
Cuenca del río Matanza-Riachuelo, sitio contaminado donde,
en un paisaje saturado de tóxicos y bacterias, se
cimentaron grandes fortunas y mayúsculas miserias. Son más
de 2.200 kilómetros cuadrados de suelos por donde la
Cuenca del río Matanza-Riachuelo tiene extendidos sus
pestilentes cauces de aguas muertas.
Aguas negras cerca de la desembocadura en el Río de La
Plata, marrones hacia el este en sus sesenta kilómetros de
extensión por la provincia de Buenos Aires.
Muy lentamente se desplazan hacia La Boca del Riachuelo
portadoras siempre de tóxicos, líquidos de cientos de
miles de cloacas, de metales, hidrocarburos y pesticidas
que la convierten casi en un récord: es la tercera cuenca
más contaminada del mundo.
Allí está, nos larga su hedor cuando cruzamos sus tantos
puentes y desparrama portadores de muerte a los cinco
millones que habitan en su territorio, el más densamente
poblado de la Argentina.
Porque no sólo están muertas y contaminadas sus aguas
superficiales, también lo están el suelo y las napas de
aguas subterráneas.
Sobre esas tierras, además del sur de la Ciudad de Buenos
Aires, están los municipios de Almirante Brown,
Avellaneda, Cañuelas, Esteban Echeverría, General Las
Heras, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Marcos Paz,
Merlo y San Vicente, el 55% de cuyos habitantes no poseen
sistema cloacal y el 35%, ni siquiera tiene acceso al agua
potable.
¿A cuantos habitantes ha contagiado entonces de muerte
este cementerio? Miles mueren por día, pero no tenemos
estadísticas acerca de cuántos son los que terminaron sus
días por haber sido atrapados por alguna de las tantas
bacterias y tóxicos mortales que emanan de la Cuenca.
Historia sucia
Estamos haciendo referencias a
una zona por demás significativa en la historia de los
argentinos, lugar donde se fueron tejiendo las abismales
desigualdades sociales.
Como desde la colonia fue sitio de embarque y desembarque,
allí se fueron consolidando las grandes fortunas, de la
aristocracia ganadera primero, de una parte de la
industria después.
Fue el punto de arranque de las fortunas y, al mismo
tiempo, el punto donde se arrojaban los desechos que
absorbía la Cuenca y alrededor de la cual fueron creciendo
las primeras poblaciones.
Con la llegada de los colonos españoles, fue el lugar de
las vaquerías. Por el 1.600 había ya grandes matanzas de
ganado cimarrón y se exportaban a España y sus colonias
500.000 cueros anuales. Luego llegó el período de las
estancias, saladeros y curtiembres. Hacia fines del siglo
XVIII ya se exportaban un millón de cueros por año y en
1799 se construía el primer embarcadero sobre el
Riachuelo, cuyas aguas ya estaban teñidas de rojo por
tanta sangre animal derramada.
Se faenaba hacienda gorda, caballos y ovejas que iban
llegando desde el interior argentino para ser utilizados
únicamente para extraer el cebo, los cueros y luego ser
convertidos en charqui para alimentar esclavos en Brasil y
colonias españolas. Todos los desechos quedaban expuestos
sobre las tierras o eran arrojados a la Cuenca.
Guillermo Hudson en “Allá lejos y hace tiempo” escribió
unas magníficas descripciones de aquellos paisajes sucios
“más atroces que los pintados en el infierno de Dante”.
Las tropas de cien o mil cabezas –narraba- “moviéndose
dentro de una nube de polvo, en medio del estrépito de
mugidos, balido0s y furiosos gritos de los troperos” iban
rumbo a la muerte. El olor que emanaba por las matanzas
–añadía- “era el peor que se haya conocido jamás en la
tierra”.
Se mataba el ganado pero también iban matando a las aguas
del Riachuelo por donde flotaban vísceras y pululaban las
ratas. Llegó después el tiempo en que sobre los saladeros
se fueron irguiendo los frigoríficos. Partían por la Boca
del Riachuelo las exportaciones y empezaron a entrar y
radicarse los inmigrantes. Sobre tierras contaminadas se
levantaron los barrios y en ellos los conventillos. Fue
paralelamente territorio de huelgas, de manifestaciones y
mártires obreros.
Se instalaron otras industrias y la Cuenca, que fue
quedando sin peces, comenzó a ser también el basural de
metales, de hidrocarburos y plaguicidas. Sus aguas
entraron entonces en el período de la agonía y las
crecidas excepcionales de los años 1884, 1900 y 1911
dejaron las marcas de una tragedia en los asentamientos
ribereños.
