis de aislamiento y fragmentación que, suponemos, ha alcanzado ya límites extremos. Así, en el primero de los casos (décadas de 1960-70), sin tener en cuenta las particularidades históricas locales, la izquierda armada -que a principios de los ’70 alcanzó una clara hegemonía sobre el conjunto de ella- ignoró casi por completo las características concretas de aquella crisis y las formas que asumía la recomposición capitalista global. Y, superficialmente apoyada en la subsistencia del enfrentamiento bipolar de la "Guerra Fría", encaró frontalmente la lucha revolucionaria, en la creencia de que la gran transformación social se encontraba temporalmente próxima. En el segundo -además de verse esa izquierda afectada por la misma ignorancia-, la implosión soviética provocó, por un lado, el rápido abandono de posiciones anteriormente radicales -y el desprendimiento del bebé junto con el agua sucia de la bañera- y por el otro, el reforzamiento de tradicionales posturas dogmáticas, los vanguardismos sectarios y los oportunismos electoralistas. Todo ello con diversas mezclas y matices locales. Pero de todos estos fenómenos, que nos incumben particularmente a nosotros mismos, nos ocupamos con mayor detalle más adelante. Para resumir, una fotografía de la actualidad latinoamericana nos muestra: a) Un México en que el levantamiento zapatista -mezcla rara de setentismo, autonomismo y posmodernismo- sólo parece haber servido a la crisis y hundimiento del antiguo régimen priista y a la apertura de la posibilidad de un gobierno socialdemócrata. b) Una Centroamérica hundida en crisis socioeconómica permanente, en que las antiguas posiciones "revolucionarias" han derivado en alternativas socialdemócratas muy domesticadas. c) Una Cuba que parece mantener a rajatablas sus aspiraciones socialistas, cualquiera fuere el grado de autoritarismo interno que esto requiera. d) Una Venezuela en que se desarrolla un proceso revolucionario abierto, apoyado en el fuerte bonapartismo de su presidente y en el protagonismo de sus movimientos sociales, entre los cuales adquiere creciente importancia el Frente Campesino Ezequiel Zamora. e) Una Colombia que no parece poder superar en lo inmediato el empate militar entre las fuerzas revolucionarias y el estado burgués, no obstante el "Plan Colombia" y el fuerte control económico-político del narcotráfico. f) Un Ecuador con rebeliones sociales casi permanentes, que no alcanzan por ahora a configurar una alternativa revolucionaria. g) Un Perú cuya situación -pareciera que allí los grandes procesos históricos siempre "llegan tarde"- se asemeja cada vez más a la de Ecuador años atrás. h) Una Bolivia en que los movimientos y las rebeliones sociales de los últimos años han desembocado en el triunfo electoral del Movimiento Al Socialismo, cuyo gobierno se encuentra sometido a la ferviente y comprometida vigilancia de los primeros y donde parecen acentuarse, por lo tanto, las perspectivas revolucionarias. i) Un Chile en que la burguesía local parece haber consolidado su dominación y sus proyectos, fuertemente vinculados al "mercado mundial", mediante gobiernos socialdemócratas "políticamente correctos". j) Un Brasil en que el gobierno del Partido de los Trabajadores se apresuró a tirar por la borda las promesas reformistas de su programa y a inclinarse rápidamente por la continuidad de las políticas neoliberales. Pero cuyo desarrollo capitalista lo coloca, en ese aspecto, por encima de todo el resto de Latinoamérica y cuyos trabajadores industriales multiplican hoy las formas de resistencia y organización frente a lo que consideran una "traición". A la vez que subsiste la presencia activa del Movimiento Sin Tierra. k) Un Uruguay en que la coalición de "centroizquierda" en el gobierno se ha apresurado a transitar un camino similar al del "lulismo", pero que no cuenta con movimientos sociales contestarios de envergadura. En suma, la gran complejidad de los procesos históricos latinoamericanos no oculta que la crisis generalizada de los "estados-gerentes" tiende, por un lado, a disimularse bajo la tutela de gobiernos socialdemócratas y/o populistas, que a su vez poco ocultan la timidez de su reformismo. Y por el otro, a radicalizarse por la acción -todavía fragmentada, dispersa, minoritaria y escasamente orgánica- de las masas empobrecidas y miserabilizadas y de los trabajadores superexplotados. Por lo que resulta no sólo imposible sino también contraproducente el trazado, desde algún laboratorio intelectual, de una "estrategia general" para la revolución proletaria en Latinoamérica. De ningún modo ella podría reemplazar la construcción protagónica -la praxis- de los pueblos de cada una de nuestras formaciones sociohistóricas.

