Consejos al combatiente


El aprovechamiento del terreno II

[Verde Olivo, 29 de mayo de 1960.]

En el número anterior de Verde Olivo hablamos de un aspecto de aprovechamiento del terreno en el combate: «la desenfilada de las vistas», o sea, cómo ponerse a cubierto de la observación enemiga. Hoy vamos a tratar de la «desenfilada de fuegos», o sea, cómo ponerse a cubierto de las balas y de la metralla enemiga.

Ten presente que hay accidentes del terreno que te protegen de «las vistas» del enemigo, a sea, de su observación, pero no te protegen de sus fuegos. Por ejemplo: un matorral. Oculto detrás de él (o en su interior, si es grande) el enemigo no te ve, pero si por casualidad dispara o cae por allí una bomba puede herirte, las ramas y la hojarasca del matorral no son bastante sólidas como para protegerte. Un bosque de árboles corpulentos puede protegerte de las vistas y de los fuegos del enemigo.

Cuando avanzas por el terreno antes de que el enemigo haya advertido tu presencia basta con que te cubras de las vistas, o sea, de la observación enemiga; pero una vez que el enemigo ha advertido tu presencia (o las de tus compañeros de pelotón), ya no es bastante cubrirse de las vistas, es necesario cubrirse de los fuegos. Podrás preguntar ¿de qué fuegos?, porque el enemigo dispara con balas y con granadas, con minas de mortero y con obuses de artillería de calibres muy distintos. Por eso, la piedra que te protege sólidamente contra las balas de fusil o de ametralladora, no basta para protegerte del impacto de cañón. La hoyada del terreno donde no llegan las balas de fusil ni de ametralladora son fácilmente batidas por las minas del mortero. El terreno no te brinda por lo general, una protección completa y absoluta contra el fuego enemigo terrestre y aéreo. Por eso tienes que trabajar para perfeccionar esa protección que te facilite el terreno y hacerla más completa. Tal es el cometido de la fortificación.

Al pensar en la fortificación no te hagas la idea de que se trata de obras difíciles y complicadas de ingeniería. La fortificación empieza en el hoyo que abre el soldado en el terreno para que no le alcancen las balas ni la metralla del enemigo, continúa en la zanja con que une su hoyo con el del compañero para poderse ayudar mutuamente, sigue con la zanja que va abriendo hacia atrás con el fin de que puedan llevarle comida y municiones, con el fin de que pueda llegarle el relevo, y va ampliándose, si el tiempo lo permite, hasta convertir el terreno en un sólido campo atrincherado, una auténtica fortaleza moderna.

Porque las fortalezas de hoy no tienen murallas ni bastiones, tienen trincheras, muchas trincheras, unidades con zanjas de comunicación y salpicadas de refugios soterrados. Y esas trincheras, por regla general, no las encuentra preparadas ya el combatiente, sino que son como el traje que va haciendo a la medida del terreno en la situación táctica. Por eso nos parecen tan caprichosas las trincheras de las pasadas guerras cuando visitamos como turistas los campos de batalla. Fuera de la realidad en que surgieron, carecen muchas veces de sentido. Porque se trata, repetimos, de «trajes hechos a la medida», a la medida del terreno dentro del marco de la situación táctica. Muchas de las «fortalezas» preparadas de antemano, en posiciones idealmente buscadas, no han servido en la batalla, porque no se ajustaban a esa realidad del combate en el momento en que se libró éste. ¿Quién no ha oído hablar de la «Línea Maginot», de la «Línea Sifrid», de la «Muralla del Atlántico», &c., &c.? Y sin embargo, los principales combates se libraron por lo general en campo abierto, en posiciones improvisadas, cavadas por los propios combatientes allí donde fue necesario hacerlo.

Y la trinchera improvisada por el combatiente anónimo en un campo insignificante resultó más eficaz en la marcha de la guerra que el reducto blindado de hierro y concreto con metros de espesor, erigido desde tiempo de paz en una altura dominante.