Llegarían las migraciones internas para trabajar en las
industrias. Sus obreros iniciaron el período de las
villas, de los nuevos barrios y del conurbano. Hoy son más
de veinte las villas que están instaladas en la Cuenca,
varias de ellas sobre basurales aplastados.
Con el advenimiento de la dictadura genocida y del
neoliberalismo, la Cuenca, con su puerto, fue testigo de
la más abismal diferencia de clase: por sus muelles
partían las riquezas que producían los argentinos y que
enriquecían a las multinacionales, y en los suburbios del
Matanza-Riachuelo crecía la desocupación, la miseria y la
contaminación.
Poco caudal, mucha mierda
Hoy el Matanza-Riachuelo y sus
principales afluentes, los arroyos Cañuelas, Chacón y
Morales en la provincia de Buenos Aires, y el entubado
Cildáñez en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tienen sus
cursos de agua totalmente contaminadas. La Cuenca sufrió
ensanches, rectificaciones y canalizaciones, pero las
aguas siguieron muertas. Hubo falsas promesas, como la de
María Julia Alsogaray, que lanzó un “plan” para limpiar el
Riachuelo en mil días. Todo fue una farsa y hoy la
secretaria de Medio Ambiente del menemato está imputada
por malversación de los fondos destinados al saneamiento.
A partir de entonces, el Cementerio de las Aguas Muertas
es, además de todo, monumento a la corrupción. El
Matanza-Riachuelo es río de llanura, de suave declive y
bajo caudal. Quizás sea más lo que recibe de desechos, que
lo que mueve por el desagüe de las lluvias.
Veamos: el río y los arroyos de la Cuenca reciben nada
menos que 368.000 metros cúbicos por día de aguas
residuales domésticas, casi todos líquidos cloacales
crudos ya que solo el 5% tiene un tratamiento previo. Y al
mismo tiempo le arrojan otros 88.500 metros cúbicos de
desechos industriales por día solamente de un centenar de
fábricas.
Las industrias descargan la toxicidad de los metales, los
hidrocarburos asfálticos y los aromáticos, los
plaguicidas, los arsénicos de la plata, el cobre, y el
plomo que se utilizan en los agroquímicos, la industria
del vidrio y en los insecticidas. Los líquidos cloacales
son el fermento donde se reproducen una fantástica
colección de bacterias cuya actividad consume el poco
oxigeno que queda con el paso de los tóxicos metalíferos y
los hidrocarburos.
Si el oxígeno es escaso, las aguas no son compatibles con
ninguna forma de vida, ni animal ni vegetal.
Los ríos no contaminados, por ejemplo, tienen un nivel de
oxígeno entre 8 y 12 mg por litro. Pero en el
Matanza-Riachuelo, por la presencia de esa masa gigantesca
de bacterias, el nivel de oxígeno es cero. Es decir, lo
han convertido en un cementerio, el Cementerio de las
Aguas Muertas, símbolo del enriquecimiento histórico de
unos pocos y de la pobreza contaminada de millones.
Recomponer el ambiente
La contaminación ya no está sólo
en las aguas y en el suelo, está en las manos, en los
juegos, en el aire, en la pelota de fútbol, en los
elementos que los purretes se llevan a la boca.
Cada tanto asoma un plan de saneamiento, pero…dejémonos ya
de joda con esta cuestión. Hay que hacer, ya.
Recomponer el ambiente y así proteger la salud de millones
de habitantes es una demanda que deberá encararse sin más
dilaciones. La Corte Suprema pidió se aceleren los pasos
en tal sentido.
Es cierto que la obra a encarar es múltiple, pero
absolutamente realizable si se toman decisiones políticas
que impulsen no solo la acción de los instrumentos
modernos de saneamiento, sino también una verdadera
participación de las poblaciones, una decisión política
que movilice a los miles de jóvenes ambientalistas
deseosos de dar batalla a la contaminación, que movilice a
la clase trabajadora de todas las industrias radicadas en
la Cuenca, y que obligue de una vez por todas a las
patronales a instalar sistemas de saneamiento en cada
empresa.
Lo que hay que hacer es de tan vasta envergadura que la
solución será la consecuencia de una verdadera epopeya
popular. Porque habrá que resucitar las aguas, darles vida
y trasformar el Cementerio en paisaje de salud y
soberanía. Y a eso convocamos desde la CTA.
Arturo M. Lozza (ACTA)