3. Argentina: crisis y recomposición burguesa. El peculiar nacional-populismo latinoamericano tuvo su expresión concreta, en nuestro país, en el fenómeno peronista. Cualesquiera hubiesen sido los motivos históricos circunstanciales que llevaron a la consagración de Perón como "líder" de un gran "movimiento nacional", la diferencia sustancial entre aquél y sus primos del resto de América Latina, es que el nuestro arrastró tras de sí a la gran masa de los trabajadores urbanos -resultantes de la industrialización oligárquica comenzada a mediados de la década de 1930 y de la expulsión rural provocada por la crisis agraria de la misma época. La oposición ideológica y política que desde un principio asumieron los sectores dominantes tradicionales, le otorgó también la simpatía de importantes sectores medios, hasta ese entonces "yrigoyenistas". La promoción industrial de la primera época favoreció asimismo el desarrollo y organización institucional de una "burguesía nacional" que aprovechó todo lo que pudo las prebendas del régimen. Es el conjunto de esos fenómenos -y no exclusivamente su origen militar (y la promoción social de este sector), ni la obligada política de "conciliación de clases"- el que otorgó al primer peronismo un carácter fuertemente bonapartista. Pero fue la crisis de acumulación del capitalismo local -provocada por la valorización internacional de los insumos y maquinarias de los que éste dependía y por la paralela desvalorización de las materias primas de exportación - la que, aprovechada por la oligarquía tradicional, llevó a la recuperación político-militar de ésta y a la temprana crisis de nuestro singular "estado de bienestar". De allí en más nuestra sociedad solo supo acumular contradicciones, entremezclando unas con otras y provocando una especie de "inestabilidad permanente", que degradó la conciencia y la acción políticas y llevó a nuestras "honorables" Fuerzas Armadas a intentar su resolución mediante sucesivos golpes de estado. De todas ellas, la más importante fue la ideológico-política, que atravesó a todas las restantes y determinó fundamentalmente el curso inmediatamente posterior de nuestra historia. En efecto, fue la tenaz persistencia de la ilusión de las grandes masas en la posibilidad de recuperación de lo perdido la que llevó a la creación y hegemonía de Montoneros y la "tendencia revolucionaria" y forzó el acuerdo interburgués que permitió el regreso del "avión negro". Y así, el auge guerrillero y de las luchas sindicales de 1970-72 obtuvo como consecuencia la instalación en el gobierno del segundo peronismo. Pero esta vez éste no pudo controlar por mucho tiempo a las fuerzas desatadas por su misma existencia contradictoria. Abierta la Caja de Pandora, la descomposición social, económica, ideológica y política, unida a la crisis del estado benefactor a escala global, tuvieron como consecuencia casi inevitable -aplaudida en ese momento por vastos sectores sociales- a la bestial dictadura del "Proceso". Pero aquí no interesa tanto describir las manifestaciones de la perversidad criminal de la dictadura militar. Sí importa destacar su carácter meramente depredador -congruente con aquélla-, traducido en su brutal ineficacia -y la de su socio-mandante: el gran capital financiero, terrateniente e industrial- para restablecer las condiciones mínimas de una "normal" acumulación capitalista. Tal vez por las mismas razones, tuvo éxito indudable en el disciplinamiento social, ideológico y político impuesto a nuestra sociedad. Por lo que la descomposición y derrumbe de la dictadura debe atribuirse en primer término a su propia brutalidad, política y genocida. Por todas esas razones la sociedad argentina, ansiosa de "vida" y de "paz", fue progresivamente preparada para absorber como una esponja la "modernización" neoliberal que imponían los centros abiertamente. Pero fue el crítico interregno alfonsinista, con la continuidad de destrucción de fuerzas productivas, estancamiento e hiperinflación, el que llevó a colocar la frutilla del postre: el menemato. Así, el tercer peronismo (v. nota 12) arribó a nuestras playas para cumplir las funciones que la bestialidad militar y los pruritos "democráticos" del alfonsinismo habían impedido llevar adelante cabalmente: la incorporación a tambor batiente de nuestra economía y nuestra sociedad, basada en la instrumentación monetaria de la convertibilidad peso-dólar, a un mundo ya francamente embarcado en la "globalización" neoliberal. Todos nosotros conocemos suficientemente el carácter, las manifestaciones y las consecuencias de esa incorporación -que resumimos en la categoría "estado gerencial"- como para abundar más al respecto. La consecuencia más notoria de la (des)acumulación neoliberal fue el crecimiento explosivo de la desocupación estructural, que al momento de la reelección de Menem como presidente alcanzó el 18,5% de la “población económicamente activa” (P.E.A.). Que tuvo resultados sociales por muchos inesperado: el surgimiento, desarrollo y crecimiento de los movimientos organizados de desocupados ("piqueteros"). Se conjugaron para ello: a) la tradición de un país que había alcanzado un cierto grado de desarrollo industrial y que, en forma brusca, se había transformado en una semicolonia financiera y mercantil del capital global; b) la consiguiente tradición de experiencia y luchas sindicales; c) el papel organizador de muchos militantes experimentados de izquierda, marxista o nac & pop, encuadrados o no en estructuras partidarias. Por primera vez en la historia del capitalismo los desocupados se organizaban para algo más que una reivindicación circunstancial. Fue la lucha piquetera la que impulsó el renacimiento de las acciones sindicales, protagonizadas particularmente por la CGT "rebelde". Y fue la prolongada recesión -más de cuatro años- abierta en 1998 (como un eco de la crisis rusa y del sudeste asiático), especialmente favorecida por las bancarrotas, el desempleo masivo y el subconsumo, la que provocó el rápido desprestigio político no sólo del menemismo en el poder sino también del resto de las estructuras partidarias -sobre todo, aunque no sólo, de las "burguesas"-, que apenas disimulaban su complicidad con el régimen o su insignificancia política. Sin embargo, con el propósito último de salvar de la previsible catástrofe a la república burguesa, el sistema político no pudo hallar otra "solución" que prorrogar lo sustancial del menemato bajo otras caras. El mantenimiento ad absurdum de la convertibilidad monetaria sólo pudo sustentarse en el endeudamiento fiscal creciente, que sobre la base de la predatoria deuda externa contraída por la dictadura militar, hizo crecer a ésta de manera superlativa. La "moneda fuerte" de la convertibilidad peso-dólar se transformó así en su contraria. Para intentar "salvar las papas", primero las situaciones provinciales y finalmente el propio estado nacional acudieron a la emisión de papel-moneda alternativo. Todo lo cual desembocó en la crisis financiera -que rápidamente se convirtió en crisis social, política e institucional (¿crisis orgánica?)