Una gran conspiración en pleno desarrollo
Por: Martín Guédez
Fecha publicación: 30/05/2007
 
Estamos sin duda ante un momento crucial. Un enemigo poderoso que ha ganado en experiencia y que además responde a centros de inteligencia avezados en las distintas variantes del golpe de estado. Pagamos hoy el altísimo precio de no haber derrotado en toda regla a la oligarquía conspiradora luego del golpe de abril de 2002, el criminal sabotaje petrolero, las guarimbas, más las distintas conspiraciones que a lo largo de estos años han sido derrotadas por el pueblo. Las instituciones del Estado profundamente penetradas aún hoy por el enemigo de clase han sabido aprovechar las debilidades y contradicciones internas para eludir el castigo. Hoy están aquí de nuevo -nunca han dejado de estarlo- dando forma a un plan desestabilizador que está en marcha.
 
Pocas revoluciones a lo largo de la historia han tenido en sus manos mayores oportunidades para aplastar al enemigo. Nosotros no lo hemos hecho y hoy pagamos ese precio. De nuevo hoy sobran las pruebas de todo tipo como para que las instituciones del Estado hagan respetar el estado de derecho. Medios de comunicación, empresarios, politicastros y religiosos han sembrado de pruebas su camino. Ninguna de ellas ha servido para que el Estado haga caer sobre estos personajes el peso de la ley. Tiene que ser de nuevo, una vez más, el pueblo el que contenga y derrote la conspiración. Nuevamente será el coraje del pueblo el que alcance la victoria y ponga la cuota de sacrificio. Nuevamente la miríada de funcionarios públicos y personajes distintos que viven de la revolución dejarán en manos del pueblo la preservación de sus propios privilegios.
 
La Revolución se encuentra ante un punto de inflexión peligroso y serio. Eso se siente en los barrios más allá de las declaraciones y las contradicciones que bajan de los personajes que asumen la vocería estratégica de la Revolución. Una conspiración bien calculada, medida y organizada se siente en el aire y el pueblo lo sabe. Tiene que echar a la espalda las inconsecuencias de tanto 'revolucionario' a lo largo de este tiempo, arremangarse y disponerse a librar la batalla para salvar lo que nunca será contaminado: sus sueños.
 
El pueblo sabe, huele y conoce del peligro. Los nubarrones anuncian tempestad y el pueblo ha aprendido a olfatearla a lo largo del tiempo. Saben bien los colectivos populares -esos tan condenados cuando no cogen línea- que la contrarrevolución aprendió de la experiencia del 13 de abril. El escenario de violencia que preparan para derrotar al pueblo no contará con los 'descuidos' del 2002. En esta oportunidad la maquinaria de terror se pondrá en marcha en cuanto sientan las condiciones de emplearla. No en vano nos han sembrado -con la complicidad de funcionarios- de paramilitares los barrios de Caracas y muchos de los estados de la República.

Los
sectores populares saben que no puede esperar unidad ideológica del liderazgo revolucionario. En este liderazgo conviven sectores que aspiran a una revolución que no afecte las relaciones de producción capitalista porque, entre otras cosas, se han convertido en capitalistas ellos mismos. Sabe el pueblo que hay un sector reformista que ha aprendido a moverse con un discurso revolucionario y un accionar que preserve los esquemas básicos del capitalismo. Ese sector siempre estará dispuesto a la negociación a la hora de lo que el pueblo llama 'la chiquita'. Con eso cuenta la oligarquía zamarra y ladina.
 
De otro lado existe entre nuestro liderazgo -real o mediático- un sector pequeño-burgués, tremendista de boquilla, cuyas acciones se encuadran en el escándalo, el grito y la pantomima que ha desarrollado el síndrome del fiscal de tránsito: señalar con tremendismos y exigencias siempre hacia todos lados menos hacia sí mismos. Con estos tampoco podrá contar el pueblo a la hora 'de la chiquita'. Nunca han estado en la batalla ni lo estarán, viven sumergidos en una hipocresía de la autocomplacencia revolucionaria pero no estarán al lado del pueblo cuando -ojalá que no- se desate la violencia. El narcisismo pantallero es su divisa. Sin el talento estratégico imprescindible, ni la conciencia de clase, ni la claridad teórica, sus acciones siempre serán erráticas y poco confiables.
 
¿Qué nos queda?: el pueblo. El pueblo tiene un timonel en el que cree: Hugo Rafael Chávez Frías. El nexo afectivo entre el Comandante y el pueblo es incuestionable. De modo que lo que tenemos para esta hora difícil es 'Chávez y pueblo'. Ese pueblo, agrupado y organizado en colectivos populares, consejos comunales y viejas pero no gastadas células será el que al final dará la pelea. Todas las fuerzas de la Revolución descansan en la organización, el compromiso, la tensión, la moral y la conciencia del pueblo. El pueblo tiene aguzado los sentidos; en tensión como las cuerdas bien afinadas de una guitarra; es decir, está preparado para presentar un frente sólido y unificado. Esta vuelve a ser la fórmula: organización, disciplina, contundencia, valor, conciencia y movilización popular. Estamos ante quizás uno de los desafíos más formidables de estos ocho años de historia revolucionaria.

¡Patria, Socialismo o muerte! ¡Venceremos!

 

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