¿Por qué te decimos esto, miliciano? Lo decimos para que comprendas bien que tan necesario como saber tirar con buena puntería es saber abrir trincheras, tan necesario como el fusil y la ametralladora son la pala y el pico. Porque el combatiente ha de fortificarse siempre, tanto en el ataque como en la defensa.

Volvamos al obstáculo (piedra, elevación del terreno, &c.), que te protege del fuego enemigo en el campo de batalla. Vimos ya que esa protección es muy relativa, lo que te protege del impacto de la bala no te defiende del impacto del cañón, ni de la mina de mortero que cae casi vertical buscando todas las contrapendientes y barrancadas. Por eso tienes que completar con tu trabajo la obra de la Naturaleza y el modo mejor de hacerlo es «enterrarte». Una buena infantería debe «enterrarse» a las pocas horas de estar en un lugar cualquiera, esté o no al alcance de la ametralladora o del cañón enemigo, porque siempre estará abajo la amenaza del ataque aéreo.

La mejor protección es «enterrarse» y para enterrarse basta abrir una zanja. Primero bastará con una zanja que cubra al hombre tendido, es decir, una zanja de unos dos metros de largo por medio metro de profundidad; pero esta zanja es incómoda y no le permite al combatiente cambiar de posición, por eso debe seguir profundizándose hasta que pueda moverse libremente en ella. Con la tierra que se saca va elevando el parapeto que le ayuda a cubrirse mejor del tiro de fusil y ametralladora y forma así una trinchera cubriendo con yerba y hojarasca la tierra fresca.

Luego va cavando en una de las paredes de la trinchera un nicho como la madriguera de una fiera, y ya tiene donde guarecerse del fuego de cañón y mortero, ya tiene un refugio excelente contra el bombardeo de la aviación. Si la bomba no cae precisamente en su madriguera, no le hace nada por potente que sea. Esta seguridad le da al combatiente mucha fuerza en la pelea. Desde esa posición así preparada puede afrontar con las mayores garantías de éxito el ataque de fuerzas enemigas muy superiores en número y armamento, porque desde su agujero en el terreno, él puede herir al enemigo y éste no puede alcanzarle con sus disparos.

Protegido así por el terreno, un hombre armado de fusil automático puede hacer frente a una escuadra mientras no le falten balas ni serenidad. Su único peligro es verse envuelto por la maniobra enemiga y para ello necesita el apoyo, la cooperación de sus vecinos, a los que apoya a su vez. De este modo se teje la impenetrable trama de una buena cooperación en el combate defensivo.

Cuando saltas de un emplazamiento a otro en el ataque debes también fortificarte, perfeccionando el obstáculo elegido para el salto, aumentando la protección que te ofrece.

Cuando conquistes el objetivo señalado por tu jefe, debes también fortificarte sin pérdida de tiempo, para rechazar el probable contra-ataque del enemigo.

Cuando haces un alto en la marcha y te dispones a descansar, debes perfeccionar el abrigo que te ofrece el terreno para que no pueda herirte la metralla de las bombas de la aviación enemiga si te descubre, ni te alcancen las balas de la ametralladora de los aviones de caza.

Una zanja estrecha es magnífica protección contra las bombas y las balas de la aviación enemiga. Esta zanja puedes cavarla a cielo abierto o bajo techado, en el campo o en el bosque, ten sólo muy en cuenta que debes evitar la cercanía de materias inflamables.

No se concibe el combate moderno sin la fortificación del combatiente en todas las posibles situaciones. La fortificación ahorra vidas propias y multiplica las bajas del enemigo. La fortificación permite hacer frente, con éxito, a cualquier invasor por bien armado que venga.

Se fortifican los emplazamientos de los tiradores, los observatorios, los puestos de mando, los depósitos, los campamentos, las ciudades, los cruces de caminos, los centrales azucareros... se fortifica todo el territorio de la Patria para rechazar resueltamente al agresor. De este modo se asegura que cada pulgada de la tierra cubana será una fortaleza defendida por un héroe decidido a poner en práctica el lema victorioso de PATRIA O MUERTE.

[Verde Olivo, 29 de mayo de 1960.]

(Tomado de Escritos y discursos, tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972, páginas 269-273)