- de fines de 2001. El congelamiento de los depósitos bancarios provocó una inusitada reacción de los sectores medios y rentistas afectados, la que empalmó con el rápido crecimiento de los reclamos piqueteros y sindicales y desembocó en los saqueos y la rebelión popular de diciembre de 2001. Por un momento pareció que no sólo el régimen sino también el sistema estaban a punto de derrumbarse por completo, al compás de las consignas, rápidamente generalizadas, de "que se vayan todos" y "piquete y cacerola, la lucha es una sola". Pero hoy sabemos que se trató sólo de una ilusión, que afectó únicamente a los militantes interesados en ese derrumbe. En efecto, la izquierda argentina, ya altamente fragmentada, no estaba en condición alguna de brindar un objetivo, una orientación, una organización y un liderazgo comunes a la rebelión social. No pudimos interpretar cabalmente que el "que se vayan todos", por injusto que pareciera eso, nos abarcaba también a nosotros. La persistencia de la hegemonía ideológica del sistema (ya que no del régimen) se constituyó en causa fundamental de la casi total ausencia de protagonismo de las masas trabajadoras "con trabajo". Sin embargo, salida de la convertibilidad y devaluación mediante, la "crisis orgánica" tendió en lo inmediato a prolongarse y agudizarse. Su efecto político fue la constitución y desarrollo de las asambleas barriales, particularmente en los grandes centros urbanos. Pero, una vez más, el dogmatismo, el sectarismo y el oportunismo de las organizaciones y grupos manifiestamente sectarios se encargó de frustrar rápidamente esa experiencia colectiva. La lucha social y la confluencia de algunos intereses entre movimientos piqueteros, asambleas barriales y luchadores sindicales estaban en pleno apogeo cuando el régimen cometió el "error garrafal" de la represión y matanza de Avellaneda, inmediatamente repudiada por tres grandes movilizaciones populares. Y fueron el reconocimiento de ese error y la conciencia regiminosa de nuestra propia debilidad las que llevaron a aquél a intentar su recomposición político-institucional, con base en la instrumentación generalizada de los subsidios a los desocupados (plan jefes y jefas de hogar) y el llamamiento a elecciones inmediatas. Y, a la distancia, parece indudable que el intento alcanzó franco éxito. A partir de mediados de 2002 la iniciativa policía pasó a manos del enemigo, no obstante la persistencia de sus profundas (y también superficiales) contradicciones internas. Y así pudo arribar a la "normalización" institucional de mayo de 2003, con un presidente y un equipo políticos dispuestos a defenderla con uñas y dientes, pero que para ello estaba obligado a escuchar, al menos parcialmente, los reclamos profundos de la rebelión decembrista. Así arribamos al actual momento histórico. La persistente recuperación capitalista -el P.B.I. ha alcanzado ya niveles superiores al de su cenit inmediatamente anterior (1997-98)-; la disminución efectiva de la tasa de desocupación estructural a niveles casi "normales" para los parámetros actuales del capital; la recuperación del crédito para consumo -el masivo "tarjeteo" de las capas medias y trabajadores regulares-; el manejo clientelar del 90% de los planes sociales; las engañosas políticas de "derechos humanos" y de "fortaleza antiimperialista"; las forzadas "renacionalizaciones" de algunos servicios públicos (como el correo y el servicio de aguas metropolitano); los proyectos de progresiva recuperación del régimen jurídico-laboral del "estado benefactor"; los aumentos salariales por encima de la tasa inflacionaria obtenidos por determinados sectores gremiales, económicamente estratégicos para el capital (haya mediado o no "lucha" para ello), y algunos etcéteras más (que se sitúan en el plano de la pura dominación ideológica), han conseguido garantizar circunstancialmente el consenso de las mayorías con el régimen, además de prolongar las ilusiones en el sistema, no sólo de parte de las masas sino también de supuestas "vanguardias" politizadas, hoy masivamente cooptadas y clientelizadas por aquél. Pero, por otro lado, se han profundizado los niveles anteriores de desigualdad, fragmentación y atomización sociales. El nivel real de desocupación estructural supera el 13% de la P.E.A. (y su decrecimiento tiende a estancarse con relación al crecimiento del P.B.I.), acompañado por otro tanto de subocupación. El trabajo "en negro" es de más del 45% del total de asalariados y tiende también a fijarse alrededor de ese porcentaje. Los niveles de pobreza y miseria no han conseguido de ningún modo recuperar sus relativamente bajos porcentuales de un pasado no tan lejano. La pretendida "firmeza" ante el capital financiero mundial se traduce en el pago anticipado al F.M.I. y la subordinación de los cuantiosos recursos fiscales al "cumplimiento" con el resto de los acreedores, mientras se agravan las condiciones de la atención sanitaria y la educación públicas y se abandona a su suerte a las poblaciones afectadas por desastres "naturales". Finalmente, la "pugna distributiva" (como la llamó Raúl Prebisch) entre los oligopolios y los cartels "formadores de precios", el fisco y los gremios más poderosos, amenaza con impulsar la tasa inflacionaria más allá de lo que el gobierno "popular" está en condiciones de controlar. Esos contradictorios resultados se han obtenido mediante un reforzamiento inusitado del presidencialismo de nuestra "democracia representativa", y una selectiva política de cooptación-represión, que se fundamenta en el grado de apoyo social obtenible para esta última. Todo lo cual otorga al régimen rasgos bonapartistas, por cierto sin que puedan alcanzar la profundidad del peronismo primitivo. Pero todo esto sucede mientras se ciernen nubes muy negras sobre el horizonte del capital. No sólo por los complejos y contradictorios procesos de resistencia de los pueblos de nuestro subcontinente y de los países musulmanes que soportan la agresión imperial. Sino también por la irresolubilidad de la crisis de sobreproducción global, el agravamiento de la contradicción competencia-cooperación entre los centros capitalistas (incluimos aquí a China ) y la maduración del carácter predatorio de su productivismo -que, por un lado, agrava el peligro sobre la humanidad toda y contribuye a profundizar el proceso de barbarización, y por el otro despierta aún mayor resistencia de los pueblos, como los de Gualeguaychú y Colón en nuestro país. En definitiva, por la manifestación plena -aunque oculta para las masas- de las contradicciones encerradas en el sistema que tiene por centro la producción generalizada de mercancías.

4. ¿Qué estrategias? Así como en el pasado la creencia catastrofista en la inexorabilidad del derrumbe capitalista fue la excusa ideológica que condenó a decenas de miles de militantes conscientes y honestos a la pasividad y el pacifismo abstracto, hoy la idea de que "no se puede hacer casi nada" contra el capital imperialista si no es por medio de una "lucha común" subcontinental, o por lo menos regional, constituye la fuente del posibilismo que caracteriza al "progresismo" socialdemócrata y/o populista. Y esa idea alimenta también al "internacionalismo" abstracto y consignero de alguna izquierda. Sin embargo, la experiencia latinoamericana nos muestra a cada paso que cada uno de nuestros pueblos desarrolla formas propias de resistencia y combate, alimentadas por su singular trayectoria histórica. Y, por lo tanto, debe considerarse hoy más vigente que nunca, si la despojamos de su aparente "naturalismo", la frase del Manifiesto: "Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía". O, en otros términos, como se dice en otra parte del mismo documento, el proletariado "nacional" debe, en primer lugar, "constituirse en nación". Si la lucha contra el capital adquiere hoy dimensiones globales, no podemos dejar de desarrollarla sino a partir de nuestra particular experiencia histórica. Como lo dijimos antes, esta es la forma en que entendemos debe obedecerse la consigna altermundialista: "pensar global, actuar local". Ese es el límite real que nos impone la historia y nos imposibilita la elaboración de una "estrategia general", universal o incluso regional. Por supuesto, cada "estrategia nacional" está forzosamente obligada a tener en cuenta la experiencia concreta de los pueblos de todo el mundo y en particular de los más cercanos. Y no puede dejar de ser influida por ella. Influencia que es inversamente proporcional a las dimensiones geográficas, el grado de desarrollo capitalista y los recursos materiales y humanos de cada formación sociohistórica. Y aquí nos sentimos forzados a efectuar una disgresión, si se quiere, "filosófico-política". El marxismo no es un sistema filosófico cerrado y determinista, como el idealismo alemán del doblar de los siglos XVIII y XIX y sus derivados, incluyendo el de Hegel. Es, más bien, una teoría general de la acción social negativa, basada en la comprensión crítica, lo más ajustada posible, de los procesos sociohistóricos concretos. Acción y comprensión que constituyen dos momentos de un mismo proceso. Es por eso que el "optimismo de la voluntad" resulta completamente inútil, y hasta contraproducente, si se lo despoja del "pesimismo de la razón". Ahora bien, si hablamos en el título de "estrategias" en plural es porque consideramos que hay por lo menos tres aspectos fundamentales que, estrechamente interconectados, conforman una unidad estratégica. Ellos son, a nuestro entender: a) una "estrategia proyectual"; b) una "estrategia comunicacional", y c) una "estrategia de construcción del sujeto". a) Con respecto a la primera, poco se puede decir a más de que el objetivo perseguido es el derrocamiento del capital a escala universal y la construcción de una sociedad humana sin explotadores ni explotados, libre de cualquier opresión -incluida la de género- y que reestablezca una relación armónica entre la humanidad y sus condiciones naturales de vida y reproducción. Pero, como lo señaló Eric Hobsbawn, parafraseando al Manifiesto:

Entre el "ahora" y el momento impredecible en que "en el curso del desarrollo" habrá una "asociación en la cual el libre desarrollo de cada uno sea condición para el libre desarrollo de todos", se encuentra el reino de la acción política.

Acción política que, como lo dijimos, requiere de la "comprensión praxeológica" de los momentos y los lugares particulares en que ésta se desenvuelve y que hoy, como resultado de la insatisfacción de sus necesidades y la fragmentación y atomización social promovidas por el capital, recibe en nuestro país el desinterés, el menosprecio y hasta el repudio de las grandes masas (fenómeno por lo demás semejante al del resto del mundo). Nos resta agregar aquí que cualquier acción negativa que tenga por objeto acercar históricamente la posibilidad de realización de ese proyecto, debe necesariamente estar precedida por las preguntas reflexivas: ¿confronta o no confronta con el capital?, si no lo hace actualmente, ¿puede hacerlo potencialmente? En definitiva, ¿sirve o no sirve a la acumulación de fuerzas sociales que constituyan los cimientos de la construcción del sujeto capaz de realizarlo? Todo lo cual nos lleva a considerar b) La estrategia comunicacional. Nos referimos aquí a las formas técnicas por las que debería trasmitirse a muchos millones de "conciudadanos" tanto el proyecto comunista, como la comprensión de los pasos simultáneo-sucesivos necesarios para desarrollarlo y alcanzar su realización. Esto es, a las características formales de la necesaria propaganda. Es muy loable el objetivo de contar con un único periódico -o diario- nacional, por el que se intente no sólo informar acerca de de las luchas sociales y políticas que libra nuestro pueblo, sino también hacer a éste partícipe de los debates teórico-políticos que se efectúan al interior de la izquierda que se pretende revolucionaria. Y ejercer así una praxis educativa sustancial para el desarrollo del sujeto idem. Pero, aunque resultara maravilloso conseguirlo, debe tenerse en cuenta que su eficacia actual sería infinitamente menor que la que Lenin adjudicó a Iskra. Y por otra parte, que ese proyecto se dificulta entre nosotros dado el sectarismo, que fractura la comunicación en centenares -tal vez miles- de publicaciones no leídas por casi nadie. También tiene eficacia muy limitada el uso del correo electrónico, que obliga a la mayoría de los militantes a concurrir de continuo a los locutorios cibernéticos, para ser apabullados por montañas inconmensurables de mensajes y artículos, temporal y materialmente ilegibles y que, por lo demás, no son alcanzables por las grandes masas. Puesto que lo que hoy predomina es la "cultura" que transmiten los medios audiovisuales, en especial la televisión. Ese fetiche singular del capitalismo, que a su vez produce y reproduce fetichismos y alienaciones, es no obstante el único que está dispuesto a atender la gran masa que, por otro lado, tiene al diario Olé o publicaciones similares -aprovechamiento por el capital de la autoalienación de las pasiones deportivas-, como casi exclusivo material de lectura. La conclusión es que, hasta que no contemos, por lo menos, con un canal de televisión de aire, se hará muy dificultosa la comunicación masiva y centralizada. Lo que no significa que debamos dejar de intentarla por todos los medios a nuestro alcance. Pero teniendo en cuenta que, por extensa e intensa que sea la propaganda escrita, siempre será insuficiente para hacer frente a la alienación televisiva (o a cualquier otra derivada de "novedosos" inventos audiovisuales). Ciertamente, la propaganda, si se quiere, "pasiva" (puesto que no implica necesariamente lucha de calles) no es el único ni el principal vehículo que nos lleva a la configuración del sujeto revolucionario, por lo que debemos considerar su estrategia de construcción. c) Como insinuamos en nuestra introducción, el proletariado de hoy tiene poco o nada que ver con el que pudo considerarse tal durante la mayor parte de la historia del capital. Y no sólo por razones que, antigüamente, hubiéramos considerado "estructurales" (la cibernitización de los procesos de trabajo; la disminución del papel -de los "costos"- del trabajo vivo en el proceso de producción; la importancia inversa adquirida por el proceso de circulación del capital), sino también por las "superestructurales" interconectadas con las anteriores. En primer lugar, estamos obligados a afirmar que el denominado por Engels -a fin de reforzar su idea-, como "proletariado militante", sólo alcanzó en el pasado existencia real -en nuestro país y en el mundo - en ocasionales y localizadas circunstancias históricas (el apogeo de la secular lucha por la reducción de la jornada de trabajo; la Comuna de París; los primeros momentos de la Revolución bolchevique; la república noritaliana de los Consejos, en 1922; el 17 de octubre de 1945 y los instantes iniciales del peronismo primitivo en nuestro país, y tal vez unos pocos etcéteras más). Ello es así porque en el capitalismo la única clase que se constituye y reconstituye permanentemente, que está obligada por su propia "naturaleza" a ser, desde su infancia, "en sí" y "para sí", a actuar como clase -y que, por lo tanto, nunca está predispuesta a su propio suicidio- es la burguesía. Por el contrario, "Para comportarse como clase, el proletariado debe conquistar, a través de la experiencia y la teoría, la conciencia de clase, venciendo la división competitiva en que originalmente la coloca el proceso de producción capitalista, y los reflejos corporativos... de dicha colocación". Por lo tanto el proletariado, ahora y siempre, se define por su comportamiento como tal y se construye al calor del conflicto y de la acción social negativa ("lucha de clases"). Pero no basta la mera "conciencia de clase" (la internalización por cada proletario de su comunidad de necesidades e intereses con todos los que están obligados a vender su fuerza o capacidad de trabajo para poder sobrevivir) para que el proletariado se constituya en sujeto privilegiado para derribar al capital (la "conciencia" proletaria puede ser, y de hecho lo ha sido con la mayor frecuencia, meramente reformista). Para ello es necesario que el pre-sujeto de la revolución social llegue a comprender la perenne y creciente imposibilidad e incapacidad del capital para satisfacer, de modo más o menos prolongado, tales necesidades e intereses. El obstáculo principal para la constitución del proletariado en clase (y en clase revolucionaria) es el reinado casi universal de los "contenidos civilizatorios" de la burguesía. Esto es, el amplísimo mundo de las representaciones ideológicas que, en el capitalismo, tienen su fundamento subjetivo-objetivo en la alienación del trabajo y el fetichismo de la mercancía. Este es el "sentido común" a que se refirió Gramsci, que no se conforma sólo por la imposición de las necesidades directas del capital, pues: "Además de las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, resultantes de que siguen vegetando modos de producción vetustos, meras supervivencias, con su cohorte de relaciones sociales y políticas anacrónicas...", como sostuvo Marx en el prólogo a la primera edición de El capital. Pero que, al contrario de lo que supuso éste, no necesita de la supervivencia de antiguas relaciones de producción para revelar su propia reproducción contemporánea, con todas las modificaciones representacionales que ello implique. Supersticiones, símbolos, mitos y leyendas; pasiones, sensaciones y sentimientos humanos históricamente construidos, que hoy más que nunca sirven al capital para transformarlos en novedosas mercancías. La ideología dominante, por lo tanto, no es simplemente la ideología de la clase dominante. Y tiene sus manifestaciones particulares en el conjunto de las tradiciones ideológicas locales históricamente acumuladas, superpuestas o adaptadas a -o negatorias de- las universales, que nos permitimos categorizar como "ideología corriente" nacional y contemporánea. Internarnos en los complejos y múltiples laberintos de la dominación ideológica nos llevaría, por lo menos, todo un volumen. Sólo diremos aquí que, como en la época en que Marx lo escribió,

... la coerción sorda de las relaciones económicas pone su sello a la dominación del capitalista sobre el obrero... Para el curso usual de las cosas es posible confiar el obrero a las "leyes naturales de la producción", esto es, a la dependencia en que él mismo se encuentra con respecto al capital, dependencia surgida de las condiciones de producción mismas y garantizada y perpetuada por éstas.

Pero la búsqueda permanente y competitiva de la ganancia individual inmediata (núcleo de la "psicología" del capital), tanto más exacerbada, violenta y criminal cuanto más críticas son sus posibilidades, ha llevado a la casi completa mercantilización de todos los aspectos, "espirituales" y "materiales", de la vida social. La ideología del poder (del capital) nos rodea hoy por completo, día tras día, las 24 horas del día. Y determina sustancialmente el comportamiento individual cotidiano, incluido el nuestro. Esta conclusión, en apariencia decepcionante, se contradice por el hecho de que la totalidad sociohistórica concreta nos ofrece muchas más líneas de fuga que los (como lo reveló Stephen Hawkins en su Historia del tiempo) iones que se "escapan" de la superficie de los agujeros negros. Estas líneas de fuga -sin las cuales jamás el homo sapiens hubiera tenido historia- están hoy constituidas, precisamente, por las acciones sociales que contradicen la necesidad del capital (esto es: su propia valorización), en íntima conexión con la "crítica de todo lo existente" (incluida la de nuestra propia trayectoria histórica), como lo descubrió el joven Marx. Esto es, por la praxis. Y, como lo demuestra la experiencia del último siglo, esas líneas de fuga son más abundantes hoy que en toda la historia anterior del capitalismo y, a fortiori, de los modos civilizatorios precapitalistas.

5. ¿Qué herramientas? 1) Dado que la emancipación de los trabajadores (del trabajo) no puede ser sino obra de los trabajadores (del trabajo) mismo/s, es el proletariado el encargado de esa tarea, el ejecutor de esa praxis, su propio protagonista, el sujeto histórico de la revolución social. Un proletariado que está compuesto, de manera sustancialmente mayoritaria, por los que socioeconómicamente están obligados a vender su fuerza o capacidad de trabajo, y también por los que, sin estarlo, se enfrentan en la práctica, como los primeros, a la expansión predatoria antihumana del capital, a la barbarización social. Su construcción y composición es, pues, política, no económica. Además, en cada formación sociohistórica, como la nuestra misma, debe afrontar tareas particulares, cuyas formas y contenidos sólo son definibles particularmente. Y en la tarea que le asigna la praxis sociohistórica no puede ser sustituido por ningún otro sujeto que se le superponga, pues, como lo prueba la misma experiencia universal, los intentos en contrario han culminado de manera inexorable en el crimen social, el fracaso y la frustración. Pero, como también la historia lo demuestra, para que el trabajo lleve a cabo su "trabajo", requiere de herramientas adecuadas al producto que desea obtener. Este es el fundamento teórico general que, creemos, debe presidir la construcción de la organización política específica del proletariado argentino.

2) Si la profundización de la desigualdad social, las fragmentaciones funcionales y feudalizantes, la creación de una "población desechable", el profundo retroceso cultural y educativo, el incremento imparable de la "corrupción" en las formas de acumulación capitalista -en los distintos niveles, mundial, regional y local-, son hoy resultado, sólo en apariencia paradójico, de la mundialización del capital. Si a esos fenómenos corresponden la universalización del "fetichismo de la mercancía" y demás características concretas que asume la dominación ideológica; entonces, las tesis autonomistas según las cuales el "sujeto" -que por lo demás se postula como "plural" y "multitudinario"- no necesita de herramienta alguna para alcanzar su objetivo revolucionario, se muestran como impracticables e inmediatamente utópicas. La influencia adquirida por dichas tesis, por ejemplo, entre nosotros, en el período de auge de las asambleas populares , tuvo por efecto indeseado una mayor fragmentación social y el auge circunstancial de los particularismos, los localismos y los tribalismos. En "asombrosa" coincidencia con los productos -sí deseados- del capital. Por otra parte, en el orden mundial, las manifestaciones altermundialistas "plurales y multitudinarias" -ejemplo del que se nutren algunos autonomistas, como lo hace Holloway con el neozapatismo- no han conseguido modificar un ápice el curso depredatorio del capital y su único resultado práctico fue el aislamiento geográfico y el refuerzo superlativo de la "seguridad" de las reuniones de los dueños del mundo. Sin embargo, no sería responsable desechar prejuiciosamente, en su totalidad, las tesis autonomistas que, por lo demás, no son homogéneas ni se limitan a las anteriormente enunciadas. Por ejemplo, las que destacan la necesidad de la "democracia directa" responden tanto a la experiencia negativa, autoritaria, de los "partidos de vanguardia" como a la mejor tradición del sindicalismo clasista, en oposición radical a las formas "representativas" de la democracia liberal burguesa. Sólo que alcanzarla, a nivel nacional y mundial, únicamente puede ser el resultado de un complejo y contradictorio proceso de construcción proletaria. Por otra parte, como lo demuestra nuestra experiencia nacional, en determinadas circunstancias es posible la constitución de "sujetos autónomos", si bien -y hasta ahora- muy localizados. La reacción de la "sociedad civil" de Gualeguaychú y Colón contra la instalación de las fábricas celulósicas en Fray Bentos, como antes de la de Esquel contra una empresa minera aurífera, constituyen manifestaciones concretas de la lucha social en crecimiento contra el carácter predatorio del capitalismo, uno de los rasgos hoy más destacados de éste. Por su objetivo y por la irresolubilidad del conflicto en los marcos del sistema, entonces, deben considerarse como luchas proletarias, aunque entre los vecinos organizados los trabajadores de overol brillen por su ausencia, y aunque las amas de casa y los niños que participan tengan probablemente escasa conciencia de ello.

3) El sujeto proletario, por lo tanto, se define no tanto por la función socioeconómica de sus integrantes (el hecho de que sean vendedores de fuerza de trabajo) -que, por lo demás, inevitablemente son su componente sustancial- como por el objetivo -anticapitalista- que persigue. Así planteada la cuestión, deja en muy segundo plano el otrora ineludible debate acerca de las "alianzas de clases". La revolución será proletaria cuando las mayorías sociales protagonistas persigan consecuentemente los objetivos socialista y comunista, con conocimiento pleno de los límites, nacionales y universales, que impone la transición y con férrea voluntad de derrotar a sus enemigos. Y, en cada paso del proceso, se muestre notoriamente esa consecuencia. Lo anterior no significa descartar la posibilidad de futuras rupturas o procesos revolucionarios no proletarios (esto es, en los que el proletariado no sea su principal protagonista). El papel del sujeto proletario, en esos casos, estará determinado no sólo por su extensión numérica, sino sobre todo por su fortaleza organizativa y su habilidad para el combate destinado a radicalizar y profundizar esos procesos hacia el objetivo socialista.

4) Históricamente, la primera organización proletaria de importancia fue la Asociación Internacional de Trabajadores. Fruto del optimismo internacionalista de sus fundadores, se encontró desde su nacimiento imposibilitada de superar los límites comunicacionales de la época y los que imponían las agudas diferencias entre los procesos históricos nacionales. Todo lo cual profundizó las pujas internas que condujeron a su disolución. Pero fueron las virtudes propagandísticas de la A.I.T. los que llevaron a la creación y desarrollo de las organizaciones particulares del proletariado, locales y nacionales: sociedades "de resistencia" y asociaciones sindicales y partidos obreros nacionales. Las primeras, constituidas en abierto combate contra los estados liberales y el capitalismo superexplotador, fueron organizaciones meramente defensivas que nucleaban voluntariamente a los trabajadores (y que por tales razones sólo se integraban con una pequeña minoría de ellos), pero que no dejaban de inscribir en sus estatutos el objetivo final del "derrocamiento del orden burgués". Los segundos suponían una alteración sustancial de la noción de "partido" que, desde el principio de su actuación pública y hasta entonces, habían manejado Marx y Engels. Para estos, partido "significaba todavía, esencialmente, una tendencia o corriente de opinión política", destinada a influir sobre los niveles de conciencia y los objetivos del "movimiento real" del proletariado internacional, y no una organización política específica de éste; más o menos el papel que, en el apogeo de la Gran Revolución, habían cumplido los "clubes" con respecto a las masas parisinas. La base de esta concepción estaba dada por el optimismo cortoplacista de los fundadores, que suponía que los corsi e ricorsi de la lucha proletaria, sin mediación alguna, conducirían por sí mismos a la revolución social. Como quiera que fuere, cada una de estas organizaciones, sindicales y partidarias, experimentó una evolución histórica particular, con profundas semejanzas y también profundas diferencias -como no podía ser de otro modo, si admitimos la "legalidad" del desarrollo desigual y combinado- entre las distintas formaciones sociohistóricas. Las primeras tuvieron su apogeo durante la lucha librada entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX por la reducción de la jornada de trabajo a 8 horas, conquista sólo alcanzada en los países centrales, después de sangrientas batallas, tras el término de la Gran Guerra y la consolidación de la Revolución Bolchevique. Pero la ampliación, el fortalecimiento y finalmente la "legalización" de los sindicatos condujo, contradictoriamente, a su domesticación, su particularización corporativa, el fortalecimiento de su carácter defensivo y su "institucionalización" dentro del orden burgués. Fenómenos que, durante la fase del estado benefactor, derivaron en la obligatoriedad de la afiliación obrera a los sindicatos y, en muchos casos, en la profunda burocratización de sus direcciones y su cooptación por los gobiernos burgueses. Finalmente, todo ello redundó en un profundo debilitamiento de su propio carácter defensivo. Si alguien se pregunta cuál es la fuente histórica principal -aunque no la única-, en la generalidad de los países, del actual antisindicalismo de los trabajadores comunes y corrientes, en esos resultados históricos debe encontrar la respuesta. En cambio, el desarrollo y la configuración, que en algún momento se pretendió definitiva, de las organizaciones específicamente políticas (y por lo tanto, supuestamente "ofensivas") del movimiento proletario, tuvo por fuentes no sólo el acompañamiento y la "vanguardización" de la lucha por la reducción de la jornada laboral, sino también el combate contemporáneo por la universalización del sufragio (prioritariamente masculino); es decir, la propia institucionalización partidaria dentro de la "democracia" representativo-burguesa. Lo que, en principio, implicó la admisión por los partidos, explícita o tácita, de que la revolución social no se encontraba "a la vuelta de la esquina". Y que después de la derogación de las "leyes antisocialistas" por la Alemania de Bismarck, implicó su progresiva adaptación -alentada por el rápido crecimiento electoral- al orden del capital. Sólo que la Primera Guerra Mundial vino a alterar radicalmente el "normal" desarrollo de este proceso. La Revolución Bolchevique -independientemente de cualquier discusión acerca de su carácter- , protagonizada sustancialmente por una fracción minoritaria del Partido Socialdemócrata ruso y apoyada por el proletariado urbano y gran parte del campesinado, pareció demostrar no sólo que la revolución era posible sino también que ésta se encontraba, efectivamente, "a la vuelta de la esquina". También pareció probar (dejando de lado las circunstancias históricas concretas que condujeron a los hechos revolucionarios) que una pequeña minoría de conspiradores políticos, a lo Blanqui, era efectivamente capaz de conducir a las grandes masas hacia la revolución. Ese enorme fenómeno histórico -que condicionó la historia completa del siglo XX- significó la primera gran ruptura entre los partidos obreros. Los que quedaron en el campo de las socialdemocracias tradicionales -por oposición al "forzado adelantamiento" de la revolución-, se adaptaron cada vez más a las democracias burguesas, hasta convertirse en los socios y cómplices significativos de ellas, primero cuando éstas adoptaron la forma del "estado benefactor" y luego como justificadores de la supuesta "inexorabilidad" de la "globalización" capitalista. Por el contrario, los que adoptaron como arquetipo a la Revolución Bolchevique y a la organización política que la condujo, supusieron -por cierto con innumerables matices, entre ellos el no menos importante de las "organizaciones armadas" de los `70- que tal "modelo" debía ser también inexorable y eterno y que la revolución social era un proceso lineal y sin aristas -básicamente sin diferencias importantes entre país y país-, que sólo había comenzado con aquélla. Sin embargo, no tardaron en manifestarse pruebas históricas en contrario. Primero, la derrota y el fracaso de las revoluciones europeas que pretendieron seguir su ejemplo. Y luego las particularísimas formas de las "revoluciones nacionales" durante el proceso de descolonización de Asia y Africa y también las de las combinaciones entre ellas y la "revolución socialista", en aquellos países en que la misma no fue el resultado de la imposición soviética.

5) Hasta aquí, hemos intentado trazar las que creemos son las "grandes líneas" que configuran el perfil universal de nuestra totalidad sociohistórica concreta. Seguramente, se nos escapan muchos detalles, entre ellos los que se refieren al importantísimo papel que jugaron determinadas individualidades en todo ese riquísimo y complejo proceso histórico. En lo que sigue, nos ocupamos exclusivamente de lo que consideramos la necesaria organización del proletariado nacional, sin pretender que lo que decimos sea trasladable a experiencias más allá de nuestras fronteras.

6) El sindicalismo argentino ha alcanzado el que quizá sea el punto más profundo de su "crisis de representatividad", afectado no sólo por las particularidades generales (¡qué oximoron!) del desarrollo capitalista contemporáneo, sino también por la singularidad de su hegemonía burocrática y "peronista". Y aunque, al parecer, los sectores dominantes dentro de él (la burocracia moyanista), alentados por el estado semibonapartista, hayan recuperado cierto papel frente a sus "representados", su límite principal está dado por su desinterés absoluto en la situación que atraviesa millones de desocupados, subocupados, precarizados y trabajadores "en negro" (entre ellos, los trabajadores esclavizados por las textiles tercerizadas) que, en su conjunto, conforman más del 50% de la P.E.A. nacional y del 60% de la que, más estrictamente, deba considerarse fuerza de trabajo. (Hecho que, adicionalmente, explica el surgimiento y la combatividad de los movimientos piqueteros.) Y también por su obligadamente exacerbado corporativismo. Por lo que el futuro de los militantes y activistas sindicales combativos y clasistas -formen o no parte de la C.T.A. o a la C.G.T.- pasa, no por emular la "carrera" sindical peronista, por disputar a la burocracia su eficacia corporativa (frente a la cual, por su evidente debilidad política y orgánica, no tienen nada que hacer) o sus sillones, sino por encontrar, propagandizar, desarrollar y luchar por -y, si se lo hace consecuentemente, obtener- un objetivo común y trascendente para toda la clase obrera "objetiva". Como lo fue y lo sigue siendo la generalización de la jornada de seis horas, con su obligada incorporación al salariado regular de millones que hoy no lo están y su consiguiente eliminación del trabajo precarizado y la economía "negros". Adicionalmente, por su enorme trascendencia ideológica, también es importante que el clasismo argentino se haga cargo de la promoción y organización colectiva de las empresas "recuperadas" por sus trabajadores.

7) También en el caso de las organizaciones políticas de izquierda, éstas se encuentran hoy en el punto de fragmentación más elevado jamás alcanzado. Y dado que, de acuerdo con todo lo dicho, creemos necesaria una organización específicamente política del proletariado nacional, su construcción asume el carácter de urgente. Ahora bien, si el sujeto proletario se define sobre todo por sus objetivos y si estos aparecen velados ante sus ojos por la dominación ideológica del enemigo (v. supra), entonces la autenticidad de la organización política proletaria se define sobre todo por la importancia que asigne a su papel en develar "los cendales de las ilusiones políticas y religiosas"; por despojar "de su halo de santidad a todo lo que [hasta ahora se tiene] por venerable y digno de piadoso acatamiento"; pos desgarrar "los velos emotivos y sentimentales que [envuelven] las relaciones familiares"; por derrumbar "las relaciones inertes y mohosas del pasado, con todo su séquito de creencias viejas y venerables". Tareas que, de manera que la historia del último siglo y medio demostró hasta el hartazgo -contra el optimismo juvenil de los padres fundadores-, de ningún modo ha cumplido la dominación burguesa. Por el contrario, todos esos antiguos velos han sido subsumidos y mercantilizados por ella. Pues, de acuerdo con Biagio De Giovanni,

El "valor orgánico" de la tesis marxista de que los hombres adquieren conciencia de los conflictos fundamentales en el terreno de las ideologías es la condición teórica para superar prácticamente el economicismo histórico... [puesto que la ideología posee una] función material, institucional... que se desarrolla de manera inaudita, paralelamente a la expansión de la política en la sociedad.

Por supuesto, también se define -como debiera parecer obvio- por destacar y hacer valer, "en las diferentes luchas nacionales de los proletarios... los intereses comunes a todo el proletariado" y por representar, "en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía... los intereses del movimiento en su conjunto". En definitiva, por perseguir la "constitución de los proletarios en clase, [el] derrocamiento de la dominación burguesa [y la] conquista del poder político por el proletariado". Tareas que autoasumió, en 1848, la "corriente de opinión" de la Liga de los comunistas. Ciertamente, todo ello debe hacerse teniendo en cuenta que "el educador necesita, a su vez, ser educado"

(Tesis III sobre Feuerbach).

Y de esas líneas generales se deriva la llamada "cuestión programática". Sostenemos que cualquier programa anticapitalista es bueno... siempre que cumpla con determinadas condiciones: a) que plantee claramente ante las masas tal objetivo estratégico; b) que los objetivos y/o medidas políticas, económicas, sociales y culturales que se proponga alcanzar y/o adoptar sean coherentes entre sí; c) que su contenido sea profunda pero sencillamente explicable para el proletariado y que su necesidad y su posibilidad sean claramente comprensibles por él; d) que carezca de cualquier rasgo que pueda ser interpretado como utópico; e) que posea la suficiente flexibilidad como para adaptarse a las cambiantes circunstancias históricas, antes y después de la ruptura revolucionaria. Los "programas" que son simples colecciones de consignas han producido y producen un efecto propagandístico contraproducente. A lo sumo, el resultado que obtienen es que se nos considere "buenos muchachos", algo "loquitos" y completamente aislados de la "realidad". En tal sentido, y por el momento, creemos que las condiciones enunciadas se cumplen por los documentos programáticos elaborados por los EDI (Economistas de Izquierda) a lo largo del año 2002-2003. Finalmente, la denominada "cuestión electoral"; es decir, la utilización de un instrumento burgués para alcanzar objetivos tácticos de los proletarios. Pensamos que no debe adoptarse ante ella una posición absoluta y abstracta. Todo depende de las circunstancias histórico-nacionales concretas. Por ejemplo, ante una situación similar a la planteada recientemente al MAS boliviano, ¿debemos rehuir el convite? Por supuesto, parece que entre nosotros debe correr todavía mucha agua bajo el puente como para que se nos presente el caso. Por el contrario, ante una verdadera situación revolucionaria, como la que pareció abrirse tras la rebelión decembrista -y que, por la recomposición burguesa y nuestra propia debilidad, se comenzó a "cerrar" a fines del 2002- ¿debemos privilegiar la lucha electoral? Más bien, parece que en tal caso deberíamos cerrar filas y armarnos hasta los dientes para tomar "el cielo por asalto". Y hasta aquí llegamos. Pedimos por adelantado perdón a nuestros compañeros por el probable olvido de muchos detalles, tal vez importantes. Y por nuestra imposibilidad de expresar con menor cantidad de palabras lo que aquí hemos dicho.

marzo-abril de 2006 MOVIMIENTO TERESA RODRIGUEZ “12 DE ABRIL”